Las dos imágenes que mejor definen la política independentista desde el 1 de octubre son de esta semana. Una, el vídeo que circula por las redes sociales de políticos cantando la Estaca en la manifestación de Madrid, con un mar de esteladas y gente en el fondo. La otra, la pancarta en el balcón de la Generalitat con un lazo blanco y una franja roja que sustituye al lazo amarillo. La épica virtual y la sumisa picaresca institucional.

El procés se ha convertido en una máquina expendedora de momentos históricos y experiencias sensacionales ―pensadas para vivirlas, fotografiarlas y difundirlas―, que sirven para sacar a pasear, en dosis contenidas, las ganas de cambio del electorado independentista. Un electorado que ha demostrado una vez tras otra que está dispuesto a hacer todo lo que haga falta, incluso poner el cuerpo y la cara, para llegar a la consecución de una República catalana. Nuestros representantes electos, con el visto bueno de Òmnium y la ANC, han convertido la manifestación pacífica, multitudinaria y festiva en un paquete de experiencias de aquellas que regalas a los amigos cuando no sabes exactamente qué regalarles o quieres que se distraigan un poco porque los ves muy estresados. Fin de semana en Bruselas; fin de semana en Madrid; tarde en los Jardinets de Gràcia.

Nuestros representantes se sienten la mar de cómodos. Nos retransmiten en directo, vía redes sociales o medios de comunicación, su particular road movie. Porque ya hay un ritual político en las manis. Lo sé porque, en muchos momentos, caí en ello. El selfie con Jon Inarritu es obligado. También con alguna estrella de Twitter, independentista o feminista, que de buen grado se hará la foto con los políticos. Aliñado, todo, con la frase épica: "Hoy demostraremos a inserte el nombre de la autoridad de la zona donde nos manifestamos que el movimiento independentista por el derecho a decidir por la libertad de los presos políticos es cívico y pacífico". ¿Porque todos sabemos que el problema con España y Europa es que no pillan lo suficiente bien que somos pacíficos y cívicos, verdad? El procés es el desfile por Instagram, Facebook y Twitter de gente bonita, digna y muy, muy sabia.

El Govern de la Generalitat no se salva. Quien mejor lo ejemplariza es la consellera de Cultura, Laura Borràs. Ella y yo nos hemos dado apoyo ante las acusaciones de supremacismo que hemos recibido por nuestra opinión hacia el uso de la lengua catalana y la instrumentalización de la castellana. En esta lucha me encontrará siempre a su lado. Siempre. Mucha gente considera que Borràs es una gran consellera y ven consecuente que se presente en Madrid. Tiene un club de fans en Twitter y todo, que ella retuitea y contesta. Es, ciertamente, una persona muy válida y muy inteligente. Pasa que, si lo analizamos fríamente, ¿en base a qué se considera que es buena consellera?

Cuando todavía no nos han explicado qué pasó después del 1 de octubre, ya vamos camino de que nadie haga balance, ni tome responsabilidades, por el desastre que ha sido el gobierno efectivo

Si nos fijamos en notas de prensa y tuits en Twitter de su cuenta, el de Cultura y el de Junts per Catalunya, veremos que lo que más se destaca del balance de su obra de gobierno es el número de reuniones que ha mantenido (371), los actos donde ha asistido (333) y los kilómetros (67.183 en coche, 29.606 en avión) y los tuits (2.425) que ha hecho. Borràs ha construido su fama como consellera a golpe de selfies, sonrisas, citas de autores en Twitter (y en postales) y zascas en el hemiciclo a los diputados de Ciudadanos. No en base al carné único de bibliotecas, la creación del Consell de la Mancomunitat Cultural, el Plan de Archivos y Gestión Documental de Catalunya ni la culminación de la Red de Archivos Comarcales. Unos hechos que la nota de prensa del Govern sitúa como destacados.

Esta popularidad digital, aparentemente meritocrática, entronca con la incapacidad cada vez más manifiesta que tenemos la ciudadanía de pedir explicaciones a nuestros representantes. Pensemos en las elecciones que vienen. En todas. Cuando todavía no nos han explicado qué pasó después del 1 de octubre, ya vamos camino de que nadie haga balance, ni tome responsabilidades, por el desastre que ha sido el gobierno efectivo. Tenemos conselleres que irán a las elecciones municipales por Barcelona. El president Puigdemont se presentará a las europeas, a pesar de la promesa de restitución al frente de la Generalitat que fundamentó la candidatura de Junts per Catalunya. El vicepresident Junqueras irá en diez mil listas para demostrar vete a saber qué que los catalanes no sepamos a estas alturas y que a los españoles y a los europeos no les sude el higo por delante y por detrás, que diría Pepe Rubianes.

¿Cómo podemos la ciudadanía evaluar la gestión de nuestro gobierno, si sus piezas se resitúan en otros espacios y nos instan a votarlas con el relato de que se trata de una jugada maestra para evitar el ascenso de la extrema derecha, avanzar en una república que no han hecho avanzar a pesar de gobernar, facilitar el diálogo con el Estado y denunciar la injusticia en Europa? Pedir el voto sin haber explicado qué has hecho para merecerlo y asegurando que, si no los recibes, estaremos peor de lo que estamos ahora no es democracia, es chantaje. Hacen falta hechos y explicación de los hechos. Claro está que eso es difícil de ver y, preguntar, si nos bombardean con imágenes épicas, citas de libro de autoayuda y entes intangibles en sitios web como el Consell per la República.

Resulta irónico que, hoy por hoy, el gran enemigo de la República catalana no sean los poderes centrales españoles, sino la República digital.