Cuesta de entender que, después de tantas astracanadas, Eduard Pujol (portavoz de Junts) bendijera, horas antes de la votación, la insinuación de Bildu de votar a favor de la investidura de Pedro Sánchez si se perpetraba un tamayazo. No hay por dónde cogerlo mientras al mismo tiempo Borràs (la de la sonrisa en el besamanos real) insistía en votar al lado de la derecha extrema.

No se sostiene la afirmación de Mireia Vehí, que es independentista porque es antifascista, y que al mismo tiempo hayan optado por la opción del "no", al lado, precisamente, de los fascistas. Quizás lo más inteligente y sensato habría sido salir del hemiciclo, no votar y evitar esta imagen. Anticapitalistas y postconvergentes al lado de la derecha y la ultraderecha fascista en la bancada del "no". Difícil de explicar y difícil de entender.

¿Conjurar el "sí" del president Torra a presidir la mesa de diálogo con el PSOE con el "no" tajante de JxCat a la investidura de Sánchez cómo se hace? Del todo incomprensible. Y todavía más cuando el mismo JxCat se ha reafirmado en reunirse, desde hoy mismo, con el PSOE.

Por eso todavía se vuelve más injustificable la nueva campaña desatada, entre otros, por el neoindependentismo que predica la fe de los conversos. Vomitar odio, acusar al "socio" de "botifler" o de ser "cómplices de los carceleros" ni fortalece, ni cohesiona el independentismo. Todo al contrario. Más bien lo agrieta y lo debilita, a la vez que los acerca a la actitud de la derecha extrema que tanto ha rabiado en España. Y qué decir del surrealista "abrid las prisiones" dirigido a la consellera Capella, que sobre todo deja en entredicho al president Torra, máxima autoridad del Govern de la Generalitat y quien ostenta todas las competencias.

De nada ha servido la radicalidad extrema, el guerracivilismo y la desatada actitud encendida de la ultraderecha española para intentar hacer saltar por los aires el acuerdo entre ERC-Bildu de abstenerse en la investidura para facilitar el primer gobierno de coalición en España después de la Transición. De nada han servido los insultos y los gritos "de asesinos", "herederos de ETA" o "golpistas", con gestos de "pistolas en alto", a los representantes de Bildu y ERC. De nada han servido los últimos latigazos del lawfare con la JEC como la imagen del uso y abuso de los instrumentos del Estado como arma política. De nada ha servido el intento de inhabilitación del president Torra o la anulación de la inmunidad de Oriol Junqueras para intentar desestabilizar el pacto con la complicidad cainita de los "independentistas puros". Ni las amenazas y coacciones a diputados para un tamayazo 2.0. Santiago Abascal se olvidó la pistola en casa. Y de nada ha servido para evitar que parte del independentismo haya sumado sus votos al lado de la extrema derecha mientras decían ser independentistas porque sobre todo son antifascistas. No hay por donde cogerlo.

Volvemos al "Pacto de Pedralbes". Volvemos a hacer sentar al PSOE en la mesa de diálogo y damos el pistoletazo de salida a una nueva legislatura en el Congreso donde se vivirán auténticos Vietnams, con triple derecha herida, bailando al ritmo de Vox.

Ni ilusos. Ni ingenuos. Vascos y catalanes sabemos quién es el PSOE. Sabemos quién ha sido el cooperador necesario de la represión y la situación que se vive en Catalunya. Recordamos y sabemos el papel del PSOE ante la causa general contra el independentismo. No olvidemos el abuso de la fuerza del 1 de octubre; el 155; la prisión a los líderes independentistas; las detenciones arbitrarias y el juicio de la vergüenza. En todos los casos tuvimos como respuesta el silencio de la izquierda política y social española. Tenemos memoria.

El PSOE se ha tenido que tragar el "sit and talk" de Tsunami Democràtic contra todo lo que había dicho en la última campaña electoral: una mesa de negociación de gobierno a gobierno, de tú a tú. Justo lo que había pedido Waterloo de manera diáfana. Dejar de ser el máximo interlocutor con la política española a menudo te lleva a tomar decisiones incomprensibles. Perder peso político y ver cómo tu principal rival político ha superado el síndrome de Estocolmo, todavía escuece más.

El nuevo contexto del PSOE es de una tremenda debilidad supeditado por la izquierda independentista catalana y vasca. Un gobierno de coalición con el único partido del Estado que reconoce y habla de presos políticos -o que no ha abominado de un referéndum para Catalunya- ha sido su tabla de salvación.

Por primera vez existe un compromiso que admite la existencia de un conflicto político y que dice, bien claro, que la solución pasa por un referéndum. El "cuanto peor, mejor", de signo reaccionario, ha demostrado ser más una rabieta que una actitud política mínimamente seria y la evidencia de que las actitudes extremas se retroalimentan.

La estabilidad del gobierno de España dependerá de la permeabilidad del PSOE con los independentistas, de cumplir los pactos y de la "clave de bóveda" de Podemos. La política no se detiene. El deep state, tampoco. Nos queda ver cuál será la decisión del Tribunal Supremo y si el próximo 13 de enero veremos a Oriol Junqueras en Bruselas acompañado de Carles Puigdemont y Toni Comín. Junqueras ha pedido que se suspenda la decisión de la JEC, el día que hemos sabido que ha sido escogido portavoz del ALE en el Parlamento Europeo y vicepresidente del grupo Verde – ALE.

Preferir el confort ideológico o asumir el desgaste para encontrar la solución para Catalunya es de un oportunismo que asusta. Cada uno tiene sus objetivos. Todo es legítimo. Ahora bien, tanto postureo y oportunismo político es incompatible con consensuar una estrategia que abrace el conjunto del independentismo y que sea capaz de generar las complicidades necesarias para reanudar el camino.