El exiliado Joan Coromines, tal vez el lingüista más grande de todos los tiempos, escribió una encendida arenga a Joan Rocamora, otro ilustre patriota y amigo del hijo de Pere Coromines, quien fue conseller de Justicia de la Generalitat republicana. Coromines se había exiliado como centenares de miles, en 1939. Primero, a Argentina. Y después, a Estados Unidos. Y vivía desde el exilio, con desazón y preocupación, como el franquismo se había asentado, como había retrocedido la lengua y cuán débil era la oposición antifranquista.

Coromines ocupaba, por méritos propios, una cátedra en la Universidad de Chicago y en un ataque de arrebato (agosto de 1955) escribió una carta a Rocamora (médico y militante de Estat Català) proclamando que la solución pasaba por una campaña de atentados. Textualmente escribió: "Si en Catalunya hubiera separatistas (entonces así se autodenominaban los independentistas) que allí tiraran bombas o hicieran atentados, eso sería útil a la patria, yo los admiraría de corazón y estaría con ellos". Si bien acto seguido, en un ejercicio de realismo, admitía su consternación: "el desastre es que no hay ninguno". Y remachaba el clavo haciendo una autocrítica, evidenciando cuán frívolo era, desde Chicago, instar a aquel procedimiento para liberar a la patria del yugo del franquismo. El lingüista más extraordinario que ha tenido este país, honesto como era, se enmendaba afirmando la ligereza de su ocurrencia "corremos incluso el riesgo de parecer ridículos si lo hacemos (llamamiento a una confrontación) protegidos por el Atlántico".

Y no era que Coromines, a lo largo de todo su vida, no hubiera predicado con el ejemplo. No era ningún oportunista. No era nada que él no hubiera hecho de joven, combatiendo primero la dictadura de Primo de Rivera y después la de Franco con las armas en la mano. Su largo historial avala su compromiso militante, en todos los frentes. Su honestidad lo precedía. Tanto que era capaz de admitir qué fácil es enseñar el culo desde la otra orilla del río o advertir cuando su patriotismo encendido, y consecuente, podía convertirse en una parodia. Coromines no era ningún bocazas –tantos de ellos tenemos que sufrir hoy. Pero se daba cuenta, enseguida, cuando caía en esta tentación. Aquello que no seamos capaces de hacer nosotros no lo podemos en absoluto exigir a los otros. Ni así estaríamos legitimados. Y pretenderlo desde la lejanía es, como apuntaba Coromines, un espejismo.

Cabe decir, sería injusto no hacerlo, que el mismo Coromines había abominado de la violencia política y evocado la resistencia cívica, la desobediencia civil dado el caso, a la India de Nehru y Gandhi "que sería vital para los catalanes de imitar, pues tenemos el juicio de no usar bombas ni pistolas para conseguir la libertad o una autonomía, que sea... autónoma y no ónoma", tal cual lo dejó escrito en su célebre y basto Diccionari Etimològic.

Cabe decir que Coromines completó esta obra magna, inmensa, en solitario. La ardua pirámide. Y el secreto fue tiempo y trabajo, un trabajo impagable, incansable, tenaz y constante, persistente. Poco charlar, rara vez concedía una entrevista, y trabajar mucho, cada día, paso a paso. Sumando y sumando, palabras en este caso, a su fecunda y memorable obra al servicio de Catalunya.