Pasada la resaca, y separado el grano de la paja, o, lo que es lo mismo, desmontada, pieza por pieza, la artimaña estratégica que edificó Pedro Sánchez, con sobrecarga hormonal incluida, el objetivo real de la operación queda meridianamente claro. Sánchez hizo un gran espectáculo de onanismo público para cambiar el paradigma de la campaña electoral y sacar el factor Puigdemont de la ecuación.

 

Todo el montaje ha tenido esta finalidad: sustituir la idea-fuerza del retorno del president, por la idea-fuerza de su dimisión, en un giro de la campaña que ha cambiado el eje del relato: el "vuelve Puigdemont" era el centro por donde pivotaban las sinergias políticas, hasta que apareció el "se marcha Sánchez" y, por arte de magia, las elecciones catalanas dejaron de ser catalanas, y pasaron a ser españolas. Ya no existían los intereses de los ciudadanos de Catalunya, ni los programas económicos, ni sociales, ni culturales, ni tampoco la cuestión nacional, engullido todo por la estrategia megalómana de un Sánchez capaz de arrasar con todo para situarse en el centro del universo. A partir de la espantada, el suspense, los ejercicios espirituales y el "me quedo" posterior, el candidato Illa desapareció completamente de la escena, sustituido por el candidato Sánchez. Y es este candidato Sánchez, que domina los resortes del poder, que utiliza como un servicio propio las instituciones, desde la casa real hasta el CIS, pasando por TVE, todo al mismo tiempo, contra este candidato es contra quien lucha Puigdemont.

Y encima, con la jugada sucia de utilizar a su mujer, su familia y las emociones, sin ningún escrúpulo. ¿Se imaginan si Puigdemont hubiera utilizado este mecanismo emocional? Acaba de morir su madre, una madre marcada por el exilio, el de su padre, a quien apenas pudo conocer, y el de su hijo, al que no ha podido ver regresar a su tierra. ¡Cuánto dolor se puede acumular en un hombre que tenía que seguir el entierro de su madre desde una fría pantalla! Y, sin embargo, ni este triste momento, ni todo el sufrimiento de los años de exilio ha utilizado nunca, porque el dolor privado nunca puede ser munición política. Esta convicción no es, en cambio, la de Pedro Sánchez, que ha sido capaz de secuestrar a toda la ciudadanía durante cinco días utilizando resortes emocionales que, además, eran simples trampas. Desde esta perspectiva, me resulta desconcertante —y trágico— observar el servilismo de muchos de nuestros medios y opinadores, que, lejos de practicar un mínimo sentido crítico, han vendido como una humanización de la política lo que era una auténtica farsa. Extraño país, el nuestro, anhela una república catalana, y está llena de cortesanos del reino de España.

Un Puigdemont president tendría aún más capacidad para forzar la resolución del conflicto, y más teniendo en cuenta los equilibrios en el Gobierno

Operación romper las piernas a Puigdemont, este ha sido el leitmotiv que ha inspirado la espantada de Sánchez y, situados en esta clave, los motivos también son evidentes: el regreso de Puigdemont es el único hecho político que agita el panorama catalán y lo arranca del sopor agónico de los últimos años. Todos los demás candidatos —al menos los que tienen opción de gobernar— están en modo autonómico, y ninguno de ellos tiene la capacidad de volver a situar el conflicto catalán en el centro de la mesa. Además, un Puigdemont president tendría aún más capacidad para forzar la resolución del conflicto, y más teniendo en cuenta los equilibrios en el Gobierno. Y, sobre todo, un Puigdemont triunfante sería el fracaso rotundo de una España que lo ha despreciado, atacado, ridiculizado, deshumanizado, perseguido y ha utilizado todos sus mecanismos para poder cazarlo. El Tribunal de Cuentas debería analizar la malversación que habrá supuesto el dineral utilizado para intentar atraparlo, si no fuera porque solo se dedica a perseguir a independentistas. Por decirlo en términos simples, pero efectivos, el único candidato que preocupa a todos los estamentos del Estado, desde la casa real, hasta los jueces patrióticos, la prensa del régimen y todo el statu quo español, es el retorno del president en el exilio. El único elemento diferenciador, la única opción de gobierno capaz de plantar cara y el único líder que en España no saben como doblegar. Por eso, la maniobra de Sánchez era doblemente importante: porque reforzaba a un Salvador Illa con riesgo de no salir triunfante, daba puntos en el marcador de Sánchez, españolizaba la realidad catalana y, sobre todo, neutralizaba a Puigdemont.

Y para lograrlo ha valido todo, incluso insultarlo nuevamente, esta vez en boca de un indecente personaje, de esos que viven del sindicalismo, que lo ha tratado con tanto odio, que se le veía la bilis cayendo por la comisura del labio. El "fango" en un mitin socialista en el mismo momento en el que dicen que luchan contra el "fango". Hasta cuando disimulan, no pueden evitar que se les note la rabia.

Sea como fuere, la batalla electoral ya no es un Puigdemont-Illa, sino un Puigdemont-Sánchez, lo que significa, al mismo tiempo, un Puigdemont-Espanya. Juega a la contra de un Estado que ha puesto toda la carne en el asador para pararlo. Si Sánchez se sale con la suya, la lucha catalana habrá retrocedido en el tiempo de una forma alarmante. Pero si, a pesar de todo, Puigdemont logra superar el envite, será Sánchez quien habrá quedado retratado, y los poderes españoles volverán a ponerse en guardia. Es el opositor a vencer y es el enemigo a batir, no en balde, es el único líder al que temen.