Ya estamos en el ecuador que nos llevará al 12-M, la campaña emocional, y no creo que la próxima semana aporte muchas novedades en el aspecto político. Estas eran unas elecciones que Carles Puigdemont había diseñado apelando al sentimiento de los desengañados por los hechos de 2017 y que, muy hábilmente, Pedro Sánchez ha cambiado de tempo haciéndonos creer que reflexionaba sobre marcharse de la Moncloa (y, de paso, que se ha hecho feminista). Catalunya no es una excepción dentro de las mareas de la política mundial, y la polarización hará que, a día que pase, el 12-M sea una cuestión casi americana; a saber, si los votantes acaban escogiendo a Salvador Illa o al president 130 como inquilino de Palau. El resto será cuestión de escoger las alfombras y la vajilla; es decir, de saber si Esquerra podrá pintar algo de peso en el futuro pastel y si nuestra extrema derecha podrá tener suficiente presencia en el Parlament para hacer de árbitro.

Salvador Illa quería una campaña tranquila, sin sobresaltos... y con Sánchez como candidato virtual. Pero el líder del PSC, como sucedía en los años 90, ha visto que para obtener una victoria lo bastante sólida (y presidencialista) tenía que apelar al voto moribundo de Ciudadanos. En este sentido, estoy seguro de que Illa no dice nunca "Lérida" ni "el Bajo Llobregat" cuando habla con castellanohablantes, y también que no le complace ver como un líder sindicalista grosero, primario y españolarro (un líder sindicalista, vaya) especula sobre las cagaleras y las meadas del Molt Honorable mientras huyó a Bruselas en un maletero. Pero los gustos de cada uno importan un pepino, en todo esto, porque esto es una guerra y hay que asegurarse hasta la última papeleta. De hecho, si el líder del PSC quiere mofarse de Puigdemont, le recomiendo algo mucho más simple: bastaría con hacer circular entre indepes vídeos con sus promesas de 2017.

Por su parte, Carles Puigdemont ha hecho una dieta apresurada de presidencialismo para iniciar una cruzada contra mi partido, el abstencionista. El president lo ha hecho siguiendo el manual convergente de toda la vida; a saber, recordándonos que su lista puede no acabar de convencerte, pero que siempre será mejor que tener a gobernadores civiles en Palau (Marta Ferrusola lo decía prácticamente igual, pero con una gracia más familiar). Sobrepasando la línea que va del cinismo al humor, el Molt Honorable se ha pasado a la realpolitik, aduciendo que él nunca ha aprovechado su desdicha personal a la hora de hacer "ingeniería emocional de nuestro dolor para obtener un rédito político". Bueno, el president tiene suficiente conocimiento periodístico como para desmentirse. Con un simple vistazo a la hemeroteca, y recordando que las mentiras también provocan ciertos sentimientos.

El 12-M será una cuestión casi americana; a saber, si los votantes acaban escogiendo a Salvador Illa o al president 130

Sea como fuere, la campaña emocional podría acabarse hoy mismo, y de hecho la mayoría de ciudadanos ya lo agradecería. A estas alturas, el votante del PSC ya sabe que el partido de Salvador Illa también ha sido una víctima del 155 y entenderá perfectamente que un Govern de su candidato ya no tenga margen ni para contar con las excepciones catalanistas que Pasqual Maragall —¡o incluso Montilla!— se veían obligados a embutir en la Generalitat (este PSC no tendrá de timón a Castells o Nadal, para entendernos). A su vez —después del plácet de Foment y de los presidents Mas y Pujol a la candidatura de Junts—, cualquier persona que se decante por una administración liderada por Puigdemont comprenderá que, aparte de tener que aguantar las arengas de Sílvia Orriols, estará apoyando a un president convergente dentro de una administración plenamente enmarcada en el autonomismo.

En caso de que eso sea factible (la cosa es muy poco probable, porque habría que contar con la reconciliación entre convergentes y republicanos e, insisto, con un gobierno de cocapitalidad en Ripoll), el elector se encontrará ante el mensaje político de poner el contador a cero. Dicho de otra forma, tanto Puigdemont como Junqueras pedirán a los catalanes que olviden los años que van del 9-N al 1-O, para volver a empezar la historia, valiéndose de su peso en el Congreso y de la presión que el independentismo pueda ejercer sobre Pedro Sánchez en el asunto del referéndum. Evidentemente, el lector es libre de creer en esta hipótesis, al igual que puede ver a una persona y a tres a la vez cuando mira un cristo. Pero servidor les recordará algo muy simple: a inicios de esta campaña, como he dicho antes, solo se hablaba del retorno del president. Después pasamos a hablar de la señora de Pedro Sánchez. Y ahora, simplemente, hablamos de Sánchez... y amén.