El president Puigdemont parece definir una estrategia que consiste en la pelea sistemática como modus operandi. Sus libros son, siempre, un compendio de reproches. Parece haber nacido más que para ganar algo, para pelearse. Sus constantes purgas y mutaciones de siglas, renegando de su trayectoria política, ocultándola, tienen poco que ver con su interesada apelación a la unidad, siempre en clave electoral. Nunca en clave estratégica, nunca respetando una pluralidad que detesta. Y siempre como arma arrojadiza, contra el resto del independentismo. Y en esta actitud es de una tenacidad admirable si no fuera por el daño que causa a "la causa" que, precisamente, dice defender más que nadie y como nadie. Lamentable.

No sabemos exactamente qué propone estratégicamente, no lo sabe ni él, más allá de una confrontación retórica que no se ve a venir por ningún sitio. Pero sí sabemos contra quién se lo propone, en qué gasta sus energías. De pelea en pelea, sin tregua. Se pelea con buena parte de los suyos mientras premia a los incondicionales; se pelea con furia con los republicanos y, aunque con más recato, también con los cupaires. Excepto con el PSC, con quien pacta con una predisposición entusiasta, no se le conocen otros pactos de buena voluntad.

Puigdemont parece querer ser, cada día más, "De Valera en Cork". Cuando los independentistas irlandeses más intransigentes asesinaron a Michel Collins, el otro líder independentista, lo acusaban de haber pactado y dialogado con los británicos. Y De Valera los condenó a muerte. Tampoco se caracteriza Puigdemont, precisamente, por su generosidad. Ni siquiera ha sido capaz de agradecer y reconocer a la defensa jurídica de Oriol Junqueras de que, hoy, él se pueda sentar en el Parlamento Europeo. La batalla de Junqueras no lo benefició a él mismo sino a los otros candidatos. Y Junqueras lo sabía, pero ni por un instante dudó en seguir adelante. Abrió la lata e hizo perder al Estado una batalla judicial determinante, en beneficio de Waterloo. En beneficio de todos, qué contraste. Mientras uno habla de amor y libertad, el otro está que trina.

Señor president, está sembrando una mala semilla, un rencor, que como antes la corrupción, será una prenda que pagará el independentismo y el conjunto del país

Puigdemont acentúa cada día más su caudillismo y su aversión contra el principal responsable del 1 de octubre. Y esta sí que es una circunstancia que pasa toda racionalidad. El suyo es un odio vivo, latente. Y su filosofía personal y política es cada vez más la del caudillo que exige sumisión y lealtad incondicional, a él. A nadie más que a él. O estás conmigo o contra mí. En lugar de intentar seducir al país, parece quererlo enfrentar, polarizar. No sé qué tipo de República quiere. En el último libro que firma Puigdemont no es que no quiera construir puentes con los demócratas, es que parece querer dinamitar todos los puentes con el resto del independentismo, que, de acuerdo con su retórica, se ha rendido y pactado con el enemigo. Aunque él fue el primero en largarse, unilateralmente. El miedo es legítimo, ciertamente. Y el pánico también. Pero se tiene que tener un mínimo de honradez y sentido de la vergüenza.

Dicen los más próximos que Puigdemont siempre ha actuado como un lobo solitario, que tiene carácter y que le cuesta hacer equipo. Que no pacta, somete. No acuerda, impone.

Aquí radica la explicación de por qué motivo promociona y premia en sus listas electorales a las personas que más odio profesan en las redes. Parece medir el talento de sus soldados en función de la capacidad de descalificar sin tapujos a sus adversarios políticos. Abona la sustitución del debate y la contraposición de ideas por el insulto y la calumnia. El fanatismo. Lucha por poner a su servicio las entidades, por la instrumentalización sin límites. En eso, es incombustible.

¿Y así, señor president, qué tipo de República quiere conseguir? ¿Y lo que es más preocupante, qué tipo de sociedad? Por sus obras los conoceréis.

Señor president, está sembrando una mala semilla, un rencor, que como antes la corrupción, será una prenda que pagará el independentismo y el conjunto del país. Me da pena, mucha pena.