Es admirable el sacrificio que estas personas están haciendo por España. Todo por España, por España, ña, ña. Juan Antonio Ramírez Sunyer, el juez del famoso juzgado número 13 de Barcelona, dejó en ello su postrera energía antes de morir. Otros están dejando su buen nombre, su dignidad, su credibilidad, su bondad, su humanidad, su sentido de la justicia, la decencia en suma. Ante la convulsión democrática que supone el movimiento independentista catalán, el españolismo se ha resguardado junto al defensor de Mussolini, el presidente Antonio Tajani, junto al abrazo de Joaquín Sabina con Arcadi Espada, junto al entusiasmo del himno de Marta Sánchez. No hay más españolismo que el que añora, medio avergonzado, la época del general Franco, la intervención de los militares en política y luego, naturalmente, también está el españolismo del gran silencio. El inmenso silencio que se produce ante las soledades de Castilla la ancha, el de la conciencia que se atreve a mirar más allá del veneno españolista, del individuo con sentido crítico que se siente insignificante ante las dimensiones colosales de un imperio absurdo e irreparablemente perdido. Efectivamente, ayer, los guardias civiles repitieron, como autómatas sin cerebro, la ridícula versión de los loros tropicales, aquella historia cursi e inverosímil que puso de moda la fiscal jefe de la Audiencia colonial de Barcelona, Ana Magaldi, procedente de una familia tan italiana como fascista: la historia del miedo gigante. Nunca en la vida había visto tanto odio como en los ojos de un independentista catalán, afirmó en febrero de 2017 sin que se le escapara la risa: “he visto muchas caras de muchos delincuentes, pero nunca, en los sesenta y cuatro años de vida, había visto una mirada de odio de un ciudadano como aquella.” Hay que querer mucho a España o lo que queda de España, se debe tener un resentimiento muy grande de los catalanes para haber iniciado esta fraudulenta campaña del odio superlativo. Amparándose sólo en la subjetividad de las percepciones, en la libre opinión. Amparándose en las sensaciones individuales para tratar de desprestigiar a alguien, esa miembro bien remunerada de la endogámica, incestuosa, clasista y ultraconservadora clase de los juristas españoles inició el relato pionero para la salvación de España. No es necesario que sea creíble. Sólo tiene que cumplir su función, sólo debe ser útil a efectos procesales. Algo tienen que poder repetir y repetir los policías y paramilitares de la Guardia Civil. Sobre todo porque así se evita que digan la verdad.

Los relatos de los miembros de la Benemérita son un único relato y perfectamente intercambiables entre las diferentes versiones. Pocas cosas han osado añadir los pobres números que declaraban como si estuvieran desfilando en una parada militar. Ha habido uno que, contra pronóstico, ha conseguido introducir una pequeña nota de verdad en medio de la impostura, un detalle que me ha parecido verosímil. Dijo que un hombre mayor le había mirado con odio “como si le estuviéramos quitando algo de su familia”. No va desencaminado. La represión españolista nos está quitando algo de nuestras familias, efectivamente. De todas las familias catalanas, las de presencia inmemorial y las de nueva planta. Nos está quitando la dignidad, la capacidad de gobernarnos a nosotros mismos, el respeto por la continuidad histórica de Catalunya como nación desde la Edad Media. El españolismo nos está quitando nuestra idiosincrasia, nuestra lengua, nuestra libertad, nuestros valores como sociedad cosmopolita y abierta, extraña a la cerrazón secular de España. Y sobre todo, el españolismo nos está quitando, para siempre, la capacidad de entendimiento, de amistad. Pobres españolistas. ¿Cómo nos podremos entender con vosotros si habéis hecho de la mentira vuestra bandera, si estáis destruyendo cada día que pasa vuestra credibilidad? Si internacionalmente vuestro crédito político ha desaparecido ¿Cómo podremos respetaros si vosotros mismos os habéis perdido el respeto? ¿Cómo podremos volver a confiar en vosotros con mentiras tan rudimentarias?