Ayer, durante un curioso acto cortesano del Ilustre Colegio de la Abogacía de Barcelona —esto de ilustre se ve que se lo dicen los abogados a ellos mismos— dedicado a la celebración de la festividad de san Raimundo de Peñafort, los periódicos dicen que hubo un problema de buena educación. Un problema con las buenas formas, ya es casualidad, precisamente durante la celebración de una reunión protocolaria de los abogados de la abogacía bajo la advocación de un santo dominico que no es un personaje cualquiera. San Raimundo, no se debe olvidar, no sólo fue el introductor de la santa inquisición en nuestro país, también fue el gran consejero político y cómplice del rey don Jaime I el Conquistador en la construcción de un estado dinástico de matriz catalana, lo que hoy los historiadores denominan Corona Catalano-aragonesa o simplemente Corona de Aragón. Este acto o, mejor dicho, reunión —para mí el acto es otra cosa, les ruego me disculpen— contó con la inestimable presencia del ministro de Justicia y Notario Mayor del Reino, don Rafael Catalá Polo, antiguo secretario general de Codere, una empresa dedicada a los bingos, las salas de apuestas, casinos, máquinas tragaperras y a todo tipo de timbas donde los jugadores siempre se despeñan, siempre acaban palmando. Exactamente no puede tratarse de un simple juego cuando juegas y juegas y, al final, la casa siempre gana. Lo digo para que se entienda de qué universo mental procede el señor ministro.

Pues parece ser que sí, que en presencia de su excelencia el ministro Catalá adornado con todo el medallamen, el Muy Honorable presidente del Parlamento de Catalunya, Roger Torrent, primera autoridad del Estado en Cataluña —mientras no se elija a un presidente de la Generalitat—, no pudo pronunciar normalmente su discurso, diciendo todo lo que pensaba que tenía que decir. Según sostienen sus detractores, como primer representante de todos los catalanes no podía denunciar, como fue el caso, la existencia de presos políticos en España, ni realizar una defensa de la legitimidad democrática de la independentismo político que hace política, del independentismo que no está dispuesto a dejarse gobernar por los que no ganaron las elecciones, que ni las ganaron ahora ni tampoco en el pasado. Se ve que Torrent hacía partidismo, era un mal educado, y en cambio no hacían partidismo los que le dejaron allí plantando para que hablara solo, el presidente del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, don Jesús María Barrientos, ni el fiscal jefe de Catalunya, don Francisco Bañeres, ni la fiscal jefe de Barcelona, doña Concepción Talón, ni el presidente de la Audencia, don Antonio Recio, ni el padre de la actual decana —que también suponemos debe ser la decana de todos los abogados y de las abogadas—, don Eugeni Gay. Unas dignísimas autoridades que deben ser necesariamente imparciales e independientes porque tienen la facultad de emitir sentencias, porque tienen la facultad de juzgar a todo el país entero, de juzgarnos a todos si quieren. O si pueden. Y se ve que cuando se levantan y se van no se muestran abiertamente en contra del independentismo político y, encima, son personas bien educadas y finas. Qué curioso que utilicen unos argumentos tan poco consistentes precisamente unas personas, los abogados, los juristas, que deberían estar acostumbrados a utilizar planteamientos más sólidos.

A mí me gustó especialmente la buena educación, exquisita, de la decana, señora María Eugenia Gay, ya es curioso, hija precisamente de Eugeni Gay, cuando se atrevió a decirle, ni más ni menos que a un presidente del Parlamento que el contenido del discurso “no era la idea”. Imagino que esta ilustre decana se cree con el derecho de decirle a un representante de la soberanía popular lo que puede decir y lo que no puede decir, o cuando es el momento adecuado para decir según qué cosas. Se le ve que ha nacido para mandar y para decidir, no como otros. Una lástima que le estropearan una fiesta tan chula por, total, cuatro radicales encarcelados. Y mal educados, hay que recordarlo, que tampoco hicieron las cosas de la manera reglamentaria. Que no saben cuándo es el momento ni la manera de hacer según qué, como ella. Que no respetan las leyes, en especial la ley que resume a todas las demás, la ley del Embudo. El ministro, ya fuera de la sala, insistió en los mismos argumentos fariseos y afirmó que ése no era el lugar para defender la independencia mayoritariamente votada ni para denunciar que Junqueras, Forn, Sánchez y Cuixart son auténticos presos políticos. Imagino, desde esa perspectiva suya, que el único lugar correcto para el discurso de Torrent hubiera sido, por piernas, ante una brutal carga de la policía. Ni venceréis ni convenceréis.