Miro las fotos de Alaska y la cumbre por la paz. Son gélidas, masculinas y de personas mayores. Pienso en cómo lo puede percibir una persona joven: lejos. Esta es una instantánea, la del encuentro Trump-Putin, pero hay otras. La paz como negociaciones imposibles entre magnates de la tierra que se sientan en una mesa y discuten. Por un trozo de tierra.

En la tierra no hay paz por muchos motivos. Uno de los más evidentes es por las ansias de poder, por el espíritu de la conquista y por la agresiva tendencia a la expansión. También por el desprecio a la dignidad humana, por la carrera armamentística, por el olvido de las emergencias climáticas, por la agresividad y el conflicto a escala internacional, pero también doméstica. No hay paz si no se practica la paz, esta no viene solo de invocaciones y buenos discursos.

Estamos asistiendo al mayor número de conflictos armados simultáneos desde la Segunda Guerra Mundial. Los líderes políticos, pero también los religiosos, no paran de recordar que es una preocupación, pero no solo por el peligro de nuevas guerras, sino también porque pueden unirse conflictos y derivar en crisis planetarias. La paz corre peligro por el aumento de grupos que propugnan la exclusión étnica.

Echan del poder a todos los que no son como ellos, el adversario se convierte en enemigo, se ven amenazas por todas partes y las minorías pierden. Los expertos también nos alertan de la coacción fratricida, en la que líderes imponen disciplinas mediante castigos y miedo, también contra los suyos (las propias tropas). Los periodistas son aniquilados. Los disidentes, amenazados, torturados, liquidados.

Además, se instrumentalizan los conflictos con narrativas que atizan el fuego, reprimen a los disidentes, aumentan la polarización y reducen la probabilidad de soluciones negociadas a los conflictos. Además, se desplaza la función de la violencia del ámbito táctico al simbólico, arraigando las hostilidades y legitimando las guerras prolongadas. Los especialistas del Global Peace Index también recuerdan que no hay paz sin justicia social, económica y ambiental, y que estar en guerra con el planeta no sale a cuenta.

La paz como negociaciones imposibles entre magnates de la tierra que se sientan en una mesa y discuten. Por un trozo de tierra

Vuelvo a las páginas de Juan XXIII del año 1963 en la encíclica Pacem in Terris buscando claridad. No era tampoco un momento fácil: Guerra Fría, posible guerra nuclear, regímenes autoritarios en muchos lugares, también en el Estado español. Las palabras del papa fueron polémicas. En Catalunya se aplaudieron pero solo en ciertos ambientes progresistas. Ya lo dijo el monje de Montserrat Evangelista Vilanova: Juan XXIII no era una persona grata para el régimen del momento.

El texto papal, que era ya su octava encíclica, reconoce que los grupos étnicos aspiraban a ser "amos de sí mismos" y a constituir una nación propia. Eso ha llevado —escribía el papa Roncalli— a la presencia frecuente de minorías étnicas dentro de los límites de Estados con una cultura o etnia diferente, lo cual "genera problemas políticos y sociales graves". Este fenómeno está ligado al principio de autodeterminación de los pueblos, pero también a las dificultades prácticas para conseguirla, ya que no siempre es posible crear un Estado independiente para cada grupo étnico. En un ejercicio de diplomacia exquisita, el papa era pragmático. En el punto 95 afirma que "todo aquello que se haga para reprimir la vitalidad y el desarrollo de estas minorías étnicas viola gravemente los deberes de la justicia. Violación que resulta todavía más grave si estos criminosos atentados van dirigidos a la aniquilación de la raza".

Y sigue: "Responde, en cambio, y plenamente, en lo que la justicia pide: que los gobernantes se consagren a promover con eficacia los valores humanos de estas minorías, especialmente con respecto a su lengua, cultura, tradiciones, recursos e iniciativas económicas". Ahora bien, el pontífice tildado de "papa bueno" también advierte que "estas minorías étnicas, ya sea por la situación que tienen que soportar de mala gana, ya sea por la presión de los recuerdos históricos, tienden muchas veces a "exaltar más de la cuenta sus características raciales" propias, hasta el punto de anteponerlas a los valores comunes propios de todos los hombres, como si el bien de toda la familia humana tuviera que subordinarse al bien de un linaje". En este momento el papa intenta equilibrar las reclamaciones de los pueblos con el bien común, y deja una membrana para la interpretación. El texto defiende un equilibrio entre el derecho de las minorías a mantener su identidad y la necesidad de convivencia e integración pacífica. La clave está en el diálogo, el respeto mutuo y la participación activa en la sociedad, sin renunciar a la propia cultura ni menospreciar la de los otros.

En Alaska se lo miran con frialdad, y en otros lugares las exaltaciones queman, dinamitan y devastan. Me acojo al Índice de Paz Global: Ucrania, posición 162. Rusia, 163. Israel, 155. Palestina, 145. España, 25. Las primeras con un mayor índice de paz en el mundo son Islandia, Irlanda, Nueva Zelanda, Austria y Suiza, por orden. Los Estados Unidos de América están en la posición de cola 128. Son datos del 2025. Para ir mejorando, podemos empezar a mirar con atención, interés —y admiración—, los 5 primeros.