En Italia, el día 15 de agosto se celebra el ferragosto. En el pasado, el día de la celebración era el Primero de agosto. Por esta razón, el ferragosto indica el descanso vacacional durante todo el mes. Se trata de una festividad de origen romano que significa “descanso de Augusto”. En realidad, se trata de una fiesta en honor del primer emperador romano, Octavio Augusto, quien también dio nombre al mes central de la canícula. La celebración coincide con el final de las cosechas y el trabajo en el campo para brindar un merecido descanso al pueblo: los agricultores deseaban lo mejor a sus patronos y recibían a cambio propinas como regalo. Alguien podría suponer que Pedro Sánchez, de quien todo el mundo elogia su buena estrella, el 17 de agosto, día en que se votó la constitución de la mesa del Congreso, depositó calderilla en los escaños de Junts per Catalunya después de pasearse por Marruecos con aspecto de guiri en pleno ferragosto. La suficiencia de los líderes españoles ya confundió a Mariano Rajoy, quien se tomó a broma el giro soberanista de Artur Mas. Luego sucedió lo que sucedió y la venganza por el atrevimiento del político de “provincias” fue sorprendente. Se trata de la reacción habitual de los perdedores, aunque con su fuerza puedan tumbarte de forma instantánea. Mientras no pierdas por KO, siempre puedes ganar por puntos. Cuando es así, las propinas se convierten en anticipos.

Dado que el PSOE le tiene tomada la medida a Esquerra, debido a que desde 2019 los republicanos han anunciado con anticipación la intención de apoyar a la izquierda española, esto les impide negociar con garantías. De igual manera, dado que los socialistas creen que Carles Puigdemont es, digamos, como Miquel Roca, no acaban de comprender qué es Junts. Al presidente en el exilio le resulta indiferente que los socialistas sepan o no quién es y cómo reacciona, ya que la ignorancia españolista le da una gran ventaja sobre ellos. Desde el año 2017 hasta el presente, Puigdemont ha experimentado una transformación significativa, al igual que Junqueras, sin embargo, en un sentido opuesto. En primer lugar, el presidente no debe su libertad al PSOE, puesto que el exilio, que no era deseado, evidentemente, le ha preservado de quedar prisionero de un Estado que, si bien te ha indultado, no te ha perdonado la osadía de querer separarte. Los exilios actuales no son como los de antes, pues la sociedad de la información permite el teletrabajo transnacional. Conozco a una pareja que trabaja para una agencia de noticias australiana desde Barcelona, pero no para proporcionarles información acerca de Cataluña, sino acerca del mundo entero. Esto significa, por simple analogía, que Puigdemont no vive en Waterloo como si fuera un ermitaño. Para comprender qué sucede en Cataluña y España solo es necesario ser un buen profesional, voluntad y tener buenos asesores.

Según sus enemigos, Puigdemont es un político radical enloquecido. No lo es y pienso que el PSOE se está percatando de ello. Cuando Junts se pone las pilas, su radicalidad deja de ser antipolítica.

En mi etapa de estudiante, yo era casi el único llevaba bajo el brazo el diario Avui. Mis compañeros, incluyendo quienes decían ser más independentistas que un servidor, leían El País porque era el catecismo de la izquierda. De la izquierda española, por supuesto. En aquel entonces yo también leía El País y La Vanguardia (a veces incluso Mundo Deportivo). Advertía a los camaradas independentistas, siempre preocupados por recibir la bendición de la izquierda española, pero que me solicitaban a escondidas el diario en catalán, que ellos estaban mejor informados acerca de las izquierdas españolas que el interés que los españolistas mostraban por ellos. Así me lo reconoció Miquel Iceta tiempo atrás en un almuerzo en Il Ristorante de barcelonesa calle Sagués. El complejo de inferioridad de la izquierda independentista actual tiene sus raíces ahí. Puigdemont creció en otro entorno. Nació en Amer y se hizo políticamente en Girona, que es una plaza fuerte del nacionalismo catalán, aunque Girona estuviese bajo el control del PSC de Quim Nadal durante años. Nadal es actualmente consejero del gobierno de Esquerra, pero en 2018 rechazaba la acción política de los republicanos —y la evolución de los otros partidos soberanistas— en un libro de homenaje a Sebastià Salellas, padre del actual alcalde gerundense de la CUP. Cada uno es coherente como quiere y puede. Los políticos españoles no saben quién es Puigdemont porque sus aliados en Catalunya no les ofrecen un buen retrato de él, ni son conscientes del muro que ellos han ayudado a levantar y que protege a Puigdemont de las conchabanzas habituales. Según sus enemigos, Puigdemont es un político radical enloquecido. No lo es y pienso que el PSOE se está percatando de ello. Cuando Junts se pone las pilas, su radicalidad deja de ser antipolítica.

Quien quiera satisfacer sus propios deseos sobre el retorno del seny (“cordura”) en detrimento de la rauxa (“arrebato”), solo porque Junts ha aprovechado la ventaja que le ha dado el azar, los siete diputados imprescindibles para investir a Sánchez, que lo haga. Junts, a diferencia de CiU, no se siente obligado a comprometerse con la gobernabilidad de España. Por eso, este partido no sigue la lógica de los convergentes del pasado, aunque militen en él algunos antiguos pujolistas. Esta también es la distancia que separa a Junts de Esquerra. Como se ha mencionado, los republicanos confían en el PSOE y, sobre todo, en Sumar, a pesar de que este sea el partido que más veces les ha apuñalado. Siguen el ejemplo de EH Bildu, pero, sobre todo, por explicarlo en clave catalana, de Joan Lluhí i Vallescà, el cabecilla del Grup de L’Opinió en el seno de ERC, fallecido en México tal día como hoy de hace setenta y nueve años, quien pactó con el PSOE la revuelta contra las derechas españolas en octubre de 1934. Aquello fue un mal negocio para Cataluña y llevó a todo el gobierno de la Generalitat, incluido el presidente Companys, a la cárcel. No soy determinista, pero es evidente que el nacionalismo catalán repite constantemente los mismos errores.

El pacto de Junts para otorgar la presidencia del Congreso al PSOE ha sido un éxito. Este pacto es, sobre el papel, mucho más provechoso que ningún otro acuerdo de este tipo establecido con otros partidos desde 1977. Pero sería aconsejable que nadie se engañara: ni los independentistas radicalizados por la decepción de 2017, ni los corifeos del régimen del 78. El escepticismo y la suspicacia están justificadas. Este pacto tiene fecha de caducidad y en un mes, el 19 de septiembre, quedará claro si España, representada por el gobierno en funciones de Pedro Sánchez, cumple o no su compromiso con Junts. No cabe duda de que Sánchez pretenderá que Francia se oponga a la oficialidad del catalán, el euskera y el gallego en la UE y, de esta forma, poder decir que él lo ha intentado, pero que el chovinismo francés lo ha impedido. Puigdemont es ahora eurodiputado y está al tanto del funcionamiento de la maquinaria europea. En consecuencia, será difícil que Sánchez pueda engañarlo con una astucia tan grosera. Además, después de las concesiones de Sánchez para que el PSOE liderara el Congreso, quien perdería más con una maniobra como esa sería él mismo. Entonces no conseguiría ser investido de ningún modo.

Junts tiene una estrategia negociadora más efectiva que la de Esquerra. Los independentistas cobran los pactos al contado y no esperan a que Sánchez les convoque a una mesa de diálogo que no convoca. Junts busca la ventaja en el error no forzado del adversario, que se convierte en enemigo cuando las cosas se complican.

En contraposición a Junqueras, Puigdemont no experimenta temor alguno por la posibilidad de dejar caer a Sánchez y propiciar nuevas elecciones. Quizás incluso saldría ganando porque, por fin, habría demostrado de forma práctica los efectos de la llamada confrontación inteligente. Junts tiene una estrategia negociadora más efectiva que la de Esquerra. Los independentistas cobran los pactos al contado y no esperan a que Sánchez les convoque a una mesa de diálogo que no convoca. Junts busca la ventaja en el error no forzado del adversario, que se convierte en enemigo cuando las cosas se complican. El mismo individuo que pactó con el PP la supresión de la autonomía mediante el 155 y la alcaldía de Barcelona, y que no ha atajado la persecución del independentismo, es ahora quien tiene que tragarse el uso del catalán en las Cortes y la oficialidad de la lengua de catalanes, valencianos y baleares en la UE. Con tanta concesión, por la cual pagará un precio en España, Sánchez ha demostrado que no desea repetir las elecciones. No cabe esperar mucho de este individuo porque su posición será más inflexible ahora que en la negociación parlamentaria. Al fin y al cabo, la línea que separa los partidos independentistas de los partidos españoles es nacional y no ideológica. Pedro Sánchez y Salvador Illa son tan españolistas como Núñez Feijóo y Daniel Sirera.

Tras los encuentros protocolarios de los partidos españoles del régimen del 78 con el Rey de España (el mismo señor que amenazó a los catalanes el 3-O de 2017 con el apocalipsis y, por eso, es ignorado por Juntos, Esquerra, BNG y EH Bildu) se iniciará la segunda fase de la negociación de Junts con el PSOE. Los acuerdos para la investidura de Pedro Sánchez deben satisfacer de algún modo la solicitud de amnistía y autodeterminación planteada por Puigdemont desde el primer día. Esquerra no tiene otra opción que subirse al carro, porque se juega el futuro del gran poder obtenido a copia de acusar Junts de poco coherente y de radicalismo mágico. El número tres de Esquerra por Barcelona, el comentarista Francesc-Marc Álvaro, tenía razón cuando en plena campaña electoral defendió el pragmatismo de los republicanos con el argumento de que condicionar la investidura de Sánchez a la autodeterminación era llevar la política española a un escenario de bloqueo. Para él y sus nuevos compañeros, “ahora tocaba” volver a negociar con el PSOE la financiación autonómica, el traspaso de Cercanías y la reactivación de la ficticia mesa de diálogo. Lo que no anticipó quien antiguamente se declaraba pujolista es que en la actual legislatura —sea breve o larga—, Junts será el partido Alfa del independentismo en Madrid y, por lo tanto, impondrá su estrategia. Puigdemont no debe nada a Pedro Sánchez y no se fía de él. Su objetivo no es salvar al soldado Ryan. Las cosas son así en la actualidad, mientras estamos sumidos en el intenso calor del verano y una sequía constante.