En España hay dos culturas políticas mezcladas, pero secretamente enfrentadas: la contable y la patriótica. La contable ha monopolizado de forma superficial el discurso político y humanístico durante los últimos 40 años. La patriótica es la que ha mantenido el Estado al abrigo de la decadencia y la americanización del Continente.

La americanización fue la respuesta que Europa dio a las dos guerras mundiales, y a la larga ha resultado tan empobrecedora como el afrancesamiento que siguió al reinado de Luis XIV y a la Guerra de Sucesión. Si el universalismo francés consistió en tratar de bárbaros a todos los pueblos que no se doblaban a la pedantería napoleónica, la macdonalización de Europa ha pasado por tratar de neonazis todas aquellas manifestaciones de amor que impedían la supremacía de la economía sobre la política.

Ciudadanos y PSOE son productos de la tradición contable, mientras que el viejo PP, Podemos y los nacionalismos catalán, vasco y gallego vienen de la tradición patriótica que echó a las tropas napoleónicas y que ha mantenido vivas las tradiciones contra las lógicas deshumanizadoras de capitalismo. Sólo a través del amor se puede poner los poderes económicos al servicio de la política. Por eso desde la Transición el discurso contable ha insistido en separar los sentimientos de la razón, pasando por alto que la democracia se inventó para no tener que caer en locuras románticas o ilustradas.

València es el lugar donde el choque de estas dos tradiciones es más hondo, y ha generado más confusión y esperpentos. En ningún sitio como en València se confunde con tanta intensidad el bien común, con el llamado interés general -que es un concepto monetario ideal para los pobres de espíritu que viven como si todo se pudiera vender o comprar. La derrota del PP valenciano, que es una CiU invasora, abre las puertas a la clarificación de estas dos tradiciones.

La tradición contable se impuso durante la Transición para impedir que los patriotas se mataran entre ellos, a cambio de someter la democracia a los intereses económicos consolidados durante la dictadura. Sólo la aceptación del principio de autodeterminación puede evitar que las tradiciones patrióticas vuelvan a chocar de mala manera o que el espíritu contable acabe sometiendo España a las dinámicas deshumanizadoras del capitalismo.