Las esculturas de esta última etapa creativa de Jaume Plensa (Barcelona, 1955) gustan muchísimo a los políticos catalanes y de otros países opulentos. Constantemente les está ofreciendo lo que más les gusta. En primer lugar una marca internacional para presumir y gastar a manos llenas. A los políticos estirarse el cuello e hinchar el pecho les entusiasma. Y gastar como si pagaran ellos de su bolsillo aún más. Después Plensa les provee de esculturas urbanas que reflejan sus auténticos valores y anhelos, identificables fuera de las campañas electorales. Unos valores de despotismo ilustrado, autoritarios, gubernamentales y escasamente cívicos: monumentalidad asegurada, arrogancia conceptual, imposición visual y vanidad elefantíaca. Sin olvidar una vaporosa justificación teórica que recordará todos los tópicos más elementales de Paulo Coelho. Jaume Plensa se ha convertido en cada vez más delicuescente y falsamente profundo a medida que sus esculturas se han tornado más grandes y aún más vistosas. Cuanto más se ha esforzado en agradar a todo el mundo se ha convertido en más previsible y menos perdurable. Porque aprovecha el sentimiento de debilidad psicológica y cultural del gran público, y le ofrece supuestas obras maestras comprensibles. Como estas tres puertas del Liceu recién presentadas. Una obra menor, equivocada y ostentosa. No es ningún secreto si decimos que, en realidad, es otro de tantos reaprovechamientos y variaciones de su famosa composición escultórica con tipografía atada, Alma del Ebro, el colmo de la modernidad en Zaragoza, como todo el mundo puede imaginarse.

Jaume Plensa hoy sigue abusando de las proclamas ramplonas, cuando quiere hacerse pasar por un artista engagé y rompedor como los de la gloriosa bohemia que ha hecho de Barcelona una de las principales ciudades del arte internacional. Cuando Plensa dice que “sus puertas son una invitación para entrar en el Liceu” se muestra frívolo por ser equívoco. Porque todo el mundo puede saber que le han encargado estas tres puertas precisamente para que el porche del edificio no sea de libre acceso. Porque no entre quien la propiedad de la ópera barcelonesa no quiera. Plensa también ha añadido que no le gustan las puertas, que está en contra del propio concepto de puerta, insinuando así una hipotética aversión a la propiedad privada que suponemos que no aplica ni en su taller ni en su domicilio particular. Pero que queda muy bonito para seducir al público más superficial y a los políticos sin demasiados conocimientos artísticos. Según dice Jaume Plensa este batiburrillo de letras inconexas que forman las tres vallas son una “celebración de la diversidad” y un “homenaje a Joan Miró”, como si todo el mundo estuviera dispuesto a creer la primera proclama políticamente correcta que justifique el enorme gasto de estas tres piezas. No veo por qué razón no puede decirse que también celebran el nacimiento de la primavera y la libertad de Ucrania. O la vuelta ciclista.

El arte oficial de hoy es demasiado políticamente correcto y sólo puede mantenerse en la vía pública gracias a la acción represora y vigilante de la policía. De lo contrario, no sobrevive ni dos días. Aunque los medios de comunicación proclamen sin cesar que es un arte que representa los valores más nobles y sinceros. Aunque Plensa diga que “la escultura es un suspiro como la poesía”. Con la situación económica actual y la ebullición social que conlleva el descontento político popular, hace falta algo más que buenas palabras y mejores intenciones. Quizá sea necesario un arte urbano que no sea percibido como una arbitrariedad en el espacio común de todos, como una arrogante imposición de los que cortan el bacalao. En todo el mundo, no sólo en Barcelona, sigue expandiéndose el arte reaccionario. Como, en tiempos de Mussolini se expandió el emblemático EUR de Roma, cuando los innovadores arquitectos Guerrini, Lapadula y Romano, por ejemplo, se atrevieron a erigir otro Coliseo pero en este caso cuadrado, el Palazzo della Civiltà Italiana.

El arte reaccionario es hoy un reclamo. Y un afán de protagonismo indisimulado que ya no se conforma con el extrarradio sino que se ha infiltrado en el centro de la ciudad, como ocurrió con Il Vittoriano en Roma, mal llamado la máquina de escribir. Las esculturas de Jaume Plensa son también, en este sentido, un comentario de un comentario de una referencia cultural en medio de todo. Y por eso se convierte en un artista político. Necesitan algo más que proclamas poéticas para situar, por ejemplo, esculturas frente al Palau de la Música catalana, en medio del paso de los peatones. De los peatones, de un populacho que no sólo son los que lo pagan todo sino que son los únicos propietarios de Barcelona. Recordemos que, en tiempos del alcalde Trias, se dio luz verde para que Jaume Plensa plantara una versión barcelonesa de la obra El alma del agua que hoy se puede contemplar en el paseo fluvial de Nueva Jersey, frente a Manhattan . La escultura debía medir más del doble que la americana, 52 metros. Y debía costar 32 millones de euros, sin contar los sobrecostes de última hora. Gracias a la suerte nunca se consiguió su financiación. Y al menos unos pocos barceloneses encontramos que en la capital de Catalunya, por ese precio, no le hacía ni le hace ninguna falta.