Desde que la izquierda mundial decidió convertirse en un antro de moralismo, olvidando de una forma irresponsable su (maravillosa) tradición laica, la progresía de todas partes se ha instalado cómodamente en la teoría del chivo expiatorio. Superada por el marco del nuevo autoritarismo tecnócrata, la izquierda vive frescamente en el universo de la superioridad ética y, para justificar su eterna siesta, le basta con invertir toneladas de ira contra enemigos de carácter simbólico. En cuanto a nuestra tribu, este fenómeno se ha visto perfectamente en la figura del rentista. Hace unos años, los activistas por el derecho a la vivienda disparaban —justamente— contra los grandes tenedores de pisos turísticos, responsables de convertir nuestras bellas ciudades en una casa de putas infecta, pero el odio (y la frustración) se propaga rápido, y ahora la bilis tiene como destinataria a cualquier persona que cometa el pecado de heredar un pisito.

A mí esta tendencia me hace cierta gracia, sobre todo cuando veo que el odio contra los supuestos rentistas proviene especialmente del mundo cultural. Digo que la cosa tiene guasa, porque sin la figura de los rentistas no existiría una tradición como la nuestra, donde la pobreza habitual de los creadores se mitigó durante siglos gracias a que estos recibieron un trozo de tierra sobre el que caer muertos. A su vez, y si nos alejamos de la caricatura, la figura del rentista resulta fundamental por el vínculo del común con sus orígenes nacionales, ya que la propiedad privada está indisolublemente vinculada a la memoria colectiva. Con todo esto no digo que nuestra literatura, pintura o música solo se haya basado en la condición de ser-hijo, ni que tengamos que quemar los versos de Salvat-Papasseit o el teatro de Joan Brossa; solo certifico algo tan de sentido común como la transmisión de la tierra asegura mantener la identidad.

Ahora, la bilis de la izquierda tiene como destinataria a cualquier persona que cometa el pecado de heredar un pisito

Ayer mismo, las redes hacían vírico un fragmento de entrevista de nuestro genial Albert Pla en el que (hablando con unos chicos españoles de izquierdas de la SER, y los interlocutores aquí son básicos) dividía a sus amigos entre los trabajadores y todos aquellos coetáneos de su edad que esperaban la muerte de sus padres para cobrar la herencia. El propio artista aclaraba que no se refería a grandes propietarios, sino a críos que recibían un pisito en Palamós o en Sabadell; "nada, una tontería; 100.000 euros que, además, me los tengo que partir con el cabrón de mi hermano". La afirmación es curiosa, porque yo sugeriría a nuestro genio que empezara a dividir a sus amigos de otra forma; entre los trabajadores y los aspirantes a vivir del cuento… pero que no saben contar. Puesto que si uno piensa que recibir un piso de esta cantidad puede salvarte del curro, ya sea en Palamós o en Sabadell, es que toma sustancias bastante dudosas.

No obstante, hay que reconocer a la izquierda su innegable capacidad de generar vergüenza en actos de absoluta justicia política y social. Primero, porque si alguien hereda una cantidad razonable de propiedades (aparte que tiene todo el derecho del mundo, debido a la voluntad testamentaria de sus propietarios), no solo está abrazando un trozo de tierra, sino que asume cuidar de su memoria familiar. A partir de aquí, hay rentistas especuladores e irresponsables, faltaría más; pero también hay propietarios que se sacrifican por dignificar su patrimonio. Todos conocemos a familias de la antigua clase media que han podido ir tirando gracias a las rentas de uno o dos pisitos, y habría que diferenciar a esta peña de las portavoces histéricas que invitan a la radio para ejercitar el resentimiento de clase (y que deben tener un patrimonio bastante parecido a gente como Carme Alcarazo, dicho sea de paso).

Si matáis al rentista, será más fácil que los restos de la clase media del país acaben empobrecidas y —a su vez— los debates españoles tendrán vía libre para colonizar todavía más nuestro imaginario. Dicho esto, larga vida a los progenitores y que pasen muchos años para que se haga cierta la previsión de la divinidad; heredarás la tierra. Si los comunistas no lo impiden, of course.