El 23 de julio de 1918, la filósofa Edith Stein (1891-1942) escribe: "No soy una santa y tengo mis horas bajas como cualquier otro. Además, creo que no es indispensable para un santo renunciar a todos los deseos y esperanzas ni a todas las alegrías del mundo: todo al contrario: estamos en el mundo para vivir". Así lo decía una mujer, atea, de familia judía, filósofa, que se convirtió al cristianismo, se hizo religiosa carmelita y finalmente murió en Auschwitz el 9 de agosto de 1942. Francesc Torralba cita a Edith Stein y la relaciona con la catalana Rosa Deulofeu (1959-2004), que fue delegada de Juventut de la Diócesis de Barcelona y que ahora está en proceso de beatificación. Las dos son mujeres que han pasado por el dolor y por la entrega. Mujeres resilientes, fuertes, que han dejado discípulos. Y creían en la gente joven y en su formación integral, y por lo tanto, también espiritual.

Los santos (y las santas) siempre me han interesado, pero entiendo que haya gente que los mire y piense que son unos insensatos, unos bobos. Son personas de carne y hueso que aparecen con caras beatíficas en cuadros y en estatuas, que según las leyendas han sido martirizados, que han sufrido hasta el extremo, o que han hecho maravillas, y milagros... gente que no son de ese mundo, directamente. He conocido, saludado y escuchado alguno. Santos como Juan Pablo II, o santas que todavía no lo son, como Rosa Deulofeu. Y santos que nunca estarán en los altares pero que son santos, por buenos, por modélicos, por heroicos. Hubo un tiempo, precisamente durante la fase de Juan Pablo II, en que la Iglesia católica parecía una fábrica de santos. Salían santos de todas partes, se hacían canonizaciones en masa, la plaza de San Pedro del Vaticano se llenaba de peregrinos por las beatificaciones y canonizaciones muy a menudo. Llegó el papa Benedicto XVI y las redujo y también las relocalizó: ya no se hacían grandes concentraciones en Roma, sino en las iglesias locales. Menos, y sin tanta suntuosidad romana. Ahora estamos en un punto intermedio. Sigue habiendo cada año más santos en el santoral, pero los modelos que se proponen son más plurales.

El papa Francisco habla de los santos como de los "amigos de Dios".

Tenemos una grave crisis de referentes, gente en quien reflejarnos, personas a quienes seguir

Estos días el Opus Dei está muy contento porque pronto el santoral añadirá a una santa, laica, porque en el Opus no hay religiosas ni monjas. Es Guadalupe Ortiz de Landázuri, la primera laica del Opus Dei que se sube a los altares. Fue la única chica de la clase en el colegio de Tetuán, y una de las cinco mujeres que en 1933 se matriculó a Químicas en la Universidad Central de Madrid. Se doctoró y fue profesora. La biógrafa Cristina Abad destaca la inteligencia, la alegría y la generosidad de Guadalupe Ortiz. Está lleno de gente así, no hace falta que sean santos. Lo que la Iglesia hace con los santos es proponer caminos o maneras de hacer que puedan interpelar o iluminar. Santos, santitots y beatos llenan el calendario, pero también la vida de gente que busca referentes. Tenemos una grave crisis de referentes, gente en quien reflejarnos, personas a quienes seguir. Los influencers tienen miles de seguidores porque proponen algún tipo de vida que a las personas los motiva o interesa. Gente que deja huella. Gente que te puede cambiar la vida. Personas que interpelan. Sin referentes ni brújula se va a la deriva. O al abismo.