A Santi Vila habrá que agradecerle eternamente que haya sido el primer conseller de Cultura en toda la milenaria y rica historia de Catalunya en reconocer sin tapujos que su departamento no le interesa lo más mínimo. Hoy por hoy, a Santi, que últimamente ha dedicado alabanzas al perfil centrista del PNV y del PP gallego, esto de la cultura sólo le motiva en tanto que vehículo perfecto para acometer su nueva obsesión: ser alcalde de Barcelona. De hecho, Vila ya ha dado órdenes expresas a su equipo para que le organice muchos guateques en la capital, lejos de la vida poco sexy y provinciana de las comarcas, donde creció y se hizo como político: me refiero al mismo equipo de cráneos privilegiados que –por ironías de la vida– presionó a medio mundo para convertirlo en presidente del consell nacional de aquello que una vez fue el Partit Demòcrata Català y que ahora tiene la nomenclatura perdida en el bosque de las hadas con el éxito pavoroso que todos conocéis y es noticia.

En efecto, podemos asegurar y poner a Dios por testigo que Santi Vila es un centrista ejemplar, porque él acaba siendo el centro único de sus políticas ficticias. Un somero repaso a la venta de humo del conseller incluiría proyectos como la Companyia Nacional de Dansa que anunció con toda la pompa del universo y que el propio sector tumbó rápida y tajantemente, por innecesaria; o la alocada idea de convertir el Arts Santa Mònica en un Centre Nacional de Fotografia, otro alehop que quedó en simple metralla antes de bajarse del autobús. La lista podría continuar con hits como la campaña de fomento de la lectura infantil, consistente en comprar un libro a todos los chavales menores de seis años de la tribu, ocurrencia digna de Hugo Chávez que, evidentemente, todavía no se ha dignado a ver la luz y que descansa en la agenda de los sine die. Santi es un centrista ejemplar porque, en definitiva, ha descubierto que el justo medio entre acertar y pifiarla es no dar ni golpe. 

Pero me corrijo rápidamente, porque el conseller sí que ha brillado especialmente en una función: la de convertirse en el perfecto centrista español. Cuando fue investido, a Vila le faltó tiempo para correr al AVE e intentar encontrar un substituto a su amiga Ana Pastor: así se intentó hacer colega del ministro Méndez Vigo hablando de sus cositas, una conversación en la que no se decidió nada y de la que en Madrit todavía se cachondea más de uno. Antes de convertirse en un hooligan de la defensa del patrimonio histórico, Vila intentó negociar el retorno de las obras de Sijena a escondidas del Govern con Aragón y también ha tenido tiempo de hacerse el viajado para firmar un simple convenio con el museo Smithsonian que si algún día deriva en una exposición artística os pago todas las copas que haga falta. A la mínima ocasión, y como manda la biblia del centrista ibérico, el conseller aprovecha para recordarnos qué importante es el español en la literatura catalana. ¡No se olvida ni una!

Destacando la victoria del PNV y del PP gallego en las últimas elecciones autonómicas, Vila confiesa abiertamente su voluntad de ver fracasar el Procés para así liderar las migajas restantes de un catalanismo autonómico y una Convergència sumisa e inofensiva. Entiendo que el conseller pueda dormir tranquilamente comandando un departamento que es pura fachada (como así habían hecho sus predecesores más inmediatos, de hecho), pero resulta bastante delirante que no se despeine al defender un gobierno independentista cuando él es absolutamente contrario a la idea de fondo. La vida del impostor debe de ser muy dura, siempre viviendo en lo irreal como si fuera cierto, siempre defendiendo la secesión cuando todavía vives en el armario del autonomismo. Por cierto, Santi ¿dónde está ese aumento del quince por ciento en el presupuesto de cultura que pactaste con el presi? ¿Dónde andan todos esos milloncitos de euros? 

Pobre chaval, pobre impostor.