En estos días están de gran actualidad los temas referidos a la Iglesia católica. Tras el deceso del papa Francisco y la consiguiente declaración de Sede Vacante, desde ayer está reunido el cónclave para escoger a un nuevo papa. El papa es ciertamente el jefe de la Iglesia católica, una enorme organización poliédrica que acoge a casi 1.400 millones de personas en todo el mundo, pero además de ser un líder espiritual es también para muchas personas, creyentes o no, un referente moral y un faro en la noche oscura en la que topamos con egos desmesurados, desinformación, desigualdades crecientes, tambores de guerra y violencia.

Mucha gente se ha mofado y se mofa del poder del papado, y del conjunto de la Ciudad del Vaticano. Desde el dictador sanguinario y cruel Iósif Stalin, que preguntó con sorna cuántas divisiones tenía el Vaticano, hasta el descerebrado actual presidente de Estados Unidos, que no ha encontrado nada mejor para distraerse que colgar en la web oficial de la Casa Blanca una foto fruto de la inteligencia artificial disfrazado de papa. En su caso, la inteligencia artificial es francamente superior a la de él mismo. La Iglesia católica, que se ha mostrado dueña de los tiempos y de la historia, da las respuestas en diferido. A Stalin resultó que la dictadura comunista dejó de existir en 1991, y gracias —en parte— a un papa de Roma, el embrollo del Pacto de Varsovia fue desmontado poco a poco, pero el hecho es que la práctica totalidad de esos estados han pasado, por voluntad propia, a ser miembros de la Unión Europea y de la OTAN. Y algunos han recuperado su independencia. En cuanto a Trump, espero que el peso de la historia lo deje allí donde se merece, que es una línea donde conste que era promotor inmobiliario y organizador de veladas de lucha libre. Ya veremos cómo acaba su política a trompicones, discontinua y extemporánea.

Las raíces de la Iglesia católica son más fuertes de lo que se dice y de lo que algunos querrían

En Occidente hace tiempo que se ha dado por amortiguada la presencia de la Iglesia católica en nuestra sociedad. Pero resulta que es un enfermo que todavía da signos de vida y, fuera del sectarismo corriente, incluso de revitalización. Si nos fijamos en Francia, estado constitucionalmente laico y cuna del existencialismo y del laicismo, entre otros, resulta que hay una especie de rebrote que podemos concretar en varios hechos del catolicismo. En efecto, en la pasada Vigilia Pascual, 17.800 adultos fueron bautizados en Francia en todas las diócesis y parroquias, un bautizo pedido y obtenido después de dos años de catecumenado. Eso supone un 45% de aumento respecto al año anterior entre los adultos, y un 33% de incremento entre los adolescentes. En los últimos diez años, el número de catecúmenos adultos ha subido un 60%. Pero si nos fijamos en lo que podríamos denominar la piedad popular, resulta que los jóvenes también parece que se sienten atraídos. La peregrinación de los jóvenes de la región de París a Lourdes este año ha contado con 13.500 jóvenes, que significa un 55% superior a los datos de hace dos años. Y el tradicional peregrinaje a Chartres tendrá que desdoblarse por exceso de afluencia de jóvenes. Y todavía resulta más sorprendente la presencia de palabras religiosas en las redes sociales (quizás porque no se las esperaba). La palabra "Cuaresma" ha tenido 75.000 hashtags en Instagram y 59.000 referencias en TikTok. Curiosamente, el 78% de los catecúmenos franceses consideran que las redes sociales han jugado un papel importante en el descubrimiento o profundización de su fe.

Pero es que resulta que los datos indican que este no es un fenómeno exclusivamente francés. Según la Bible Society, los jóvenes fieles católicos ya superan en número a los jóvenes fieles anglicanos en Inglaterra y Gales. De hecho, el 41% de los jóvenes adultos católicos (18-34 años) asisten a misa, mientras que solo el 20% de los jóvenes adultos anglicanos asisten regularmente al culto.

¿Y por qué se produce este rebrote en la fe? El ensayista americano Rob Dreher afirma en un reciente libro que la causa radica en que el Occidente racionalista quiere redescubrir la dimensión sobrenatural. La mayoría de los adultos franceses bautizados proceden de familias no creyentes, y han descubierto la fe a través de amigos, de colegas de trabajo o de influenciadores católicos en las redes sociales. Algunos se acercan a ella porque han vivido lo que ellos llaman una "experiencia espiritual fuerte" y por la frecuentación de la misa. Todo esto a lo mejor es muy incipiente, y son brotes que ya veremos si se instalan en el tiempo, pero estos movimientos nos permiten constatar que las raíces a veces son más fuertes de lo que se dice y de lo que algunos querrían, y que las semillas no se sabe nunca dónde fructifican. En cualquier caso, sería bueno que nadie diera por muertas demasiado pronto realidades que han dado prueba de durar, arraigar y crecer. Absortos en el ruido del día a día, quizás no oímos como crece la hierba.