Ahora que los compatriotas han vuelto a reeditar el régimen de la Catalunya autonómica el pasado 14-F, será fácil comprobar cómo los españoles ya no necesitarán jueces ni burócratas para ejercer la represión; les hacen el trabajo, y de forma ejemplar, los políticos de la Generalitat. ¡Esta semana los Mossos d'Esquadra vaciaban el ojo de una conciudadana, otro ojo de la cara, y el común de los catalanes aceptaba con naturalidad que el conseller de Interior Miquel Sàmper tuviera las santas pelotas de afirmar que hace falta un cambio en el modelo de seguridad pública del país (digo que hace falta tener unos huevos enormes para afirmarlo, porque quien lo sostiene ¡es conseller desde el 3 de septiembre del año 2020!). Por si eso fuera poco, un tuitero nombrado Quim Torra se ha pasado la semana regalando consejos sobre cómo habría que gestionar a la policía catalana. Sí, lo habéis leído bien; Quim Torra, el presidente que nombró a Sàmper y a su ilustre antecesor Miquel Buch. Qué cojones, diría aquel sabio...

Las razas juveniles y vigorosas del país vuelven a quemar las calles, y no porque el Gobierno más progresista de la historia meta a un rapero en la trena, sino porque la precariedad laboral de los menores de 26 años en Barcelona es de un 90% y ya me dirás qué leches tienes que hacer de noche si los bares cierran y tu país te recuerda a diario que no hace falta que te esfuerces al formarte porque aquí todo el pescado está vendido. Esta violencia no es costosa porque queme contenedores o semáforos; lo doloroso es que resulta ser un decorado más de un escenario donde toda la política está intentando reeditar el pacto de la Transición como si el 1-0 no hubiese ocurrido y los discursos de hace cuarenta años pudieran reciclarse. Cada vez me encuentro a más amigos independentistas, que, de repente, se parecen a sus padres convergentes y dicen que esto nuestro no es realista y lo que hace falta ahora es un gobierno que gestione la autonomía de una forma eficiente. Queríamos la libertad y tenemos a Pere Aragonès.

nuestra preocupación debe ser  cómo formar hombres y mujeres libres en un entorno donde el albedrío no tiene ningún incentivo y todo el mundo busca una salida fácil a las hogueras

Cuando los ciudadanos suspiran por la tecnocracia de los epidemiólogos estrella o se abandonan a la calle para jugar a hecho y esconder con los Mossos es que ya no tienen ningún tipo de esperanza en su presente. Desde dos posiciones bien diferentes, se asume que la política ya no puede hacer nada para|por el individuo, y por eso la confías al doctor Argimon de turno o te vas al Eixample a incendiarle la esquina a la madrina. Mientras pasa todo eso, las negociaciones para la formación de Govern son como un pequeño sainete que no interesa a nadie, más allá de las oligarquías de los partidos políticos y sus respectivas agencias de colocación. Más allá de quién presida la autonomía, que es una cosa muy poco excitante, ahora nuestra preocupación debe ser cómo formar hombres y mujeres libres en un entorno donde el albedrío no tiene ningún incentivo y todo el mundo busca una salida fácil a las hogueras. Es igual a quien gobierne ahora, porque el único objetivo que podrá tener es hacerle el trabajo sucio a los españoles.

Primero enviaron a los críos al aeropuerto con un toque de queda ficticio para fingir que se detenía el país. De allí también volvieron con un ojo y un testículo menos. Ahora hacen que los críos se entretengan en la calle para que la Generalitat intente imponer una nueva ética del juicio y el orden. De momento, la farsa ya ha costado otro ojo de la cara. ¿Qué hacemos Quim? ¿Seguimos apretando? ¿Seguro?