Théâtre Antique de Orange. 1974. Espectacular anfiteatro romano situado en el departamento de Valclusa (Francia). Un viento sostenido, intenso y fuerte golpea las piedras milenarias y los casi diez mil asistentes a la representación de Norma, de Bellini. Llega el momento estelar y Montserrat Caballé, en el primer acto, empieza a entonar el aria "Casta diva". Una plegaria a la luna.

Casta diva, che inargenti

queste sacre antiche piante,

a noi volgi il bel sembiante

senza nube e senza vel...

Su bel canto silencia las almas. Para el tiempo. La belleza del timbre y la búsqueda del virtuosismo. Su admirable tesitura. La orquesta la acompaña acompasadamente. El coro la mece. El equilibrio en la expresión. Trinos sublimes. La dulzura del sonido. Su voz prodigiosa hace escalas, sube y baja, juega, navega por la amplitud de su registro vocal. Técnica y sentimiento. Notes agudas, graves, rápidas, lentas, largas, cortas. Nadie sabe que la soprano catalana lleva periódicos debajo de la ropa para protegerse del frío del cierzo que aquella noche sopla con violencia. La función, de hecho, ha estado a punto de suspenderse por el mal tiempo. Ella continúa con sus melismas y armonías. Su voz flota en el aire, queda como suspendida.

Combina a la perfección la fuerza y la potencia con la delicadeza y la sutilidad de sus inolvidables pianissimi. Pianissimo es un término utilizado en música para indicar una determinada intensidad del sonido. En este caso, cantar o tocar un instrumento pianissimo significa hacerlo con suavidad y poco volumen, con un matiz casi imperceptible y, a diferencia de lo que pueda parecer, a menudo requiere más técnica y precisión que hacerlo fortissimo, el término opuesto en la nomenclatura de las partituras. La afinación cuelga de un hilo, literalmente. Si pudiérais ver cómo están las cuerdas vocales en el momento de hacer un bel canto, de cantar con registro de cabeza o de pecho. Cómo la anatomía toda se conjura para sujetar la voz de que sale delgada y afinadísima, el anclaje de la espalda, la fuerza del diafragma. Cricoides y pulmones concentrados, en tensión.

La Caballé te transporta. ¿Cuándo respirará? Y lo piensas mientras tú aguantas la respiración sólo de oírla. Cantaba escuchando. Escuchando a los músicos, al corazón, al viento. Aquella noche, la Caballé fue una fuerza de la naturaleza. Un prodigio. Mientras tenía que sacar un hilo de voz afinado y preciso, el viento le entraba por la garganta con la fuerza y brutalidad que no necesitaba y ella, en lugar de combatirlo, se alió con él. Sus velos y los de las mujeres del coro se levantaban y se enrollaban. En un momento incluso gira levemente la cabeza como queriéndose proteger y la voz no solo no se resiente, sino que sale con más contundencia y precisión. El mistral azotando y ella allí, impertérrita, llenando todo el escenario de casi cien metros con su presencia y el color de su voz. El timbre aterciopelado, la estabilidad vocal, la afinación perfecta, aquella ingravidez.

A lo largo de una carrera de cincuenta años, su voz y su cuerpo recorrieron y se metieron en la piel de decenas de personajes y de historias (Tosca, La bohème, Madame Butterfly, Turandot, Lucrezia Borgia, Salomé...), pero esta Norma es una de sus interpretaciones más legendarias. De ella y de Maria Callas, a quien esta ópera de Bellini también marcó. Insuperables. Memorables. La Caballé explicó a menudo la amistad que la unía a la Callas y cómo lamentó siempre no haber podido verla cantar nunca en directo. Tampoco yo pude escuchar nunca en vivo a la soprano catalana. Será siempre una espinita clavada y aun así he aprendido tanto de ella que con este artículo quería darle las gracias. Nos quedan sus grabaciones y los vídeos para disfrutar del dominio del instrumento, la sensibilidad y la estima por el arte. Del talento y del trabajo de un don natural que la hacía cantar sonriendo. Como ella decía, "la música es una forma de expresión que no nace de pensar, sino de sentir". La mítica aria que le dio la bienvenida definitiva en el Olimpo de la ópera la despide ahora:

Casta diosa,

templa tú los corazones ardientes,

templa nuevamente el celo audaz,

derrama sobre la Tierra esta paz

que haces reinar en el cielo.