A la mañana siguiente de que abandonaran los consellers Jordi Turull, Carles Mundó, Raül Romeva y Josep Rull la prisión de Estremera, el vicepresident Oriol Junqueras envió una carta a su esposa Neus y a sus hijos Lluc i Joana. Lo hizo, en un tono intimista, entre la mirada a la luna y las estrellas en el patio de la prisión. La misiva está escrita para que pudiera ser leida más allá de su entorno familiar estricto. Y lleva un encabezamiento con la fecha del mediodia del 5 de diciembre. Ha llegado a su familia a Sant Vicenç dels Horts bastantes días después. El texto es el siguiente:

Ayer por la noche, cuando mis compañeros y amigos salían de la prisión, mi alegría convivió un rato con un recuerdo intensísimo de mi mujer y mis hijos, porque, tal como os debe de pasar a todos los lectores con vuestras respectivas familias, estas son las personas más amadas del mundo.

A menudo, cuando yo todavía estaba en casa, por las noches salía al jardín con mis hijos a ver la luna y las estrellas. Ellos, ahora lo hacen con su madre. Y yo lo hago en el patio de la prisión.

No os extrañará, pues, que, ayer, me viniera a la memoria un fragmento del libro Noches blancas de Fiódor Dostoyevski, que dice, más o menos, lo siguiente:

(Ayer por la noche) era una noche maravillosa, de esas que puede que sólo se den cuando somos jóvenes, querido lector. El cielo estaba tan estrellado, estaba tan claro que, al mirarlo, involuntariamente uno tenía que preguntarse: ¿Será posible que bajo este cielo pueda vivir gente con todo tipo de caprichos y enfados?

Eso también es una pregunta de jóvenes, querido lector, muy de jóvenes... ¡Dios quiera que vuestra alma se la haga a menudo!

Si me lo permitís, queridos lectores, sospecho que Dostoyevski habría estado de acuerdo conmigo con que Dios (o nuestra misma alma humana) debe de conceder el don de hacerse esta pregunta a aquellos que disfrutan de un espíritu joven, precisamente porque aman a su mujer, a sus hijos, a sus amigos y a la humanidad entera.

El amor que todo lo justifica de San Agustín. Y el amor de Óscar Wilde, cuando en De profundis escribe:

Cueste lo que cueste, tengo que conservar el amor (porque) si voy a la prisión sin amor, ¿qué será de mi alma?

El amor que yo os intento transmitir en esta carta y el amor que vosotros me enviáis, literalmente (nunca mejor dicho) en centenares y centenares de cartas cada semana, y por las cuales nunca podré expresar suficiente mi agradecimiento. Un amor polisemántico, un amor generoso, que no es posesivo, porque como nos recuerda Montaigne en sus Ensayos:

"Es el hecho de disfrutar, no el de poseer, lo que nos hace felices." Un amor arraigado en la "Dignidad dominis" y que trasciende nuestra individualidad estricta, porque sólo así puedes ser suficientemente generoso y grande. Un amor que siempre te guía más allá de la niebla, porque te permite reconocerte en los otros.

Por eso, hablando también de estrellas, Ungaretti puede afirmar en su poema "Serenidad" que:

Después de tanta niebla una a una se muestran las estrellas.
Respiro el fresco que me regala el corazón que tiene el cielo.
Me reconozco imagen pasajera presa en un círculo inmortal.

Tan inmortal como es nuestro amor a la dignidad humana, quizás, especialmente, bajo un cielo estrellado, al lado de aquellos a quienes amas.

Por eso os agradezco que me dejéis amaros tanto.

 

Oriol Junqueras a Neus, Lluc y Joana