El cineasta polaco Krzysztof Kieslowski tenía miedo del futuro. Quizás por eso sus películas, que se pueden ver en la Filmoteca de Catalunya estos días, acompañadas de una exposición de carteles, destilan esta inquietud vital y esta angustia que lo acompañó siempre. Lo más sugerente de su cine, tedioso y lento para alguno de mis amigos, pero impactante y revelador para mí, es que te hace ver los patrones del alma humana en que se mezclan el orgullo, la traición y la obediencia con la voluntad de crecer, la curiosidad y el anhelo de una plenitud que nunca llega. El amor, la muerte y la libertad eran sus horizontes.

Se lo conoce por los Tres colores (Blanco, Azul, Rojo) y por el Decálogo, pero también es el artífice de la deliciosa y desconcertante La doble vida de Verónica.

Este director se murió a la fatídica edad de 54 años y está enterrado en el cementerio de Powazki. Kieslowski aparentemente está muerto y no tiene ya futuro, pero es mentira. Su futuro es la evocación que martillea a cada viejo y nuevo espectador que se deja tocar por su obra. Si vais estos días al cine, no estaréis solos, porque su atracción continúa y crece.

Su delicadeza lo llevó a reflexiones sobre la intimidad, porque él era un observador, pero no de todo: hay espacios en que nadie tiene que entrar, confesaba

Este polaco con una retirada física al también magistral Samuel Beckett era razonablemente feliz con mucho café, libros y tabaco. Había vivido 40 traslados, sobre todo de pequeño cuando su padre, mecánico, buscaba trabajo, y este lío geográfico confiesa que le influyó mucho. Cuando se murió, fue aclamado como uno de los últimos moralistas que el cine ha ofrecido.

Su trayectoria vital empieza con el teatro y desemboca en el cine y es una biografía trenzada por fracasos, un hecho que confiere a su obra verosimilitud e impacto vital. Le costó mucho ser admitido en la escuela de cine, y el éxito póstumo que ahora cultiva no siempre fue visible durante su existencia. Su delicadeza lo llevó a reflexiones sobre la intimidad (no veréis imágenes de alguien muriendo, delirando, drogándose) porque él era un observador, pero no de todo: hay espacios en que nadie tiene que entrar, confesaba.

Estas películas acupuntura (aprietas una zona y te conecta con la raíz del problema) son un estímulo para la reflexión en pena canícula, películas de la fría y comunista Polonia que ahora se ven en el multiétnico y bullicioso Raval. Son un clamor ético (¿qué habrías hecho tú en una situación análoga?) que te acompañan sin estorbar y te impulsan a la acción. Eso sí que tiene futuro, totalmente.