Que la revista Rolling Stones dedique una portada –y amable- a un Papa es inaudito. Bergoglio ha debutado, en un llamativo cromatismo amarillo y lila, con el titular "El Papa pop". Desde el editorial de la revista se justifican y escriben, de subtítulo: "Alguien se preguntará qué hace Bergoglio en nuestra portada. Pues este Papa cada vez dice cosas con más sentido común. Y cada vez está más solo". La suya es la soledad de un líder que hace de todo para no estar aislado. Tiene un estilo colegial. Si fuera un Papa medieval parecería un pontífice de corte, porque siempre está con gente alrededor. Pero no haciéndole los honores, que no le gustan nada, sino asesorándolo, acompañándolo e intentando seguirle el paso. Van locos. Es un papa antiprotocolario, espontáneo. Y rápido. Porque no esquía ni se mueve como una gacela, pero es veloz como la luz.

En un poco más de mil y una noches, aquel arzobispo argentino aficionado al mate se ha sentado en la cátedra de Pedro y las va viendo pasar. Pero no sentado cómodamente sin hacer nada. Actúa. Ya han pasado 4 años y en la Iglesia católica han cambiado muchas cosas. Hay quien piensa que todo ha sido una operación de maquillaje. Que en la Santa Sede el cambio no es intrínseco, y que este viento no ha sido un huracán. Discrepo. Con este Papa Blade Runner, hemos visto cosas que pensábamos que nuestros ojos no verían. Ha cambiado el protocolo. La ostentación. Ha depurado la curia: todo es más delgado y austero. Se ha puesto el foco en los márgenes. Los últimos son los primeros. Arrincona el poder y pone el foco en lo esencial. Y sobre todo, tiene prisa. Sabe que es grande y que en cualquier momento las fuerzas empezarán a disminuir. Prefiere confiar que ser un desconfiado. Es del perfil de quien se tiraría de espaldas confiado en que alguien lo cogería. Le gustaría ser menos centro de atención, pero si aceptas ser Papa, el oficio lleva ineludiblemente estos compromisos. Él ya lo intenta, y recuerda a la gente que tienen que mirar a Jesucristo, pero acoge con resignación cristiana su papel. Presenta una mirada a veces traviesa, como la tenía también Juan XXIII y Juan Pablo II y era más difícil de adivinar en Pablo VI o Benet XVI. Pero no nos tenemos que dejar llevarse por la bondad. Es bueno, pero dos veces bueno sería decir bobo. Este Papa es listo y tiene un programa: él repite que su programa "es el Evangelio". Pues Déu-n'hi-do, si intenta ser revolucionario como el Evangelio, lo cambiará todo.

A algunos, creedme, estos cuatro años de tango del Papa pop se les están haciendo eternos y suspiran por otro líder menos intrépido. Ya pueden ir esperando sentados

Recordemos lo que soltó en su primera homilía: "Caminar, edificar, construir, confesar. Pero la cosa no es tan fácil, porque en el caminar, en el construir, en el confesar, a veces hay temblores, hay movimientos que no son precisamente movimientos del camino: son movimientos que nos hacen retroceder". Qué premonitorio. Hacía horas que era Papa y ya presentía que su pontificado sería movido y con fuerzas que querrían ir hacia atrás. Está forzando la Iglesia Católica a ser más misericordiosa (por eso dedicó el Año de la Misericordia), y ha reintroducido conceptos como amor, ternura, sonrisa y perdón, que a algunos espíritus rígidos les cuesta francamente digerir.

Es el Santo Padre popular, el tremendo líder que agita conciencias, el personaje popular pero no populista, implicado con el mundo pero crítico con los desvíos poco solidarios del planeta. Es el pontífice ecologista, el mosén de pueblo en la cátedra pontificia. La historia de la Iglesia tiene estos curiosos paréntesis. A algunos, creedme, estos cuatro años de tango del Papa pop se les están haciendo eternos y suspiran por otro líder menos intrépido. Ya pueden ir esperando sentados. Mientras tanto, el Papa que no les gusta se sigue moviendo. Y que no pare la fiesta.