Al final TODO estaba literal y perfectamente resumido en La historia interminable. Lo siento cada vez que lo escucho por la radio. Sí, sé que los que me leéis tenéis, por edad, la peli en la cabeza. Que, a la vez, es la versión de un clásico de novela juvenil denominado Die unendliche Geschichte del escritor alemán Michael Ende, escrito en 1979, cuando servidora ni había nacido. En la historia de la que se ha llegado a hacer un musical, explica que entender la realidad que nos rodea se consigue a través del camino inverso. A través de la imaginación. Como Dante, que en La Divina Comèdia empieza por el infierno para llegar al Paraíso. En la obra, hay dos partes muy diferenciadas: el reino de la fantasía y el del mundo real. La "nada" es la carencia de los seres humanos para imaginar, soñar y crear. La solución era poner un nuevo nombre a la Emperatriz infantil. A veces, solo hace falta poner un nombre común a los sentimientos propios para entenderlos o cambiar su significante. Como la esfinge le dijo a Edipo Rey: "conócete a ti mismo". Al final, la literatura va de eso, de ser un espejo stendheriano y de ver a través del arte, como si fuera un juego de espejos, aquellas partes de ti que desconocías. Como cuando Karl, el propietario de la librería, le dice al niño protagonista que puede coger cualquier libro menos aquel que lleva el símbolo en la portada. A menudo, el camino contrario es el más rápido para llegar a donde quieres, a manera de eterno retorno Nietzscheano. O cuando en los aviones te dicen que para salvar a los menores primero te tienes que poner tú la mascarilla.

El hombre de piedra, el dragón blanco Fuixur, la tortuga sin memoria, el guerrero Atreiu... Todo aquel universo mágico, las mil aventuras y desgracias, servían solo para una cosa. Bastián tiene que salir de su realidad sin sentido: unos niños que le hace mobbing, unos padres ausentes, unos estudios que no le interesan para encontrar su leitmotiv. Incluso, la trágica (que ha traumatizado a más de una generación), la muerte del caballo blanco en el pantano de la tristeza, podemos decir que la visión más plástica de las depresiones no tratadas. Repito, todo era solo para que el protagonista, Bastian, pudiera ver de otra manera su vida. Y es precisamente eso lo que nos quieren explicar la pintura, el cine, las canciones, la poesía, la escultura... En definitiva, ¡todo el arte es cuestión de la perspectiva! Y no me refiero a las técnicas del renacimiento, sino al punto de vista profundo. A aquel que nos hace replantear cómo decidimos vivir nuestra vida. Ya sea como personaje secundario, como el salvador, como el narrador o como el protagonista. Hay decisiones que se tienen que tomar. Porque a veces es mejor equivocarte que no hacer nada por miedo. El miedo paraliza. En Neverending Story está reflejada en Gmork (basado en el lobo Fenrir de la mitología nórdica). Hay cambios que tienen que pasar para que todo continúe más o menos igual. Que hay lágrimas que se tienen que producir para que puedan venir nuevas sonrisas. Porque, incluso, cuando parece que mañana no saldrá el sol, lo acaba haciendo, y es tu decisión cómo lo quieres disfrutar. Cuando habla más alto tu intuición que tus limitaciones, es cuando entras en aquella jaula de oro.

El arte te recuerda qué eres más allá de cómo te hace sentir el trabajo o tu propia familia. Aprender a valorar lo que tienes, en vez de pensar solo en lo que falta. Y, sobre todo, que sea antes de que sea demasiado tarde. Demostrar más que hablar

El arte te recuerda qué eres más allá de cómo te hace sentir el trabajo o tu propia familia. Aprender a valorar lo que tienes, en vez de pensar solo en lo que falta. Y, sobre todo, que sea antes de que sea demasiado tarde. Demostrar más que hablar. Parole, parole, parole, que decía la canción de Mina. Porque el que hace lo que siente, gana aunque pierda. Hay contradicciones que son deliciosamente ciertas. Incluso, enseñamos a nuestros hijos a ser autosuficientes para el día que no estemos allí para cuidarlos. Al final, a la vida va de aprender a decir adiós y acordarte de dar las gracias antes de que se cierre el telón. Como la mítica tortuga Morla a quien ya todo se la suda.

"El arte tiene que remarcar los aspectos positivos de la vida, y ennoblecer al hombre, no rebajarlo".

Botero perdió a su hijo de cuatro años y su obra lo quiere vivo. Hasta el 19 de julio podéis disfrutar de la exposición del colombiano en el Palau Martorell. Una cosa que me resuena cada vez que miro los ojos de mi pareja, que perdió a su hijo Marc a sus diez años y lo ha hecho eterno en su obra El Príncipe y la muerte. Al principio de ser pareja, lloraba cada día. Se había, incluso, quedado sin voz de tanto gritar desesperado. En la obra de Botero, su hijo Pedrito es redondito y todavía está vivo. Incluso los esqueletos son voluptuosos. No, Botero no pinta gente gorda, sino que exalta las formas hasta dotarlas de una monumental extravagancia. "Todos los grandes artistas desarrollan un estilo propio, reconocible incluso en las formas más simples. Una naranja de Cézanne es diferente de una de Picasso, Van Gogh o Botero. Sin un estilo único, ningún artista existe de verdad" — Fernando Botero.