Sostengo, desde el día después de las elecciones, cuando parecía evidente que el independentismo era clave en cualquier ecuación de investidura, que la oportunidad solo era buena si se actuaba con inteligencia. Veníamos de un tiempo en que se había negociado tan mal, y con tan poca altura política, que toda prevención era poca. Hasta el 23-J, las alianzas del independentismo parecían automáticas, primero, porque con ERC había bastante y, segundo, porque el partido republicano había convertido este automatismo con el PSOE en estrategia política.

Vista la experiencia, todo el mundo daba por hecho dos cosas: que ERC pactaría con los socialistas y que el pacto sería de coste bajo. Pero esta doble seguridad estalló por los aires la noche electoral en que los diputados de Junts se convirtieron en imprescindibles. A diferencia de los republicanos, los de Junts no estaban automáticamente ligados a los socialistas (es decir, no se sentían obligados por ningún eje ideológico), y tampoco estaban dispuestos a negociar la menudencia. Esta doble condición, la posibilidad de pactar con los unos o con los otros, y hacerlo sobre grandes cuestiones nacionales, es la que ha cambiado completamente el panorama y ha elevado la complejidad de la investidura. Al fin y al cabo, a diferencia de ERC, Junts no muestra ninguna urgencia al salvar a los socialistas de sus miserias y eso les da una posición de fuerza con respecto a los republicanos. Lisa y llanamente, pues, gracias a la inevitabilidad de contar con Puigdemont para la investidura, las reglas de juego han cambiado, los grandes conceptos —catalán, amnistía, referéndum— han entrado en escena y el coste de la investidura se ha elevado considerablemente. Hecho que ha obligado ERC a cambiar de estrategia y subir las exigencias de pacto, para evitar la irrelevancia a la cual se asomaba.

Parecería, pues, que los republicanos han aprovechado la firmeza de Junts para plantear cuestiones como la amnistía que ni siquiera habían osado verbalizar, cuando tenían la sartén por el mango. En este sentido, algún día tendrán que explicar por qué pactaron solo unos indultos, cuando esta figura solamente beneficiaba unos pocos, y era, por lo tanto, inequívocamente insolidaria, y dejaba abierta en canal la herida de la represión a centenares de independentistas. Una vez y otra, ERC desperdició oportunidades de oro, con un entreguismo al PSOE del todo inexplicable, que ha pagado electoralmente.

Se debe sacar el conflicto catalán de la ecuación judicial y pasarlo a la ecuación política, y por eso tiene sentido la amnistía, porque es un paso de reconocimiento mutuo, una declaración de principios.

Sin embargo, obviando los errores del pasado, hay que aplaudir que ahora cambien de estrategia y no malbaraten el coste de sus votos en la negociación. Pero, a pesar de haber situado el umbral en la amnistía, hay que señalar algunos errores de grosor que se están cometiendo y que resultan lesivos si se quieren alcanzar los objetivos. El primero: superar el miedo a una quiebra en la negociación. Nuevamente, a diferencia de Junts, parece que ERC muestre un miedo patológico a no conseguir el acuerdo, como si una segunda vuelta electoral fuera la catástrofe. Contrariamente, los socialistas tendrían que percibir que no son los únicos interlocutores del independentismo, y que este no tiene miedo en nada.

El segundo error es vender la piel del oso antes de haberlo cazado (con perdón por el símil cinegético), convirtiendo el debate de la amnistía en una triste exhibición mediática. ERC tiene tanta necesidad de recuperar la credibilidad perdida que ahora utiliza la amnistía como un fuego de virutas declarativas, con todos los líderes paseándose por los micrófonos explicando cómo tendría que ser, qué límites tendría y a quién tendría que beneficiar. ¿Cómo es posible que hablen de nombres de personas —la cacería a Laura Borràs es tanto descarnada como malvada—, cuando ni siquiera se ha empezado a hablar de cómo sería el texto? Hay que subrayar que la amnistía la aplicarán los jueces caso por caso y que, o se plantea en términos muy precisos e inteligentes, o podría haber disparates. No olvidemos, por ejemplo, que la amnistía al presidente Puigdemont lo tendría que aplicar Llarena, de manera que cada punto y cada coma que se negocie se debe hacer con precisión de cirujano. En este contexto de extrema delicadeza, esta exhibición de declaraciones de líderes republicanos jugando con los límites y los nombres que entrarían, es absolutamente frívola y sobre todo impúdica. Al final, un momento de tanta importancia podría quedar malbaratado por la frivolidad más abyecta. Habría que pedir a los republicanos un poco de silencio y una buena dosis de responsabilidad, porque nada está hecho y todo puede estropearse.

Finalmente, una cuestión que ya he planteado en otras ocasiones, pero que es importante remachar, porque también aquí creo que ERC se equivoca en el tiro. La amnistía no puede ser la moneda de cambio de la investidura, sino la antesala de la negociación. Se debe sacar el conflicto catalán de la ecuación judicial y pasarlo a la ecuación política, y por eso tiene sentido la amnistía, porque es un paso de reconocimiento mutuo, una declaración de principios. La negociación para la investidura tiene que venir después y, sin duda, el independentismo tiene que poner sobre la mesa el referéndum. La amnistía no puede ser el punto de llegada, sino el punto de salida, a partir del cual el independentismo se puede plantear validar un presidente de Gobierno, sin perder la dignidad. Al fin y al cabo, de perderla ya sabemos. Ahora hay que demostrar que sabemos mantenerla.