Entramos en la recta final de una de las campañas electorales más extrañas que he conocido. Decisiva como ninguna y plana como pocas.

No recordaremos la campaña del 2015 por grandes actos, piezas de comunicación impactantes o mensajes memorables. Los escenarios fundamentales de la contienda han sido los debates, las encuestas y el asalto de los candidatos a los programas de telebasura. Y por supuesto, la red. La resurrección de Podemos en las últimas semanas tiene mucho que ver con la acreditada eficacia de su ejército de activistas en las redes sociales y en las múltiples plataformas que ofrece Internet. Quien no haya estado atento a ese espacio, no se ha enterado de nada en esta campaña.

¿Cuál ha sido el tema dominante de la campaña? No Catalunya, en contra de lo que muchos esperaban. Tampoco la recuperación económica, como sin duda le hubiera gustado a Rajoy. Ni siquiera los recortes del PP, como ha intentado el PSOE. Y por supuesto, en absoluto los grandes temas que preocupan al mundo entero: el terrorismo globalizado, la destrucción del planeta a manos de sus habitantes, la crisis demográfica de Europa y las oleadas migratorias, el nuevo orden económico y social tras una crisis brutal…

No: el tema de estas elecciones han sido las elecciones mismas. El resultado de las elecciones, para ser precisos. Las encuestas, las especulaciones sobre los resultados, los ejercicios de nigromancia sobre las alianzas postelectorales, la lucha por la ocupación de los espacios ideológicos, las apelaciones permanentes al voto táctico… Una campaña autocontemplativa de la que han estado ausentes las vidas de las personas.

Todos los candidatos me han contado hasta el hartazgo lo que les ocurrirá a ellos si ganan o pierden (sin precisar tampoco en qué consiste ganar o perder), pero ninguno se ha tomado la molestia de explicarme en concreto de qué forma mejorará mi vida o la vida del país si les doy mi voto. El mensaje central ha sido: Vóteme para tener más votos.

Y sin embargo, se espera una participación masiva. Porque a pesar de la deprimente mediocridad de los mensajes y de sus emisores, existe la convicción de que estas elecciones marcarán la suerte de varias generaciones, la salud y la estabilidad de nuestra democracia y si España volverá a pintar algo en el mundo.

En los tiempos del bipartidismo era un dogma que la participación beneficiaba al PSOE y la abstención al PP. No será así esta vez. Si la participación se dispara por encima del 75% (el récord es el 80% de 1982) puede pasar cualquier cosa, pero los principales beneficiarios serían Ciudadanos y Podemos. Sospecho que si el 20D se presentan en las urnas tres millones de personas que se quedaron en casa en el 2011, no será para apoyar a los dos partidos que protagonizaron aquella y todas las elecciones anteriores.

Nos acaban de servir la última ración de encuestas. Ahora entramos en la zona oscura de esa prohibición anacrónica que consiste en que los partidos y los medios seguirán disponiendo de encuestas para influir sobre los votantes, pero éstos no podrán conocerlas para orientar su voto.

Si tomamos la foto fija en la entrada de la recta final, lo que vemos es al PP en cabeza, con un suelo del 25% y un techo del 30%. Y varios cuerpos detrás, algo muy parecido a un triple empate entre tres partidos tratando de alcanzar el 20%, con ligera ventaja de Ciudadanos sobre sus dos rivales.

Si vemos la carrera en movimiento, lo que vemos es a un partido, el PP, que se sostiene o incluso parece repuntar levemente al alza; Podemos, en plena remontada; Ciudadanos, en lo que podríamos llamar “progresión desacelerada”; y el PSOE bordeando el abismo de una caída a plomo.

En la noche electoral del 1996, Felipe González dijo que le había faltado una semana más de campaña o un debate. En esta ocasión, parece que a Albert Rivera le han sobrado las dos semanas de campaña y los dos debates. Un envoltorio deslumbrante para un contenido dudoso: a medida que la atención se desplaza del envoltorio al contenido, aparecen las primeras dudas. Por suerte para él, sólo queda una semana y las dos víctimas de su crecimiento, PP y PSOE, siguen sin hallar el antídoto anti-C’s.

Podemos ha conseguido finalmente encontrar el camino para recuperar una parte del hilo narrativo que en su día lo encumbró. No obstante, hay algo de engañoso en su remontada, porque una buena parte de los escaños que se le están adjudicando a Podemos no son realmente suyos, sino de los partidos con los que se ha asociado. Y todos ellos (Colau, Iniciativa, Compromís, Beiras, etc.) ya han anunciado que sus diputados no se integrarán en el Grupo Parlamentario de Podemos ni seguirán su disciplina de voto. Así que en la noche del día 20 habrá que hacer un ejercicio de investigación para averiguar cuántos diputados tiene realmente Pablo Iglesias.

En todo caso, los socios nacionalistas de Iglesias le están haciendo un trabajo extraordinario. A destacar la muy eficaz campaña de Ada Colau, que le está dando ahora el respaldo que no le prestó el 27S.

Pedro Sánchez podría encontrar en las predicciones que lo condenan al naufragio un resquicio para salvar algún mueble. Primero, porque la propia negritud de los pronósticos le permitirá presentar ante su partido como un resultado aceptable lo que hace dos meses hubieran considerado desastroso. Y segundo, porque aunque el dirigente socialista ha sido incapaz de establecer ninguna clase de vínculo afectivo con ningún sector de la sociedad española –ni de su propio partido–, sí hay una relación emocional muy enraizada entre el electorado históricamente progresista y lo que el PSOE significa. Activar a la desesperada ese resorte emocional para salvar la sigla parece su última baza, de ahí su postrera denuncia de una supuesta “conjura anti-PSOE”.

Rajoy hace lo que mejor sabe hacer: esperar. Esperar y, como un Mourinho cualquiera, especular con el resultado que, de momento, le da una pírrica victoria por la mínima. Si consigue no bajar del 25% (son 20 puntos menos que hace 4 años, que se dice pronto), mantener con el segundo una distancia de 6 puntos o más y que por detrás de él haya un triple empate, preferiblemente con el PSOE en cuarta posición, el sistema electoral operará fuertemente a su favor y en la cuenta de escaños podría salvar el pellejo in extremis.

Así estamos al entrar en la recta final. Lo que veamos en la meta dependerá de dos cuestiones clave:

Primero: ¿Se votará más para elegir un gobierno o para expresar un estado de ánimo?

Segundo: ¿Prevalecerá el eje derecha versus izquierda (lo que quiere el PSOE), el eje seguridad versus incertidumbre (lo que necesita el PP) o el eje lo nuevo versus lo viejo (lo que impulsa a Ciudadanos y a Podemos)?

De momento, esta noche asistiremos a una escenificación contundente de este último eje: un debate en color sepia Rajoy-Sánchez comentado al alimón por Iglesias y Rivera. Sólo faltaba que los comentaristas tuvieran mayor share que los del debate. Veremos.