¿Perdonarse a uno mismo? No... no es viable. Hay que ser perdonado. Pero sólo podremos creer en el perdón si nosotros también perdonamos. Pensaba así Dag Hammarskjöld, secretario general de la ONU entre 1953 y 1961 y Premio Nobel de la Paz a título póstumo. Murió en un accidente de avión y encontraron posteriormente en su casa en Nueva York un dietario que escribía, y que nadie conocía. Se descubre así un místico del siglo XX, un hombre de acción que esconde una profunda espiritualidad y que no la verbalizaba en público.

Por el cargo que ocupó, está claro que habría tenido que perdonar muchas veces. Era inquieto, profundo y, sobre todo, un firme pacifista que dejó el mundo bastante mejor de como lo había conocido. Nació en Suecia y murió en Zambia. Miquel Calsina ha introducido el dietario (Hitos), que ahora publica Viena Edicions junto con la Fundació Joan Maragall, en un volumen traducido del sueco por Meritxell Salvany que acerca por primera vez en catalán a este intelectual y político ávido lector de Blaise Pascal, Gabriel Marcel, Paul Claudel o Charles Péguy.

Recibía los elogios con humildad, predicaba la serenidad como manera de encarar la existencia y reflexionaba continuamente sobre él mismo como un mero instrumento en manos de Dios

Antes de marcharse a las Naciones Unidas había sido profesor de Política Económica en la Universidad de Estocolmo. Entra en el cargo justo después de la muerte de Stalin. No sólo vivió como secretario general momentos como la crisis de Pekín (1955), la crisis del canal de Suez (1956) o la guerra civil del Congo (1960) sino que también se encontró con unas Naciones Unidas que en aquel momento eran naciones que intentaban respetarse, y como dice Calsina, con una "improvisación creativa" fue un defensor de la diplomacia tranquila (quiet diplomacy) y de la neutralidad, no entendida como no intervención o equidistancia sino como imparcialidad. Defendía que un servidor público internacional tiene que ser impermeable a la influencia de intereses nacionales, de grupo o de ideologías. Además, creía en la integridad personal de los personajes públicos, gente que esté siempre bajo "un espíritu de estricta observación y auto-reflexión", respetando la ley y la verdad.

Él, el líder más visible de la ONU, creía que ser buena persona era bien fácil: "¡Es tan sencilla de ejercer, la bondad! Sólo hay que estar siempre para los otros y estar poco para uno mismo". Recibía los elogios con humildad, predicaba la serenidad como manera de encarar la existencia y reflexionaba continuamente sobre él mismo como un mero instrumento en manos de Dios. Consideraba antropomorfismo blasfemo quien cree que es a través del sufrimiento que Dios quiere educar a las personas: no creía en la resignación aceptando la adversidad, sino que era un hombre de fe que sentía el peso de la responsabilidad en el profundo sentido de la palabra: responsable es quien responde.

Descubrirlo en catalán es un acierto que aporta ideas a los estadistas que sólo leen a El Príncipe de Maquiavelo y que centran sus políticas en la confrontación constante. Sus pensamientos son de un nivel sideral y demuestran que predicar bien es predicar con el ejemplo.