La mala mar, no tormenta todavía —no hay que exagerar—, del domingo pasado, ha permitido extraer un puñado de consecuencias a unos y otros. La primera y más evidente es que en Madrid se frotan las manos: consideran pinchado por enésima vez el suflé —siempre el suflé— del procés con los ánimos divididos, si no desmenuzados. Una parte de razón, por poco realista que se sea, hay que admitir que sí tienen. Quizás porque desde aquí, desde hace tiempo, se ha querido presentar el independentismo como un movimiento unido y sólido. Sólido a nivel de calle, seguro que sí. A nivel de partidos y otras entidades está claro que no. Persistirá la fractura mientras, en lugar de buscar como sea la unidad de acción se pretenda, caiga quien caiga, abarcar la hegemonía del movimiento. A diferencia de otras naciones, esta hegemonía ni está ni se la espera, en concordancia primordial con una sociedad, también dentro del independentismo, fluida y plural.

En segundo término, la ANC ha querido capitanear la Diada y, como consecuencia forzosa, el independentismo. El número de manifestantes, sea el que sea, ni siquiera el más optimista, corrobora este deseo. Deseo acompañado de un cierto desafío a los partidos, especialmente a ERC, con la promesa de una lista cívica alternativa a estos. Pero lo cierto es que, a pesar de los acercamientos, también se censuró a JuntsXCat. Aunque, dicho sea de paso, existe la sospecha de que esta lista cívica, si finalmente se lleva a cabo, podría estar liderada e integrada en gran parte por gente proveniente de partidos y bastante conocida.

Retar a los partidos, aquí y en todas partes, se manifiesta como una conquista casi imposible. Algunos partidos, como ha pasado con los socialistas franceses o las izquierdas italianas tradicionales, han desaparecido prácticamente, pero han salido otros movimientos con una pasmosa tendencia a la institucionalización por mucho que renieguen de ella.

En tercer término, descalificar a los partidos, sus líderes y otras organizaciones que no quisieron ir a la Diada, ha tenido poca resonancia y la Diada se ha resentido. La mejor forma de invitar a alguien no es decirle que allá él si no nos sigue. En fin, lo que ha quedado claro, es que desunidos y con broncas, la Diada fue sensiblemente menor que las precedentes, por muchas fotos que se muestren con buenas perspectivas y profundidades de campo.

Persistirá la fractura mientras, en lugar de buscar como sea la unidad de acción se pretenda, caiga quien caiga, abarcar la hegemonía del movimiento

Encima, la consecuencia política más directa de la Diada fue el clamor de la ANC por una nueva DUI, que se concretó en la reunión en el Palau de la Generalitat el miércoles pasado, y que fue rechazada por todo el mundo, JuntsxCat incluido; incluso, por la CUP. O sea que, en este punto, el empuje de la ANC, que parece querer emular el grito de Carme Forcadell de "President, posi les urnes!", resultó fallido. En buena medida, al margen de la falta de concreción habitual de ir hacia la independencia como si fuera la cosa más fácil y normal del mundo, perdura en muchos el recuerdo del reconocimiento de la consellera Ponsatí "Íbamos de farol". Es decir, que no había nada previsto más allá de la misma proclama que duró 8 segundos. Repetir una declaración de independencia sin tener previsto asegurar el territorio, las infraestructuras, las comunicaciones, enervar la respuesta desde el interior de Catalunya por parte del Estado español y tantas otras medidas de manual, no invita a ir más allá de proclamas que suenan bien, pero son del todo inadecuadas para conducir a su objetivo.

Y la conclusión más importante. Como el mundo es más grande, mucho más grande, que Twitter, diría que la gente, la ciudadanía, no se lo acaba de creer y deserta incluso de actos simbólicos y gratuitos políticamente como la Diada. Por eso ganan en la opinión pública otro tipo de vías.

Por muchos números que se esgriman y solemnes declaraciones que se hagan, la ciudadanía percibe, de buena o mala gana, que la independencia, irrenunciable, está, hoy por hoy, mucho más lejos de donde la sitúan quienes la dan ya por hecha o a la vuelta de la esquina. Ahora una nueva fecha, segundo semestre de 2023, que tampoco tiene ninguna garantía de no sucumbir al calendario como el resto de fechas autofijadas, como si fueran tan ciertas como la salida del sol. Esta es la realidad a la que la resaca de la mala mar previa al 11 de septiembre pasado nos ha llevado.

Sería hora ya de tener buenos patrones, buenos barcos y unas buenas cartas de navegación, y no hacer de marineros que imitan las sirenas.