Josep y Ramon han dedicado los últimos 40 años a cultivar la tierra y los dos son propietarios de sendas propiedades agrícolas con árboles frutales. El uno y el otro están acostumbrados a pasarlas magras en muchos momentos en estas cuatro décadas, bien sea porque ha hecho frío a destiempo, ha caído piedra cuando no tocaba, la climatología ha hecho de las suyas y estos últimos tiempos acostumbrándose a convivir con la sequía. Pero nada como este año, en que en el mes de abril ya empezaron a calcular las pérdidas que tendrían y a plantearse si podrían continuar y cómo salvarían los árboles. Ramon, en edad de jubilación desde hace un cierto tiempo, piensa que ya no volverá al mas y que se lo tendrá que vender si alguien se lo compra. Sus hijos hace tiempo que le dijeron que no seguirían, ya que el trabajo era muy duro y no permitía la conciliación familiar y poder irse de viaje unos días, como hacen todos sus amigos.

Josep era más optimista, ya que tenía asegurada la continuidad de la propiedad porqué uno de sus hijos después de un tiempo en la ciudad había vuelto a trabajar con él. Ahora está tanto o más agobiado que Ramon, ya que no está seguro que pueda seguir ganándose la vida, ni que le pueda dejar lo que le había prometido si los árboles se acaban muriendo. A lo mejor no este año, pero quizás el que viene. Ninguno de los dos ha seguido el debate parlamentario sobre la sequía y uno de ellos aun se acuerda que a Jordi Pujol le cantó las cuarenta un fin de semana que visitó su pueblo a mediados de los años 90. "Nunca piensan en los payeses, solo se preocupan de las ciudades", le dijo. También recuerda la respuesta del expresident: "Con esta es la cuarta vez que vengo aquí desde que soy president", y cómo le había relatado la evolución de su pueblo desde la primera visita como president en 1982. Después de esta visita de los años 90 aún se volverían a encontrar tres veces más. "Antes, unos dirán que hacían más y otros menos, pero lo cierto es que venían; nos escuchaban".

Habrá quien pensará que son los nuevos tiempos, los del cambio climático y el asfalto, y que luchar contra ello es imposible. Que los payeses están condenados a una lenta muerte silenciosa hasta desaparecer o casi. No debería ser así y habría que hacer lo posible para que no fuera así. Tendría que ser un objetivo de toda la sociedad, de todas las administraciones y de todo el Govern. La sequía puede llevarse por delante el país que tenemos, como lo hemos conocido y que hemos heredado. Habrá que modificar presupuestos y cambiar prioridades económicas para que ello no suceda. Algo deberá esperar porque todo no se puede hacer. Gobernar es priorizar y más allá de la emergencia climática, que nadie discute, hay la emergencia del país. Un todo. Desde el punto más al norte, Bausen, en el Aran, hasta el más al sur, Alcanar, en el Montsià. Desde el más alejado al este, el cabo de Creus en el término municipal de Cadaqués, hasta el más distante en el oeste, Almacelles o Batea.

Y es urgente que las inversiones aprobadas por el Parlament el pasado jueves se implementen lo antes posible y las ayudas económicas, igual. Que los payeses recuperen la confianza en que no están en un lugar alejado del mundo y que nadie los tiene en cuenta. Que ellos no son ciudadanos de segunda. Es cierto que hay pocos votos y que en campaña electoral da mucho más rédito al político visitar las ciudades grandes que los pueblos pequeños, y qué caray, tampoco les vendrá de unas semanas, habrá quien piense. De unas semanas, seguro que no. Pero es que la sequía lleva más de dos años y se ha hecho tan poco...