La desobediencia cívica es un arma potentísima pero costosa y difícil de administrar. Es costosa porque consiste en violar la ley, y eso, en una democracia y por principio, despierta una lógica repulsa por parte de los observadores. Es costosa también porque los que la practican tienen que estar dispuestos a someterse al castigo que establece la propia ley. También es difícil de administrar porque para ser eficaz es necesario que la desobediencia la practiquen muchos, y es muy difícil conseguir que muchos se movilicen al mismo tiempo y que lo hagan de manera inequívocamente no violenta.

La jornada del 1-O fue un magnífico ejercicio de desobediencia cívica: organizado, masivo, no violento (que la policía lo fuera sólo lo puso todavía más de relieve) y con un objetivo claramente democrático: ejercer el derecho al voto.

Que la reacción por parte del Estado fuera la represión era del todo lógico: de eso va la desobediencia cívica. En el caso que nos ocupa, sin embargo, la represión está resultando muy superior a la que sería legítima, por la sencilla razón de que el Estado está violando sus propias normas. Este hecho es lamentable con respecto a sus víctimas, pero desde el punto de vista de los objetivos de la jornada constituye un hecho extraordinariamente positivo, porque pone de relieve que la desobediencia estaba más que justificada.

Estoy seguro de que a la inmensa mayoría de los independentistas catalanes les gustaría defender su posición en un escenario como el británico: en un referéndum acordado y vinculante precedido de una campaña libre y larga. Lamentablemente, el Estado ha dejado claro que no permitirá este escenario. Por lo tanto, habrá que volver a la desobediencia cuando sea el momento oportuno (que no creo que sea cuando se dicten las sentencias, sino cuando se pronuncie el TEDH, pero esta es otra historia).

En cualquier caso, ahora existe un consenso tácito por parte de las tres fuerzas independentistas de que no es el momento de desobedecer. La prueba es que, desde el 27 de octubre del 2017, ninguna de las tres ha protagonizado ningún acto de desobediencia, y eso que las tres han tenido alguna ocasión destacada. La penúltima, el martes pasado, cuando JxCat y ERC pactaron que los diputados presos y exiliados no votarían, y la última, la CUP, cuando la alcaldesa de Berga lo dejó inmediatamente después de que se le comunicara la inhabilitación.

El movimiento independentista requiere mucha ética para triunfar, y la ética empieza por decir la verdad

También hay un consenso tácito en hacer ver que no se obedece, es decir, en no explicitar que, hoy por hoy, nadie desobedecerá ninguna instrucción del Estado, por alejada que esté del derecho. La contradicción entre obedecer y hacer ver que no se obedece es lo que está generando tanto malestar entre los protagonistas y tanto desconcierto entre las bases respectivas, y considero que este es un grave error táctico de nuestros dirigentes, porque el movimiento independentista requiere mucha ética para triunfar, y la ética empieza por decir la verdad. Lo desarrollaré.

Si no va de desobediencia, ¿de qué va entonces el conflicto de ayer entre JxCat y ERC?

El diputado Batet fue entrevistado por la noche en el programa Més 324. Xavier Graset le dijo que "malas lenguas" dicen que lo que está tratando de hacer JxCat sería eliminar a Roger Torrent. Batet lo negó y no tenemos por qué poner en duda su palabra. Entonces, ¿qué?

El mismo diputado Batet, en el curso de la entrevista, y quizás sufriendo un lapsus freudiano, nos dio la clave. Transcribo: "Quizás lo que entre todos tenemos que hacer y nos tenemos que responder es que esta posibilidad de hacer un gobierno efectivo, pues, frente a este corsé que representa el 155, pues bien, pues, pues, nos pone muchos palos a las ruedas para poder sacar adelante el proyecto, pues, y el resultado que emana de las elecciones del 21 de diciembre".

La cosa está clara; lo que el diputado Batet estuvo a punto de decir (pero no se atrevió a decir, y de aquí la abundancia de "pues") es que "esta posibilidad de hacer un gobierno efectivo... es imposible".

Los ciudadanos catalanes, y particularmente los que nos movilizamos el día 1-O, demostramos sobradamente que nos merecemos ser tratados como adultos

Dicho de otra manera, la divergencia táctica entre JxCat y ERC no es sobre desobedecer o no, sino sobre si estabilizar o no un gobierno efectivo. Para ERC eso es básico para "acumular fuerzas y ampliar la base". Para JxCat, que no fue precisamente diligente en la constitución del Govern, estabilizar un gobierno efectivo podría ser negativo porque normalizaría la situación política y reduciría la tensión con el Estado. El hecho de que el gobierno español de Pedro Sánchez esté tan ansioso de normalización en Catalunya les confirmaría esta impresión.

Cada uno es libre de opinar lo que le parezca más oportuno sobre esta cuestión. La línea de aprovechar cualquier herramienta de poder, por pequeña que sea, era la obsesión de Prat de la Riba, por ejemplo, y gracias a ella hoy somos alguna cosa. Los contrarios a esta opción siempre podrán decir que las circunstancias actuales, con presos y exiliados, son excepcionales y requieren una actitud excepcional.

Lo que a mí me parece vital es que los que quieren dirigir el país hablen claro. Los ciudadanos catalanes, y particularmente los que nos movilizamos el día 1-O, demostramos sobradamente que nos merecemos ser tratados como adultos. Celebro que hayan decidido que ahora toca obedecer, pero entonces que sean coherentes con esta decisión y que no estén hablando a todas horas de desobedecer (y que no nos líen con preciosismos sobre "sustituciones", "delegaciones" y "representaciones" que a nadie le interesan, y menos que a nadie a ellos).

Los últimos días han sido horribilis para el independentismo, pero no porque la alcaldesa de Berga lo haya dejado habiendo anunciado que no lo haría, ni porque se haya roto la mayoría independentista en el Parlament, ni porque JxCat y ERC parezcan más enfrentados que nunca, sino porque los líderes de las tres formaciones parecen incapaces de explicarse de manera honesta, y un político que no se explica de manera honesta no nos puede llevar muy lejos.