La diputada de Vox Carla Toscano subió el miércoles a la tribuna del Congreso dispuesta a cruzar todas las líneas rojas contra la ministra Irene Montero. La llamó "obsesa sexual", "liberadora de violadores" y, sobre todo, le soltó: "El único mérito que usted tiene es haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias". El presidente en funciones de la cámara ordenó que se retirara del diario de sesiones la frase de Toscano, pero Montero le pidió que la dejara para que quedara constancia. Bien hecho.

Cabreada, la ministra sacó el carácter que le sobra y respondió: “Les pararemos los pies a esta banda de fascistas, con más derechos”. Y en ese momento ocurrió algo poco frecuente y que demuestra la gravedad del momento: no solo se levantó a aplaudir a la bancada de Unidas Podemos, sino también la de los diputados y diputadas del PSOE, ERC, el PNV y Ciudadanos. Todos excepto los de Vox y el PP, partido que ayer salió a apoyar a la ministra con la boca pequeña, para demostrar que es todavía un partido homologable para quien tenga que homologar. Dos minutos de aplauso que hicieron apretar el mentón a Irene Montero.

Cuando incitas el odio hacia un político, hacia una ideología, hacia un colectivo, cuando deshumanizan a una persona —y la historia está llena de ejemplos que no hace falta ni citar— facilitas que pase una desgracia

Existe una cacería contra la ministra que a estas alturas ya supera a la que hubo —y todavía hay— contra Pablo Iglesias. Pero, claro, él abandonó la primera línea política para pasar a ser podcastpredicador —que también es primera linia política, pero de otro tipo— y ella está ahora en la diana de micros, cámaras y adversarios políticos. Por lo que representa por sí sola. Mujer, joven y de izquierdas. Por lo que representa su fuerza política. Ministra del gobierno Frankenstein filocomunista que come niños, viola y se encama con etarras y separatistas. Y, sí, porque es la pareja de Pablo Iglesias, el símbolo de un cuerpo ajeno al sistema que dispara el sistema inmunológico del Estado. Montero ha aguantado insultos, humillaciones y burlas alejadas de la legítima crítica política. Y con la polémica en torno a la ley del 'solo sí es sí', por muchos errores que haya podido cometer, se han cruzado todas las líneas. No porque a quienes la atacan les preocupe la violencia contra las mujeres, sino porque han visto una gran oportunidad para cargarse lo que queda de lo que el propio espacio de izquierdas no se ha cargado con sus luchas cainitas.

Las palabras son muy importantes. Mucho. Crean un clima. De convivencia o de guerracivilismo. De cultura o de incultura. De respeto o de tensión. Por eso un país son también sus programas de radio. Sus programas de tele. Sus periódicos. Sus podcasts. Sus series, su teatro o sus películas. Se crea un clima que pasa a la sede de la soberanía popular y la cogen políticos buenos, malos o sin escrúpulos. El argumentario de los partidos beve de esto. Sobre todo de los periódicos y programas matinales. Y la violencia verbal atrae a la violencia física. Cuando incitas el odio hacia un político, hacia una ideología, hacia un colectivo, cuando deshumanizan a una persona —y la historia está llena de ejemplos que no hace falta ni citar— facilitas que pase una desgracia. Oh, sorpresa. Menos mal que esta sociedad, la catalana y la española, es mucho mejor de lo que dan a pensar estos pirómanos, minoritarios, pero peligrosos.