Ya que la televisión pública de Catalunya, la Tevetrés, ha decidido no hacer nada de nada para promocionar la literatura catalana, al menos podría evitar desprestigiarla. Al menos podría no jugar en contra, si pudiera ser, excelencias. Haría bien continuando como siempre, distraída con su programación adocenada y frívola, exhibiendo incultura y mala educación, españolismo cobarde, y no meterse donde no debe, evitando dar gato por liebre al respetable. Algunos ya sabíamos que a Xavier Bru de Sala, a Enric Gomà y a Narcís Garolera no les interesa demasiado la literatura, que sólo son tres sabios que pretenden vivir bien de ella y, por lo tanto, trabajar lo menos posible. Lo que no nos esperábamos, sin embargo, es que con dinero público urdieran un telefilme que constituye un auténtico insulto a la figura de Jacint Verdaguer, empequeñeciéndolo, deformándolo, manipulando obscenamente su memoria sólo para aprovecharse de su prestigio, como unos vulgares ladrones de tumbas, para vestir de algún modo su inmoderada vanidad. Son muy valientes utilizando a un muerto ilustre que ya no puede defenderse. El film firmado por Lluís Maria Güell i Guix, el prodigio de la serie Ventdelplà, no sólo es malo y mal traído, también es ridículo y tendencioso, porque confunde los intereses personales de los que lo han proyectado con la auténtica biografía de Verdaguer, reduciéndolo a un personaje tan limitado como ellos son. Devaluándolo hasta límites calumniosos, centrándose obsesivamente en imputarle relaciones con señoras, como si la hombría del gran escritor estuviera en entredicho, como si su vida atormentada pudiera reducirse a un melodrama que empezara y terminara en la entrepierna, debajo de la sotana.

Ninguna curiosidad por el drama humano del mosén, ningún respeto por el poeta más querido de Catalunya, por su universo sentimental, por sus ideas, por sus intereses personales, por su mundo particular y subjetivo que es el responsable de una de las aventuras literarias más importantes de la literatura europea decimonónica. En ningún lugar del filme la pasión de Verdaguer por la lengua viva de entonces, por la energía palpitante que le hace escribir como un poseído, ni por el paisaje, ni por la creatividad y el esfuerzo, ni por temperamento tardoromántico que saber hacer fructificar. Ningún interés por la religión, por la pasión y muerte de Jesús entendida como un presagio y una maldición espiritual, tampoco por la historia épica que le hacía soñar. Ningún retrato de su evolución personal, de su dramática vocación pública, a la vez creadora y destructora, ningún interés por hacer entender el drama de un hombre psicológicamente devastado, arrastrado por el sentimiento de culpa, por la insatisfacción íntima, ni por la tormentosa vocación de libertad personal con la que intentaba sobrevivir. Ningún interés por grandioso mundo de entonces. Sólo despachos y más despachos, pasillos y tresillos, exactamente el hábitat natural de los responsables de la cinta.

Baltasar Porcel ya hizo esto mismo, en su famosa entrevista a Verdaguer del 2002, sirviéndose del colosal prestigio del poeta para darse importancia y llenar el bolsillo. Ves hoy aquella infame entrevista y te queda claro que el escritor importante es Porcel y que mosén Cinto sólo está ahí por equivocación, que es un pretexto, un recurso para que la vanidad más grande de Mallorca abra su boca. Pero al menos Lluís Homar defendió a un Verdaguer digno y no estaba como un pasmarote, como el lamentable Ernest Villegas. Al menos Porcel, en su maldad infinita, tenía una categoría humana y cultural, un sentido común que no aparece en este nuevo film. Si quería hablar de sexo enfermizo y de represión, ¿por qué Bru de Sala no se ha atrevido a hacer una película sobre, por ejemplo, Montserrat? Quizá hará buenos amigos.