Tanto por el lado materno como paterno, soy nieta de personas con sus orígenes en Andalucía. Un lado de mi familia no sólo emigró de Andalucía a Catalunya, sino también de Catalunya a Alemania. A pesar de eso, nunca me he sentido identificada como charnega. Tampoco he visto a mis padres como tales. No me lo siento, en parte, porque nunca sufrí ninguna discriminación por el hecho de tener familiares que no habían nacido en Catalunya, a pesar de saber que ellos sí que habían sufrido al inicio de su llegada. Precisamente, consideraba que charnega era un insulto etnicista fruto de la actitud intolerante de algunos catalanes, y que su gran derrota era que una catalana como yo se sintiera catalana.

Tampoco me siento identificada con la identidad charnega de los que utilizan el término para reivindicar su identidad. No estoy en contra. Pero he crecido en la Catalunya central, hablo catalán con mis familiares, hayan nacido donde hayan nacido, y mis padres tienen aquello que se dice profesiones liberales, no de las consideradas propias de las clases más humildes. Siempre me he preguntado, pues, qué hace el charneguismo, si la sangre o la cultura. Seguramente, como bien pasa con cómo vemos a la raza en la sociedad contemporánea, es un poco de cada.

Por todo eso, siempre he oído que la apropiación del término charnego me dejaba en los márgenes. Lo cual es irónico, teniendo en cuenta que la identidad charnega pretende ser eso, una identidad marginal, en el sentido que habita la frontera. Para mí, cualquier intento de definirla circunscribiéndola a un relato determinado que cree una población tipo comporta el peligro de limitar el potencial transformador del término. También de invisibilizar las experiencias de muchos migrantes en Catalunya y, sobre todo, de sus hijos. Porque la constitución del charneguismo como una tercera identidad pura en su mezcla, fija y ancla la catalanidad y la castellanidad/españolidad. Decir que los charnegos no pertenecen a ningún sitio o no que son ni una cosa ni la otra es presuponer que los catalanes y los castellanos son de algún lugar. Que el lugar de uno no es el lugar del otro. Que hay catalanes y castellanos. Que podemos establecer claramente quiénes son catalanes y quiénes son castellanos. Que estas dos identidades, pues, son impermeables, no se pueden influenciar mutuamente sin crear esta tercera identidad que es el charneguismo.

Decir que los charnegos no pertenecen a ningún sitio o no que son ni una cosa ni la otra es presuponer que los catalanes y los castellanos son de algún lugar. Que el lugar de uno no es el lugar del otro

Si tenemos problemas para entender Catalunya en su complejidad y acabamos formulando discursos parciales fáciles de instrumentalizar por los actores políticos nacionales y estatales es porque solemos percibirla en esferas que se tocan pero no se mezclan. Catalunya es Catalunya porque hijos de los emigrantes castellanohablantes hablan catalán diariamente, y otros no. Porque las élites catalanas pactaron con las españolas, y otros no. Porque hay charnegos independentistas, y otros no. Porque hay catalanes de cuajo unionistas, y otros no. Tenemos que cambiar cómo entendemos la demografía y la historia. Tenemos que entender, de una vez por todas, que la Catalunya catalanófoba y la que acuñó el término charnego son la misma Catalunya. Que en una misma ciudad se puede marginar a un niño catalanohablante en un barrio, a un niño castellanohablante en otro, y el sábado organizar una manifestación multitudinaria para la inmersión lingüística. El área metropolitana no es más especial o relevante para entender el país que la Catalunya central, el Nord, el Aran, Ponent o las Terres de l'Ebre. Cada una de ellas tienen su propia idiosincrasia y, sin embargo, unas no se acaban de definir sin las otras y son más próximas de lo que parece.

Tal como dijo Audre Lorde, las opresiones y la intolerancia hacia la diferencia se encuentran en todas las formas, tamaños, colores y sexualidades. No hay ninguna jerarquía en las opresiones, concluía. El peligro de pensar en las identidades en Catalunya (dos o tres) como estructuras rígidas con clase, idioma, ubicación geográfica y sentimiento político marcados es que nos hace perder de vista como estas opresiones son múltiples e interaccionan entre ellas.

Como feminista, me es muy difícil aplicar acríticamente los principios del feminismo interseccional –el que pretende captar las problemáticas que afectan a las mujeres en función de otras categorías que trascienden la de género– al caso catalán, porque nunca acabas de tener la imagen completa. En Catalunya, las opresiones que emanan de la nación o la etnia están bastante repartidas. Por ejemplo, tener una posición económica privilegiada no implica que tu cultura o lengua sea la predominante. Hablar una lengua más mayoritaria a nivel estatal e internacional no te garantiza más oportunidades laborales. Y, como digo, eso no vale en todos los casos.

Tenemos que entender, de una vez por todas, que la Catalunya catalanófoba y la que acuñó el término charnego son la misma Catalunya

La cotidianidad es instrumentalizada por los diferentes agentes de forma más simplificada, resaltando aquello que creen más relevante de esta realidad de muñecas rusas repartidas por el poliedro que es Catalunya. Sin embargo, tenemos que entender que el factor diferencial entre esta lucha de relatos es que uno de los bandos cuenta con el apoyo del Estado. Este ente no sólo tiene más recursos para proteger a los que considera suyos, sino de utilizar la opresión que sufren para seguir perpetuando la opresión a los que considera los otros. Las feministas y teóricos queer (los que hablan de sexualidad y derechos LGTBI) saben un montón de eso. Hablan de pinkwashing (lavado rosa) y purplewashing (lavado lila) para criticar la utilización de los derechos de las personas del colectivo LGTBI y de las mujeres, respectivamente, para impulsar políticas racistas. Incluso se ha hablado del crip-washing, la utilización de la diversidad funcional como marco para limitar la salud sexual y reproductiva de las mujeres. En el caso catalán, Ciudadanos, Partido Popular y algunos sectores del socialismo, avalados por los medios y aparatos estatales, han esgrimido una supuesta marginalización de los castellanohablantes en Catalunya para impulsar políticas que hagan retroceder los usos de la lengua catalana.

Es necesario que todo el mundo que viva y trabaje en Catalunya y que se sienta interpelado a hablar sobre su identidad, catalana, castellana o charnega, tenga el género, religión, cultura o raza que tenga, lo haga. Necesitamos cada una de estas voces. Pero lo tenemos que hacer entendiendo que nuestra realidad no es ni única ni definitoria. Teniendo en cuenta que vivimos en una sociedad de opresiones y privilegios cruzados, expuestas ya sin artificios por el proceso soberanista, considero que es más necesario que nunca que esta reflexión venga acompañada de la conciencia de cómo nuestra experiencia puede ser instrumentalizada para hacer daño a los vecinos. Siempre, teniendo en cuenta que un bando tiene más recursos para alcanzarlo y que, por lo tanto, en el juego de la equidistancia y de la autocrítica mal hecha el ganador suele ser quien tiene más poder.