Este verano parece enloquecido. De forma inopinada, el calor ha llegado a raudales y la lluvia, en tromba. La gente que en otros momentos del año disimula bastante bien que no se aguanta se ha peleado hasta decir basta y los políticos no se han podido permitir dejar de decir sandeces en lo que va de agosto. En ese contexto, Albert Batlle se enfrenta a un reto de dimensiones gigantescas, el de enderezar el rumbo que en materia de seguridad se ha ido desviando durante el primer mandato de Colau.

No será fácil desvincular el nombre de la ciudad de la recurrencia de crímenes violentos producidos en los últimos meses en algunos de los barrios más frecuentados por el turismo, porque gracias a un PSC con voluntad superviviente y dos concejales con voluntad de distinguirse, Colau continúa al frente del consistorio haciendo patente su incompetencia para todo aquello que tenga que ver con las fuerzas de seguridad. Dentro de los comunes, solo quienes provienen del viejo comunismo, gente de orden, pueden entender la importancia de este tema para que la apariencia de la ciudad no disuada a los visitantes de tomar otros derroteros y explorar latitudes que generen más confianza.

Aunque se pretenda aleccionar a la gente en otra cosa, solo hace falta observar nuestro entorno europeo para darnos cuenta de que la permisividad con la venta ilegal o la comprensión incondicionada de las actitudes violentas de los menores no acompañados o la justificación de uno solo de los casos de ocupación de vivienda conduce necesariamente al favorecimiento de los grupos de delincuencia organizada con un alarmante efecto llamada que luego hace extraordinariamente difícil utilizar el modelo policial de prevención del que ha hecho gala la policía catalana. Bien es verdad que la legislación, buenista hasta extremos incomprensibles en cualquier país homólogo, no ayuda a hacer eficiente la praxis policial necesaria. Pero hay que intentarlo.

Batlle sabe del tema, tiene sentido común y una profunda humanidad. Su origen político y el partido en el que ha recalado, y al que hay que felicitar por el acierto de ofrecerle la responsabilidad, deben resultarnos irrelevantes. Se ha recuperado para la gestión de la cosa pública una persona competente en la materia, y hay que desearle la mayor de las suertes en la que será sin duda una batalla que habrá de librar en dos bandos bien diferenciados: uno, contra la delincuencia que ha visto en Barcelona un nicho de oportunidad para el crimen que ya se adentra en la organización mafiosa. De otra, la propia alcaldesa, que parece difícil quitarse de encima mientras una alternativa seria no sea avalada por cuantos a estas alturas ya deberían ser conscientes de lo mucho que tienen que perder si la ciudad se pierde en su laberinto.