Proclamar la utilidad de lo que aparentemente es inútil es lo que defiende el catedrático Nuccio Ordine, que está convencido que necesitemos la inutilidad en la vida tanto como las funciones vitales esenciales. No somos máquinas. La productividad, la efectividad, la tecnificación de la vida no dejan margen a aspectos que han quedado relegados y parecen inútiles. Perder el tiempo, pasear, la poesía, la música, las artes, ¿son útiles? Ordine, que ha venido a Catalunya a inaugurar las XXVIII Jornadas Blanquerna, es profesor de la Universidad de Calabria y es Caballero de la Legión de Honor de Francia. No es aquello que en jerga llamaríamos un inútil, no. Él preconiza que no es verdad que solo es útil aquello que genera provecho. Ordine utiliza a autores como Platón, Aristóteles, Pico de la Mirandola, Montaigne, Bruno, Kant, Newman, García Lorca o Foster Wallace para hacernos ver que la obsesión por poseer y el culto a la productividad nos erosionan como personas y ponen en peligro la escuela, la universidad, la creatividad, y dejan en segundo plano la dignidad humana, la verdad y el amor. Si eliminamos la gratuidad y la inutilidad, humanamente quedamos desprovistos.

Como dice Simon Popek en RTV de Eslovenia, para Ordine el dinero y la avidez "matan el espíritu y frenan la curiosidad". Hay saberes que están muy, muy lejos de una derivada práctica y comercial y que, en cambio, son útiles. Y además son buenos. Útil, por lo tanto, no es sinónimo de productivo, sino de aquello que nos ayuda a ser mejores. Invertir tiempo en una amistad no es inútil. Escuchar música no es inútil. Aprender un idioma minoritario no es inútil. El derecho a tener derechos está supeditado al provecho, a la utilidad. Y entonces quien no es útil, desde un bebé a un viejo, desde una persona con alguna discapacidad a un refugiado que no habla la lengua del país, se convierte en "inútil". El dominio del mercado cancela la dignidad de las personas. "No nos sales a cuenta, no aportas lo suficiente", "eres un gasto inútil", osan decir los grandes directivos a personas que hace años que dedican su tiempo, su espacio y su vida a un trabajo. En palabras de Nuccio Ordine, "transformando a las personas en mercado y dinero, este perverso mecanismo económico ha dado vida a un monstruo, sin patria y sin piedad, que acabará por negar el futuro a las próximas generaciones, faltas de esperanza".

El derecho a tener derechos está supeditado al provecho, a la utilidad. Y entonces quien no es útil, desde un bebé a un viejo, desde una persona con alguna discapacidad a un refugiado que no habla la lengua del país, se convierte en "inútil". El dominio del mercado cancela la dignidad de las personas

No se valora nada que se cueza a fuego lento. No se tienen en cuenta los procesos, solo los resultados rápidos, económicamente rentables. Sin ser iluso (tienen que salir las cuentas), hay que poner límites a la cultura de la hiperproductividad. Las cosas inútiles son desde personas periféricas que no interesan en los engranajes profesionales hasta saberes considerados poco provechosos, desde la fantasía a las lenguas clásicas. Yo he vivido siempre rodeada de lo que el mundo considera inútil: invierto horas leyendo poesía y novelas, he estudiado griego y me licencié en Estudios Eclesiásticos: una aparente pérdida de tiempo, comparado a leer informes económicos, estudiar chino y estudiar ingeniería, por ejemplo. No querría por nada del mundo que me arrancaras este líquido amniótico que me permite vivir y configura cómo soy. Y no defenderé un mundo en que sea excluyente convivir lo útil con lo inútil.

Nuccio Ordine nos lo dijo de manera muy gráfica: en el universo del utilitarismo, un martillo vale más que una sinfonía, una llave inglesa más que un cuadro, porque es fácil entender la eficacia mientras es más difícil —cada vez más— comprender para qué sirve la música, la literatura o el arte. Y todo eso nos pasa porque olvidamos cultivar al espíritu, y vivimos como si fuéramos solo un cuerpo con extensiones que sirven para producir: faltan manos, decimos, en el trabajo, mientras lo que faltan son espíritus, cultivados, felices, con tiempo para vivir también lo inútil.