1. Reaccionarios contra progresistas. La guerra en Ucrania está eclipsando los movimientos tectónicos que se están produciendo y separan el mundo entre progresistas, incluyendo a algunas personas conservadoras, y reaccionarios. Con un ejemplo me sobra para explicarlo. La noche del jueves de la semana pasada, se celebró un debate televisado entre Valérie Pécresse, candidata del partido de derecha Los Republicanos (LR) en las presidenciales francesas, y el aspirante ultraderechista Éric Zemmour. Una de las cuestiones que les enfrentó fue el asunto de la inmigración. A pesar de que la candidata conservadora manifestó que quería reducir el flujo de gente migrada, topó muy agriamente con Zemmour, que defendía fortificar las fronteras de Francia para evitar las llegadas ilegales. “Usted sería un presidente impotente porque no le preocupan las cosas concretas —reprochó Pécresse a Zemmour, adoptando un razonamiento progresista—; sería un presidente ideólogo”. ¿Qué quería decir?

Lo que distingue a un conservador de un progresista de verdad es, precisamente, un determinado sistema de ideas económicas, políticas o sociales que configuran la visión de la realidad. La ideología es esto. El problema de ciertos conservadores es que a menudo, cuando los reaccionarios les pasan por delante, no tienen inconveniente en caer en brazos de los ultras. A principios de 2020, la cancillera alemana Angela Merkel censuró a los miembros de la CDU que habían votado con los liberales y el partido de extrema derecha Alternativa por Alemania (AfD) para echar al primer ministro Bodo Ramelow, de Die Linke, el partido de la izquierda poscomunista. El trastorno fue tan gordo que provocó la dimisión de Annegret Kramp-Karrenbauer, que un tiempo antes había sido elegida sucesora de Merkel al frente del partido democristiano alemán. En Europa, Merkel es ahora una especie en extinción.

2. El extremismo de cualquier color en España. La semana pasada, el PP de Castilla y León actuó como la CDU de Turingia antes de la intervención de Merkel. La derecha española no dispone de ninguna Merkel capaz de forzar la dimisión de Alfonso Fernández Mañueco por su pacto de investidura con Vox. El presidente de Castilla y León es hijo de Marcelo Fernández Nieto, el alcalde franquista de la ciudad de Salamanca entre 1969 y 1971. Supongo que debe ser por tradición que no rehúsa pactar con el partido que reivindica sin complejos la dictadura de Franco. Seria como renunciar a la herencia familiar. Los españoles de derechas son bastante más primarios que los alemanes y por eso el nuevo líder del PP (todavía in pectore), Alberto Núñez Feijóo, no solo no ha dimitido por la consumación del pacto entre conservadores y ultras, sino que en realidad lo ha bendecido. El PP apaga el fuego (Casado) con aceite (Núñez Feijóo).

En la pasada década soberanista, el movimiento independentista estuvo condicionado por una izquierda extremista que buscaba confrontarse con una derecha catalana que habría querido cavernícola. CiU fue, sin duda, un grupo con graves problemas de corrupción, pero entendía la política y defendía la democracia a la manera de Merkel y no como lo han hecho los herederos de Fraga Iribarne

A veces me encuentro que en alguna tertulia alguien quiere comparar los pactos del PP con Vox (que ya son unos cuantos) con los del PSOE y Unidas Podemos. No tienen nada que ver. Para empezar, porque los populistas de izquierda no impugnan la democracia ni tampoco, como ha quedado demostrado desde que ocupan asientos ministeriales, el régimen del 78. Al contrario. A pesar de algunas discrepancias, como por ejemplo la visión sobre la guerra de Ucrania, al aliarse con el PSOE, Unidas Podemos se ha convertido en otro bastión más de la monarquía. Los populistas son tanto o más constitucionalistas que los socialistas. A diferencia del independentismo, que durante una década ha arrinconado contra las cuerdas al régimen, Unidas Podemos no ha cuestionado nada. Incluso ha contribuido a la transformación de Esquerra. Ahora le reclama que se sume a una estrategia pactada de Estado. Como escribió el pasado sábado Pablo Iglesias, sin este pacto “no habrá futuro ni para el PSOE, ni para Unidas Podemos, ni para los independentistas”.

3. Reparar el Estado o marcharse. La colonización españolista de la política catalana queda demostrada con afirmaciones tan absurdas como esta que escribió Pablo Iglesias. Un independentista de verdad no pacta con el Estado del que quiere separarse. O por lo menos no pacta con él para reforzarlo. Pacta, en todo caso, para acordar el ejercicio de la autodeterminación. La preocupación de la izquierda española por la infiltración de la extrema derecha en los gobiernos regionales es legítima. Estos primeros pactos presagian lo que puede acabar pasando en el gobierno del Estado y es normal que les preocupe. Pero desde una perspectiva catalana, lo que ha ocurrido en Castilla y León es imposible que se dé jamás en Catalunya. Aunque Vox haya obtenido once diputados en las últimas elecciones al Parlament, no tiene ningún socio con quien aliarse. Vox ha crecido en Catalunya por el hundimiento del PP y de Ciudadanos y, también, por el voto ultra españolista de gente que antes votaba al PSC o al PSUC. Las naciones también se definen por el hecho de tener un sistema de partidos propio. Y Catalunya tiene el suyo, diferente del de España. La extrema derecha en Catalunya es españolista, y eso es realmente preocupante, pero en el Parlament no tiene representación ningún partido de extrema derecha catalanista o independentista.

El problema en Catalunya es otro. Los que sostienen que Podemos es como Vox, si bien del extremo opuesto, opinan lo mismo de la CUP. Los anticapitalistas catalanes son más coherentes que los populistas de izquierda, sean españoles o catalanes. Ellos sí que impugnan el sistema, incluso intentan dinamitarlo de oficio cuando no conviene. Por ejemplo, oponiéndose a que Artur Mas fuera nombrado president de la Generalitat en 2015, forzando a Puigdemont a una carrera imposible de dieciocho meses para proclamar la independencia o bien impidiendo la investidura de Jordi Turull cuando estaba a punto de ingresar en prisión. Posiblemente, este fue el error de cálculo más bestia de todos, porque la crisis que habría provocado el encarcelamiento del nuevo president de la Generalitat habría sido de grandes proporciones. Tengo la impresión de que el ideologismo que Valérie Pécresse ve en Éric Zemmour es más acusado en la CUP que en cualquier otro partido. En la pasada década soberanista, el movimiento independentista estuvo condicionado por una izquierda extremista que buscaba confrontarse con una derecha catalana que habría querido cavernícola. CiU fue, sin duda, un grupo con graves problemas de corrupción, pero entendía la política y defendía la democracia a la manera de Merkel y no como lo han hecho los herederos de Fraga Iribarne. Además, jamás se habría aliado con Vox.