La convicción crea la evidencia, dijo Marcel Proust. La frase es especialmente aplicable a la política. Sobre todo, a la española. Aquí lo subjetivo siempre precede a lo objetivo. Primero se adopta una posición y luego se construye el argumento; primero se crea la noticia y luego se buscan las fuentes; primero se escribe el editorial y después se encarga la encuesta o el reportaje. Los hechos son ayuda o estorbo, pero nadie los toma como requisito. Vulgarizando lo de Proust: entre la convicción y la evidencia, que se joda la evidencia.

Lo más cierto de la actual situación política es la incertidumbre. Nunca antes tanta gente me había preguntado: “oye, tú que sabes de esto, ¿qué crees que pasará?”  Yo respondo que quien pretenda saber lo que va a pasar, es que no sabe de esto. Supongo que como no soy politólogo -el oficio de moda-, no estoy en ese nivel superior del conocimiento de la política que permite disponer de una interpretación para cada hecho y de un hecho para cada interpretación.

Por eso me quedo perplejo cuando veo que en una situación tan enrevesada como la que vivimos se formulan como axiomas algunas cosas que se me antojan como mínimo dudosas. Pondré algunos ejemplos:

Ayer mismo, el periódico más leído de España decretó en primera página y a tres columnas el final de las negociaciones para formar gobierno. ”Los partidos dan por agotada la etapa de la negociación”, pontificaba el titular. ¡Caramba! ¿Todos los partidos a la vez han tomado semejante decisión precisamente hoy? Busqué en el texto los fundamentos de hecho de la sensacional noticia para concluir que no había ni fundamentos ni noticia. Mejor dicho: la noticia es que, por algún motivo, el grupo de comunicación más influyente del país ha decidido que conviene parar de momento esta negociación. Lo que no excluye que dentro de unos días decida lo contrario y nos obsequie con la primicia de que se reanudan las conversaciones. Es la sutil diferencia entre narrar la realidad y tratar de dirigirla.

Cuando termine la Semana Santa, habrá 42 días para negociar. ¿De verdad se puede asegurar que esta historia se ha acabado? Una cosa es que los partidos estén jugando una simultánea en varios tableros –los acuerdos de gobierno, las elecciones y sus propios equilibrios internos- y otra que el tablero principal se dé por clausurado con un mes y medio de antelación. Más bien tiendo a pensar que esta negociación se cerrará en las últimas 42 horas, al borde de un ataque de nervios y con un desenlace que hoy es impredecible.

 A partir de ahora y hasta el 2 de mayo ya no se negociará con propuestas, sino con encuestas

Lo que probablemente puede darse por agotada es la fase programática de la negociación. A partir de ahora y hasta el 2 de mayo ya no se negociará con propuestas, sino con encuestas. Cada partido irá averiguando lo que le espera en las urnas el 26 de junio y será eso lo que determine los movimientos finales. También seguiremos comprobando la asombrosa sincronía entre ciertas encuestas y la posición editorial del medio que las publica.

En este tiempo de pronósticos, se da por hecho que si se repiten las elecciones el resultado será casi idéntico al del 20 de diciembre. Pues mire, no estoy tan seguro de eso ni de lo contrario. Para empezar, los que afirman tal cosa  admiten a la vez que la participación sería notablemente más baja. ¿Les parece razonable prever 5 puntos menos de participación? Eso supondría que cerca de dos millones de personas que votaron en diciembre se quedarían en su casa en junio. Digo yo que algo influirá eso en los resultados, teniendo en cuenta la fuerza decisoria que históricamente ha tenido la participación en nuestra sociología electoral. 

Además, ni siquiera es seguro que las alianzas electorales se repitan exactamente igual. En concreto, hay grandes dudas sobre Podemos: si esta vez irá con Izquierda Unida o si se mantendrán sus confluencias en Catalunya, Galicia y la Comunidad Valenciana. Estamos hablando de un impacto potencial superior a los 30 escaños según suceda una cosa o la otra.

Y también se da por supuesto que en esas nuevas elecciones los ciudadanos repartirán premios y castigos por el comportamiento de cada partido durante esta negociación. Es más, se anticipa el sentido del voto-recompensa y del voto-represalia: se gratificará a quienes hayan sido más “negociadores” y se penalizará a los más “intransigentes”.

Quizá tengan razón. Pero yo prefiero seguir pensando que la decisión de voto es compleja y multifactorial, un plato compuesto por muchos ingredientes y no sólo por uno. No veo a mis conciudadanos aparcando la proximidad ideológica, la percepción de los problemas del país y de sus propios problemas, la expectativas asociadas a cada partido, la imagen de los líderes o el impacto de la coyuntura en el momento de votar (¿quién sabe qué puede ocurrir en el mundo de aquí al verano?) para concentrarse únicamente en valorar si los partidos se han portado bien o mal en la mesa de negociaciones. Ni siquiera veo un patrón uniforme para medir en qué consiste portarse bien o mal: dentro del mismo espacio político, lo que a unos les parece flexibilidad y espíritu negociador otros pueden percibirlo como renuncia a los principios y oportunismo, o viceversa.

Hay pocos dogmas en el análisis electoral. Pero lo más cercano a un dogma es que las elecciones tienen más que ver con el futuro que con el pasado. Importa más lo que se espera que hagas que lo que has hecho. O si lo quieren más preciso: la ejecutoria pasada sólo adquiere relevancia electoral en la medida en que fundamenta una expectativa. Aunque la circunstancia de unas elecciones repetidas sea excepcional, creo que esto ocurrirá también el 26 de junio.

Pensábamos que a estas alturas Oriol Junqueras habría izado ya la bandera de la autoproclamada República Independiente de Catalunya 

Otro caso: muchos temimos que con un gobierno en funciones y un parlamento colgado durante meses se aprovecharía la confusión institucional en España para acelerar el proceso secesionista de Catalunya, creando hechos consumados. Nos equivocamos, ha sucedido lo contrario. Pensábamos que a estas alturas Oriol Junqueras habría izado ya la bandera de la autoproclamada República Independiente de Catalunya y lo hemos visto en una sumisa foto de petición de socorro, nada menos que con Montoro. Y por lo que se empieza a sugerir, conviene ir añadiendo algún cero a la mítica cifra de 18 meses para la independencia.

La moraleja es que nos sobran certezas que en el mejor de los casos no pasan de presunciones. Decía Keynes: “Cuando los hechos cambian, cambio de opinión, ¿usted qué hace?” Pues lo que hacen muchos por estos pagos es lo contrario: cuando cambian de opinión, acomodan los hechos y nos lo cuentan en titulares a tres columnas, en ruedas de prensa o en algún parlamento. Así nos va.