La situación política española se está envenenando aceleradamente, aunque, claro, nadie puede saber el desenlace final de los acontecimientos. La convocatoria de la finalmente fracasada manifestación del domingo en Madrid, con PP, Ciudadanos y los ultras, empezando por Vox y terminando por todo tipo de fascistas, hizo temblar las piernas a un PSOE dividido, acomplejado y paralizado por los rencores internos. El PSOE no tiene una idea compartida de España y, lo que es quizá peor, le falta fuerza y convencimiento para plantar cara. La fragilidad de la izquierda española ante el avance de los radicales es sorprendente y desarmante (un artículo a parte merecería un tipo como Felipe González, cuya deslealtad hacia su gente no tiene nombre y solo la explica un narcisismo patológico).

No me puedo extender en el análisis de lo que está pasando en Madrid, con una derecha salvaje y fanatizada, abducida por el odio y a la que le resbala que para llegar al poder pueda causar un daño tal vez irreparable a lo que tanto dicen amar, España. Quisiera, en cambio, prestar atención a lo que tiene que hacer o puede hacer Catalunya ante el ataque furibundo desatado contra Pedro Sánchez, un tipo, por otra parte, no muy consistente y aferrado a la táctica como pócima mágica. No es de extrañar que haya escrito un libro teorizando sobre la supervivencia (Manual de resistencia). El problema es que creer que la supervivencia es lo más importante en política lleva al cinismo y la inmoralidad. No. En política sobrevivir no es lo más importante, y quien así lo proclama se retrata a sí mismo. Es alguien para quien los valores, los ideales, los proyectos, el espíritu de servicio, lo que ha prometido a los ciudadanos no son lo primero, no son la prioridad. La prioridad es él. Me temo que el volumen de Sánchez se puede leer en clave maquiavélica o, menos sofisticadamente, a la luz de la cita atribuida a Groucho Marx: "Estos son mis principios..., pero si no les gustan, tengo otros".

Hay dos estrategias en discusión sobre lo que puede hacer Catalunya: la que podemos llamar 'insurgente' y la que podemos llamar 'realista'

Decía que quería concentrarme en lo que tiene que hacer o puede hacer Catalunya ante el huracán que se está formando. Hay, resumiendo mucho, dos estrategias en discusión, en lucha. La que podemos llamar 'insurgente' y la que podemos llamar 'realista'.

La primera pasa por embestir, es decir, lanzar una ofensiva desde la calle y las instituciones, esgrimiendo el discutible mandato del 1 de octubre de 2017 y la declaración verbal de independencia del 27 del mismo mes. Ignorando completamente que Catalunya en estos momentos está gestionando un fracaso, una derrota. Es como el boxeador que, apalizado y magullado, se levanta del suelo casi ciego pero blandiendo desafiadoramente los puños. Su destino suele ser acabar otra vez en tendido en la lona, sangrando mucho más que antes y escupiendo un rosario de dientes. Esta vía confía en que enfrentarse ahora con todo y a todas con el Estado puede conducir a una intervención exterior que, a su vez, desemboque en un referéndum con todos los requisitos. Esta estrategia tiene, en caso de desbordamiento, un claro peligro de desencadenar la violencia, lo que supone heridos y quizás muertos. La intervención exterior se produciría sólo después de eventos realmente dramáticos. Y es inimaginable que fuera para imponer en Madrid un referéndum sobre la independencia de Catalunya.

La segunda estrategia ―como en el caso anterior, con diversas variantes― pasa por, sin renunciar absolutamente a nada, trabajar para reforzar la posición ante lo que puede venir. Esto es seguramente más complejo que lo que hemos visto antes. Supone hacer muchas cosas a la vez, hacerlas bien y hacerlas sin perder tiempo (el soberanismo ha estado más de un año perdiendo miserablemente el tiempo). Quiere decir hacer lo posible para que la tríada de la derecha salvaje no llegue a la Moncloa. Quiere decir hacer hincapié más en el soberanismo ―el referéndum― que en la independencia. Quiere decir construir puentes con el universo de los comuns y, si se dan las condiciones, también con el PSC. Quiere decir dejarse de peleas entre partidos y personas para priorizar el país. Quiere decir reforzar la cohesión interna de la sociedad catalana, mediante políticas concretas y también contando a todo el mundo y sin eufemismos cuál es la situación real. Quiere decir que el gobierno tiene que reivindicar y defender a los líderes que están siendo juzgados, pero también gobernar y mostrar que se gobierna. Quiere decir articular una estrategia a corto, medio y largo plazo. Quiere decir, cuando se pueda, renovar y reordenar los liderazgos (políticos y civiles), lo que supone en muchos casos nuevas personas, establecer jerarquías. Y quiere decir también fijar mecanismos eficientes de toma de decisiones (el soberanismo no puede continuar siendo una ruidosa e ininteligible olla de grillos).

Soy partidario de la segunda estrategia, y me gustaría ―y casi seguro que aquí estoy realizando un ejercicio de imaginativo voluntarismo― que el soberanismo fuera capaz de llevarla a cabo con convicción, firmeza, disciplina y talento.