Desde hace unos días en los periódicos se discute en torno a la posibilidad de que fuese necesario un suplicatorio para continuar con el procesamiento de los presos del 1 de octubre recientemente elegidos parlamentarios. Absurdamente, pues no existe. No hace falta más que leer el apartado segundo del artículo 751 de la ley de enjuiciamiento criminal para saber que, en el caso de Junqueras, Romeva, Rull y Turull, el tribunal que los está enjuiciando solo debe comunicar al órgano legislador la situación procesal en la que se encuentran.

A mí en cambio, me ha llamado la atención una noticia mucho más chocante aparecida en los medios.

La Generalitat Valenciana se plantea abrir un expediente sancionador contra el Corte Inglés por una campaña de publicidad para el día de la madre donde se pone en valor una madre 97% entrega y 3% egoísmo y 0% queja. La razón es que a su parecer fomenta un estereotipo de madre “que resigna a las mujeres a cumplir con su papel de buena madre basado en la entrega por encima del resto de identidades que la conforman”.

Madre y entrega son en el fondo una y la misma cosa

Quien ha incoado el expediente o no ha sido madre o siéndolo no ha entendido lo que la palabra significa. Porque madre y entrega son en el fondo una y la misma cosa. ¿Habría estado bien si se hubiese dicho de un padre el día 19 de marzo? Porque lo que está más que claro es que no tiene sentido que nadie se ocupe de los hijos, que vayan y vuelvan del colegio con la llave de casa colgada al cuello, regresando a un lugar vacío donde solo hay un televisor que observar, exhaustas las criaturas por las interminables actividades extraescolares con que rellenar un espacio en que los padres no se pueden dedicar a ellas. Acabaremos arreglándolo haciéndolo al revés: los iremos a ver a la escuela un ratito los fines de semana. Así no molestan.

Recuerdo una conversación con Ana Pastor sobre su decisión de no haber tenido hijos para poder dedicarse a la política. Hoy se le diría que no tiene que renunciar a nada, pero es que ser madre es renuncia también. Las noches sin dormir, la preocupación por su felicidad, el miedo a sus sinsabores pueblan a partir de su nacimiento, la vida de las madres, que por tiempo a su lado pueden dejar de hacer cosas que antes parecían irrenunciables. Imagino que también de los padres, pero yo no lo soy, y no puedo ponerme en su cabeza, y si en algún caso no es así, eso no niega que la madre continúe siendo la entrega, la renuncia, el amor incondicional. Así lo recibimos de las nuestras, así lo recibieron ellas de sus madres y así seguirá siendo, en la medida en que entendamos que nada es comparable a generar vida y al hecho perfecto de que esa vida sea en realidad un trozo de una misma que adquiere autonomía.

Claro que, si entendemos que tener un hijo es sencillamente el resultado de un derecho a la maternidad, nada de esto se aceptará ni se comprenderá. Está claro que triunfan webs que hablan sobre el derecho de reivindicarse con una mala madre, porque es muy difícil la excelencia en un ámbito en el que nadie nació enseñado y para el que no somos preparados. Pero ese anuncio que será multado a mí me ha recordado que si el mundo lo gobernasen las madres, algo muy distinto de lo que vemos existiría. Y creo que sería mejor. Entrega, sí.