Durante la adolescencia sufrí acoso en el instituto y en el club de waterpolo. Este último, con un componente sexual. Del del instituto me he resarcido bastante bien. Del de waterpolo, no mucho. He arrastrado durante años la vergüenza de ir en bikini por los lugares. También una cierta desconfianza hacia los hombres. He llegado a concebir el amor y el afecto por ellos como una debilidad, y sus defectos como una traición hacia mí.

Cuando salió la sentencia de La Mandada y muchas mujeres empezaron a hablar de las agresiones sexuales que habían sufrido, me di cuenta de hasta qué punto mi temor durante años no había sido que me violaran por la calle o en cualquier otro lugar, sino que el acoso que había sufrido me hubiera resquebrajado el alma para siempre. Fueron unos días grises, en los que no fui a ninguna manifestación ni acto de protesta. Necesitaba desconectar de todo. Arreglarme. Era una situación ambivalente. En el momento en que las mujeres gritaban más fuerte y más unidas, yo me sentía más aislada que nunca. Pero, a la vez, gracias a que cada vez eran más las que hablaban, yo podía pensar cómo me sentía y podía explicarlo, si hacía falta.

La única cosa relevante que hice aquel fin de semana fue ir al cine a ver una película de superhéroes. Desde que soy adolescente que me encantan. Mi personaje preferido era Jean Grey. Una telépata mutante que tenía la fuerza Fénix, más poderosa que Magneto y el Profesor X juntos. Era inteligente, fuerte, sexi, vivía aventuras y se ligaba a tíos buenos como Hugh Jackman. En las películas, Jean Grey era incapaz de controlar sus poderes y necesitaba ser tutelada por un hombre. En mi cabeza, Jean Grey domaba al Fénix y salvaba el mundo, en vez de acabar muerta porque los héroes la mataban para intentar salvarlo. Durante aquella época, me inventé mi propia superheroína, Aqua. Dominaba el agua, el oxígeno y el hidrógeno. Era inteligente, fuerte, sexi, vivía aventuras y se ligaba a tíos buenos como Francesco Totti. O Gianluigi Buffon. Depende del día.

En el momento en que las mujeres gritaban más fuerte y más unidas, yo me sentía más aislada que nunca

Cada vez que sufría una situación de mierda en el instituto o en waterpolo, me imaginaba qué haría Aqua. Ella era noble a pesar de pasarlo mal. Yo tenía que ser así. No podía ser que la fealdad del mundo me corrompiera. Pensar en Aqua evitó que me convirtiera en la primera chica que coge una metralleta y se carga a diez compañeros de clase y a medio equipo de waterpolo masculino. Hubo una etapa en que Aqua se pasó al lado oscuro a causa de dudas existenciales, pero nos recuperamos a tiempo. Gracias, en parte, a una escucha intensa de canciones de Britney Spears.

La película que fui a ver el fin de semana en que muchas se manifestaron contra las agresiones sexuales fue una fiesta de la salchicha cisgénero superheroica. Estaba previsto. Aunque en los tráilers previos había saltado de la butaca al ver, por fin, a Avispa volar al lado del Hombre Hormiga, sabía que la película sería una retahíla de hombres y más hombres luchando contra un hombre megalómano. Con tres o cuatro superheroínas como comparsa. Va, hombre, va, si todo el mundo sabe que la Bruja Escarlata le metería una buena tunda de hostias a cualquiera de los malos. Entonces vino la escena post-créditos. En un último acto de desesperación ante la derrota inminente, uno de los capataces de los buenos lanza una señal de auxilio. Después de un rato comunicando, en el busca aparece un símbolo. El de la Capitana Marvel.

No espero mucha cosa de la película que protagonizará la Capitana el año que viene. Tampoco de su papel en la segunda parte del filme que fui a ver. Pero que en una situación apocalíptica, ella fuera la última esperanza de la humanidad para enfrentarse a un titán asesino de masas, me alegró. Es estúpido, lo sé. Pero, en aquel momento, sentí la misma chispa de fuerza que me transmitía Aqua años atrás. Por primera vez en tres días, me sentí tranquila y en paz. Sonreí. Todo irá bien. Lucharás y vencerás. Me levanté de la butaca y salí al aire libre.