Viajar es detenerse. Por paradójico que parezca. Dejamos el movimiento humano de rotación y sólo hacemos la translación. El cuerpo cambia de lugar mientras la cabeza se evade de la rutina y de los pensamientos y aprende a flotar en tierra de nadie. Sea por vacaciones, por trabajo o para visitar a un familiar o una amiga, sea sin ninguna razón, el trayecto en sí mismo oxigena el alma y se crea una especie de purgatorio mental que nos ayuda a ver claro y a tomar decisiones. Sin saber cómo, discernimos y escogemos mejor. El agua se queda abajo, el aceite arriba y con él engrasamos la maquinaria.

Puedes mirar por la ventana en soledad, leer lecturas pendientes, escribir textos atrasados. Puedes hablar con las personas que te acompañan y a las que normalmente no te es posible dedicarles mucho tiempo. Puedes escuchar música que te gusta y descubrir nueva. Incluso, fijarte en la letra y todo. También puedes dedicarte a detectar detalles absurdos como observar el teclado del portátil hasta detectar que todas las vocales, menos la a, se encuentran situadas a la línea de encima de todo.

Durante la costumbre y el sedentarismo lanzamos centenares de peces en el agua con la esperanza de que se hagan grandes y eso está bien, pero viajar es lo que nos permite pescarlos

En la tranquilidad del cerebro afloran las ideas, sobre todo si viajamos andando. De entre el embrollo de objetos sumergidos en el lago de la mente, el viajar hace aflorar los más imprescindibles y ayuda a separar el grano de la paja. Digamos que el ruido diario nos hace producir, pero no nos ayuda a ser productivos. Generamos miles de imputs, pero no nos paramos a pensar con cuáles nos quedamos y algunos, finalmente, se acaban perdiendo por falta de atención, como si fueran una gotera.

Durante el hábito y el sedentarismo lanzamos centenares de peces en el agua con la esperanza de que se hagan grandes y eso está bien, pero viajar es lo que nos permite pescarlos. Llenar el cesto. Emerger. Porque cuando viajas puedes dormir aquella parte de descanso pendiente que hace días que acumulas en la despensa del hambre y el sueño. Porque detener la rotación de la cabeza mientras trasladamos el cuerpo nos da una perspectiva, una conciencia. Al viajar, digerimos. Es en el no hacer nada que se puede hacer todo.