Nunca había estado en el Bernabéu. Me estrené el martes con un Madrid-City. ¿Qué más puedo pedir? Nunca había estado en el Bernabéu, insisto, así que quiero hacer unas consideraciones. Como culé, claro.

Primera, el fútbol se ve mejor en el Camp Nou. Da igual que la grada del Bernabéu sea más vertical. Como el Camp Nou, al menos el que yo conocí, nada. De hecho, esa entrada que haces —o hacías— desde la parada de butifarras de los espacios comunes a la grada, esa primera visión del verde donde se jugará el partido, es inigualable. Nada como la primera vez, que se te queda grabada en un sitio muy íntimo. Pero ese milagro, esa visión, esa cosa que te sube por el pecho, nunca te cansarás de vivirla. Y espero que siga siendo así con el nuevo estadio.

Que, de hecho, será nuevo de verdad. Porque el campo del Madrid es en realidad el mismo. Lo que ocurre es que le han puesto una piel, espacios VIP, una cubierta e, incluso, calefacción. Pero no es un nuevo estadio. Y, por cierto, todavía está en obras. En realidad, para mi gusto, claro, el Camp Nou está más abierto y disperso que el Bernabéu o San Siro, pero el espacio es infinitamente más impresionante. Quizás porque, como Pep Guardiola, me gusta ver el cielo y no que me pongan un techo.

Nada como la primera vez en el Camp Nou, que se te queda grabada en un sitio muy íntimo; pero ese milagro, esa visión, esa cosa que te sube por el pecho, nunca te cansarás de vivirla

Segunda, el público de Can Barça no es el peor del mundo. Uno, que había estado en el estadio infinidad de veces, tenía la impresión de que el aficionado del Barça sólo anima cuando el equipo va bien y que gritar, gritar, tampoco grita tanto y sólo se queja. Pues mire, no. Resulta que el público del Madrid es igual o peor que el del Barça. Les cuesta animar si el equipo no gana. Sí, sí. Quiero decir que da más miedo en la pantalla que en el propio estadio. Sí gritan, con la ayuda de una megafonía exagerada cada vez que meten un gol, pero, al menos esta vez, ni en los últimos minutos hubo miedo escénico ni ningún espíritu y menos el de Juanito. He escuchado y visto al público de Barcelona bramar más fuerte y dejar con las piernas temblando a esta gente de París con la que jugamos ayer y que, por cierto, a la hora que escribo este artículo, aún no sé qué habrán hecho esta vez contra los de Xavi.

Y tercera, no pueden ver a Pep Guardiola. No descubro nada. Es su criptonita, no pueden con él. Les tiene comida la moral, les da miedo, pánico, diría. Y le odian, le odian más que al Barça, más que a nadie. Ah, y cuando le silbaron, yo que estaba allí de incógnito y que celebré los goles de los de Manchester hacia adentro, más por respeto a los anfitriones que por miedo a ser dilapidado, entendí lo que dijo Gerard Piqué, que comparó los silbidos que recibía en el Bernabéu con música celestial. Sí, sí, os prometo, juro, aseguro y garantizo que el martes, cuando abucheaban a Pep, esos silbidos me sonaron a música celestial. Fíjate tú si los culés de mi generación somos felices con poco.

Y un apunte final. Y eso lo ha descrito Sergi Pàmies mejor que nadie. Incluso a la hora de la salida de ambos estadios, la del Camp Nou es mucho más mágica. En Madrid vas a parar a una calle estrecha de nombre Concha Espina, por ejemplo. En Can Barça es verdad que pasa un poco en Travessera de les Corts, pero la salida hacia Diagonal por la explanada con la estatua de Cruyff y ese hormigueo ordenado dentro del caos que según Pàmies es una bestia con vida propia de la que formas parte, es una sensación indescriptible y que sólo puede entender quien la ha vivido. Y si lo haces de pequeño, es un vínculo inquebrantable con nuestro lugar en el mundo. Amén.