Raimon canta desde 1964 a un tiempo que será el nuestro, a un país que nunca hemos hecho aún. “No creamos en las pistolas” advierte alarmado. Y después añade: “Lejos estamos de recuerdos inútiles / y de viejas pasiones, / no iremos tras / antiguos tambores”. Hoy la sociedad catalana está mayoritariamente convencida de esto porque, efectivamente, tiene presente la hiriente memoria de la última de las guerras civiles españolas, el terror sostenido en el tiempo de la guerra fría y de las dos guerras mundiales. El pacifismo actual no es gratuito ni improvisado. Nace de la absurda experiencia de la guerra de 1914-1918 que no terminó, como se decía, con todas las guerras, pero que sí dejó claro que entre veinte y sesenta millones de muertos podían no servir absolutamente de nada.

Más acá en el tiempo, también se nos confirma el rechazo a las armas el formidable paso de liebre del IRA, el Ejército Republicano Irlandés, del terrorismo a la concordia de Gerry Adams, pero, sobre todo, sobre todo, la historia de sangre y de terror de lo que José María Aznar calificó de Movimiento Vasco de Liberación. Al fin y al cabo el ex presidente español, el de la criminal fotografía de las Azores, no es otro que el nieto de Imanol, de Manuel Aznar y Zubigaray, el brillante activista del Partido Nacionalista Vasco más antiespañol y conservador que acabaría siendo director de El Sol, de La Vanguardia Española y uno de los periodistas y políticos más destacados del franquismo exaltado. La amistad con José Antonio Primo de Rivera del abuelo Aznar es otro síntoma de una época que, ya fuera sólo en un bando, como sucesivamente, en ambos, quería resolver las contradicciones de la sociedad y las frustraciones personales a escopetadas, con la exageración del terror. Con una exaltación de la virilidad y de la valentía a través del ejercicio ritual de la muerte.

ETA y la dictadura se justifican mutuamente y se alimentan de forma indefinida, en una espiral de agravios y reproches. ETA y el nacionalismo radical de la democracia española, el del PSOE y el PP, exactamente lo mismo. De hecho, gracias a ETA, el nacionalismo españolista de hoy ha podido justificar lo injustificable frente a la opinión pública internacional, y decir que todo lo que no fuera la sagrada unidad patriótica era ETA y terrorismo. Aunque el independentismo catalán sea inequívocamente pacifista, desde el comienzo de su crecimiento electoral fue identificado como una peligrosa variante del terrorismo vasco, gracias a incautos como los militantes de Terra Lliure o a hombres profundamente equivocados como Carles Castellanos. El pez grande siempre se come al chico y cualquier agresión violenta del pez chico debe calcular muy bien la reacción implacable del pez más poderoso. El independentismo catalán ha pasado de pedir el voto para Herri Batasuna y justificar la violencia más salvaje a protagonizar la insólita huelga de hambre de Jordi Turull que lamentaba, a micro abierto, no poder comer canelones.

Por todo ello, es una mala noticia la reciente fotografía de Oriol Junqueras con Arnaldo Otegi, ambos, hoy, los principales puntales parlamentarios del PSOE. El independentismo catalán debe independizarse de Euskadi primeramente, de la tutela vasca, si alguna vez quiere conseguir separarse de España. Y no sólo porque EH Bildu haya abandonado el independentismo como muestra de buena voluntad, previa a cualquier diálogo, para conseguir una rápida y deseable liberación de los presos etarras. Sobre todo porque el nacionalismo vasco considera que no está preparado ni ahora, ni estará en los próximos veinticinco años, para conseguir la mayoría social que lleve a Euskadi a la independencia. Todo lo contrario de lo que ocurre en Catalunya. Es más, en nuestro país, hoy, la alianza estratégica de Esquerra Republicana con EH Bildu es difícilmente justificable. Mientras dirigentes independentistas catalanes se muestren en sintonía con el mundo abertzale será imposible que los catalanes de identidad hispánica puedan votar jamás por opciones separatistas. Otegi es hoy el gran obstáculo, el formidable tapón que impide el natural trasvase de votos de catalanes de lengua castellana, desde la inoperancia política de PSOE y PP, hacia los tres partidos del independentismo catalán.