El poder vivificador de la abstención ha producido efectos inmediatos en la agonía existencial de la partitocracia procesista. De los bufonescos intentos de refundación de la CUP, pasando por la futura consulta a las bases de Esquerra sobre el pacto de investidura ya escrito con Pedro Sánchez (y el enésimo llamamiento a la unidad independentista del tándem Mas-Junqueras a través del diario ARA, de un oportunismo mayúsculo), todo demuestra que la jornada intensiva de playa que nos cascamos el 23-J ha valido mucho la pena. Pero la ganancia de poder obtenido por los ciudadanos no será del todo feliz sin arrebatar también el cinismo del ganador moral de los pasados comicios: Junts per Catalunya. Al fin y al cabo, los mismos militantes cupaires ya tenían muchas reservas a repetir aventuras en el Congreso y Junqueras lleva demasiado tiempo exhibiéndose de virrey como para que alguien imposte cara de sorpresa.

Tras un tiempo adormecidos, los plumillas convergentes han despertado de golpe gracias al revival Puigdemont con el aleluya del escalofrío de una ducha fría en agosto. Entiendo que mis colegas de alma CiU estén disfrutando de lo lindo, leyendo como los articulistas sociatas de Madrid han transformado al presidente 130 de un fugado medio tarambana a un valioso activo político contra el fascismo. La dura realidad, no obstante, es que Pedro Sánchez tiene bien poco que negociar con Junts per Catalunya y Puigdemont, no solo porque el presidente español tenga cero margen a la hora de aceptar que la autodeterminación o el referéndum puedan incluirse en cualquier pacto de investidura, sino porque —en el fondo, y más aún si se empieza a hablar de amnistía— quien tiene las llaves de las prisiones sigue siendo el capataz del PSOE. Después de unos días de revival, el juego de poder volverá al sendero de siempre.

La actitud de Junts es la más esperpéntica de toda la tropa. Lo manifiesta la retórica inflamada de Míriam Nogueras en contraste con el pragmatismo de Artur Mas, y el hecho de que todas las maniobras de presión de Junts al PSOE tengan como único objetivo adelantar a Esquerra en la lucha encarnizada de migajas que se disputará hasta las (quién sabe si muy próximas) elecciones al Parlamento. También la dinámica interna del universo juntaire, que no solo pasa por las miserias habituales del autonomismo, sino por actitudes entrañables como las de Clara Ponsatí, quien decidió visitar Barcelona y brillar de nuevo en el paripé de hacerse detener, por aquellas casualidades de la vida, justo al día siguiente de las elecciones (nuestros enemigos, a quienes hay que reconocer un barroco sentido del humor, permitieron que la antigua consellera terminara su performance pirándose de los juzgados por la puerta del servicio de limpieza).

La pugna abstencionista no será completa si no se mantiene también en las elecciones al Parlament

El PSOE tiene margen para negociar con los diputados catalanes, pues entiende muy bien que cualquier mejora de financiación o de servicios públicos que consiga Catalunya será reclamada al instante por el resto de territorios del estado (así pasó, si hacéis un poco de memoria, con todos los hits de competencias que tenía el Estatut de 2006). De hecho, siguiendo con el gusto español por la cabriola, Sánchez sabe a ciencia cierta que las mejoras que pueda pactar con el independentismo acabarán siendo gestionadas por Salvador Illa, el nuevo dueño del universo de Esquerra y de los comunes en Catalunya. Cuando Feijóo insinúa que estaría encantado de entenderse con el nacionalismo convergente —siempre que se adaptara al marco constitucional— no está marcándose un farol ni jugando a la desesperada: reclamar un retorno al negociado habitual con los convergents y deshacerse de satélites como Vox, es uno de los sueños húmedos del bipartidismo ibérico.

Todo esto (a saber, que las cosas del presente suelen parecerse mucho y mucho a los hechos del pasado) irá aclarándose durante las próximas semanas. En cuanto al electorado catalán, aún quedan deberes pendientes, pues la pugna abstencionista no será completa si no se mantiene también en las elecciones al Parlament; en caso de tener una fuerza similar, podremos finalmente recortar los principales comederos del procesismo. A medida que los partidos catalanes sucursalistas del poder central pierdan fuelle, veréis que Madrit se inventará jugadas maestras para evitar quedarse sin virreyes en Catalunya (Zapatero, la liebre del PSOE, ya ha insinuado la recuperación blindada del Estatuto, un nuevo referéndum de encaje catalán en el estado y blablablá). Si los políticos bajan la cabeza y se adaptan a los condicionantes españoles, Sánchez estará encantado de apagar el revival Puigdemont con una amnistía espumosa, haciendo un Tarradellas.

Disfrutad, pues de este resurgimiento, queridos convergentes. Será un simple amor de verano: de altos vuelos... y escasa posteridad.