Cervera es uno más, uno de tantos municipios que reprodujeron los pactos de la Diputación de Barcelona, que tenían como único objetivo cerrar el paso, al precio que fuera, a un gobierno republicano. La Diputación les salió extremadamente barato a los socialistas, tan barato que en privado se reían de la escasa astucia negociadora de los seguidores de Puigdemont. Era tal la obsesión enfermiza de los nacionalistas contra los republicanos que los de Iceta, infinitamente más serenos y prácticos, pudieron aprovechar la animadversión patológica de los postconvergentes contra los de Junqueras para convertirlos en su muleta silente y mansa en toda la región metropolitana y hasta Cervera.

El de la Diputación es, sobre todo, el pacto del hígado, al menos por la parte de la muleta. Y también se adivina como el pacto de la omertà. Su presidenta, Núria Marín, vive plácidamente incluso cuando en su consistorio se ha perpetrado uno de los escándalos de corrupción, con derivas mafiosas dentro de su grupo municipal, más sonados. Marín sabe que delante de sus socios sólo hay que hacer aquello de "pitas, pitas" para aplacar cualquier protesta. Y así vemos cómo sus socios, en funciones de mansa muleta, miran a otro lado. Hoy por ti, mañana por mí. Y mientras tanto entretengamos a la parroquia, convirtiendo un trapi torpe en una noble y patriótica causa.

En Cervera, capital de La Segarra, habían gobernado los convergentes desde tiempos inmemoriales. Pero en estas últimas elecciones, los nacionalistas se vieron superados por los republicanos. La reacción fue pedir auxilio al PSC para retener el poder. Cabe decir que, en este caso, al menos se reservaron la alcaldía. Todo lo contrario que han hecho en la Diputación y en todos los consejos comarcales metropolitanos donde sus votos han servido para entronizar al PSC, reventando así la estrategia republicana de asaltar los feudos socialistas. En ausencia de estrategia plausible hay una máxima que cohesiona una argamasa posconvergente cruzada de corrientes internas que se sacarían los ojos. Pero compartir un adversario en común a batir, les hace cerrar filas. Detrás no hay nada de nada, nada más. Fuera del habitual recurso a la pirotecnia, organizar castillos de fuegos, aplaudir y volver para casa, hasta la próxima verbena. Ninguna estrategia ni poco ni muy seria sobre cómo lo volveremos a hacer.

En Cervera, una moción de censura liderada por republicanos y miembros de la CUP, ha sentenciado el binomio de moda a tantas plazas, en el extremo que han batido cualquier registro anterior. Socialistas y miembros de Junts se han hartado de pactar y repartirse instituciones, con los socialistas como grandes beneficiados. Hasta 13 consejos comarcales los de Puigdemont han pactado (o regalado) al PSC, casi siempre con el hígado. Hasta tal punto que han intentado pactos, incluyendo a Ciudadanos en el batiburrillo, con el único objetivo de echar a los republicanos, como en El Maresme. Por el contrario, sólo un pacto supramunicipal entre republicanos y los de Iceta, el Urgell, con la diferencia que la presidencia es republicana.

Pero también es cierto que hay esperanza porque hay notables excepciones. Tarragona y Lleida son las más destacadas. Gracias a Junts, pero también en los comunes, hoy estas ciudades han relevado al alcalde socialista por un republicano. Nada simboliza mejor que Lleida y Tarragona cuál es el camino a seguir para arrancar al PSOE sus feudos en Catalunya. Es el mismo camino que se siguió en Sant Vicenç dels Horts y exactamente el mismo camino que en su día abrieron Tremosa, Romeva y Junqueras en el Parlamento Europeo, que nada tiene que ver con frentes patrióticos ni con listas únicas que, en el mejor de los casos, nos llevan al empate infinito. Y el empate, cuando eres el débil de la ecuación, es la condena a la subalternidad.