El liderazgo del papa León no es carismático, pero sí moral. No es un personaje fascinante y carismático que anule la voluntad de quien se acerca a él. El suyo no es un talante de estrella de rock o de fundador de nada. Es el gran continuador. El costalero de la antorcha. Una vestal que mantiene el fuego sagrado en un mundo que quiere autodenominarse secularizado y tecnológico, pero que a la hora de la verdad se sigue planteando las cuestiones fundamentales que no se responden solo con argumentos científicos y algoritmos.

No quedan ya líderes morales globales de los que se esperen gestos o palabras. El Dalai Lama también lo es (y en este caso sí que lo acompaña también un aura de carisma).

La manera de gobernar del nuevo papa es colegial. Ya lo era antes, cuando era el padre Bob o el cardenal Prevost. A este estilo a él le gusta llamarlo sinodal. No es un pontífice del control o el autoritarismo. Tampoco es un asambleario por naturaleza. Sabe qué papel juega y de qué poder está revestido, y lo ejerce. Estos primeros días de pontificado hemos podido observar qué dice y a quién recibe. Todavía no hay ningún escrito grueso: ninguna encíclica, ninguna constitución apostólica, ninguna exhortación apostólica, ninguna bula papal. Pero sobre todo, todavía no hay ningún viaje. Como san Agustín, a quien él mira como referente (tenemos un papa agustino después de un papa jesuita), que le gustaba concebir el viaje como aquel momento de vivencia intensa. Vive más, quien viaja. El Papa nos ofrecerá sorpresas en los viajes, porque sabe que donde se la juega es en el mundo, y no en la protegida curia vaticana. En los próximos días se moverá cerca, por vacaciones. Por primera vez en más de una década, el pueblecito de Castelgandolfo volverá a ver a un papa como ilustre veraneante. Este pequeño movimiento ya dice mucho, porque abandonar la curia es positivo, como para todos los que trabajamos es sano dejar el trabajo y distanciarse para descansar.

Conoce la maldad humana y las maquinarias de guerra. Pero no se rendirá nunca, porque su papel es precisamente poner sobre la mesa otras lógicas. Habla del amor, porque sabe que no hay otro antídoto

En un coloquio convocado por la Sociedad Económica Barcelonesa de los Amigos del País (SEBAP) en el Palau Macaya sobre el liderazgo del papa León XIV, el filósofo Francesc Torralba distinguía entre la potestas y el autoritas. Hay gente con carisma pero sin poder. Otros tienen poder, pero ningún tipo de carisma. El caso del papa León es el de la autoridad. Su poder es pequeño, si se compara con el poder militar, o mediático, o económico. Pero cuando abre la boca, cuando se mueve, cuando pontifica, lo escuchan. Torralba considera que el Papa es un líder que habla de esperanza —sin caer en la ingenuidad— y no solo del estoicismo de la supervivencia.

Su elección fue celebrada por diarios como The Guardian o el New York Times como ejemplo de un líder espiritual mundial que tiene cosas que decir.

Para quien concibe la religión como liquidada, esta elección les ha parecido la gran paradoja. Mientras el mundo está desorientado o entregado a desastres, el Papa habla de no tener miedo y mantener la esperanza. Ángel Castiñeira, director de la Cátedra de Liderazgos y Sostenibilidad de ESADE advierte que el carisma "es peligroso porque lleva intrínsecas dimensiones emocionales que secuestran a las personas, como vimos con Hitler o Mussolini." No es este el estilo leonino, que no seduce con esta fuerza emocional.

Su primer discurso estuvo lleno de palabras como amor y paz, talmente como una canción kumbayá. Pero cuidado, que el Papa peruano no es un hombre solo de fuego de campo y hermandad. Sabe aguantar la tensión del conflicto y entiende que puede tener un papel mediador e influir en el deshielo de los bloques, que ya no son solo dos. El mundo ha construido multibloques que hay que ir deshaciendo. El papa León XIV se ha formado en la teología de san Agustín, donde la gracia es necesaria porque la humanidad sola no puede salir adelante. El mundo está tocado, según esta concepción de Agustín de Hipona, por el pecado original, pero se puede redimir. La confianza del papa León XIV en Dios es el motor que le hace decir "non praevalebunt". El mal no prevalecerá. No es un comentario inocente de un memo inconsciente. Sabe que hay guerra. Conoce la maldad humana y las maquinarias de guerra. Pero no se rendirá jamás a ellas, porque su papel es precisamente poner sobre la mesa otras lógicas. Habla del amor, porque sabe que no hay otro antídoto. Cauto y listo, se está erigiendo como una voz necesaria y relevante. Todo indica que está dejando, a toda prisa, el papado en prácticas.