Señor, que vuestra augusta majestad tiene una particular predilección por la ciencia política y por la buena gobernanza de vuestro reino, de acuerdo con los principios ilustrados, es bien notorio. No en vano, apenas proclamado monarca constitucional, hicisteis cambiar de vuestro despacho de gobierno el retrato de vuestro antepasado Felipe V por otro más significativo, el del rey Carlos III, el rey alcalde de Madrid, el monarca partidario del fomento económico y del avance permanente de las ciencias, aunque, cabe decir también, que su sincera preocupación por el pueblo fue la misma de todos los ilustrados. La de la máxima preocupación por el pueblo pero sin contar para nada con el pueblo. En este sentido, siendo como sois conocedor de las limitaciones del sistema democrático parlamentario actualmente vigente, el cual, tiene el peligro de desentenderse de la sociedad, de recluirse y aislarse en sí mismo, como durante los reinados de vuestros antepasados Alfonso XII y Alfonso XIII, formalmente y ceremonialmente democráticos pero que, en realidad, sólo perpetuaron el dominio de las oligarquías económicas y de los intereses de las sociedades anónimas por encima de las necesidades de la sociedad española en su conjunto.

Tampoco ignora vuestra real persona que el pueblo catalán, actualmente incluido dentro del conjunto de los pueblos de España, ni pertenece ni ha pertenecido jamás a la cultura castellana, abusivamente y tradicionalmente llamada española y que, por lo tanto, más allá de la legítima reivindicación política de independencia por parte de muchos de vuestros actuales súbditos, Catalunya constituye nítidamente una sociedad diferenciada y perfectamente identificable. Los catalanes, Señor, no somos ni mejores ni peores que otros pueblos de vuestro reino, pero tenemos rasgos diferenciales bastante importantes para subrayar una vez más que la distinción entre catalanes y no catalanes es política y socialmente útil y que, además, concuerda plenamente con la realidad de las cosas. El hecho vivo de Catalunya, tal como lo denominó Francesc Cambó ante vuestro antepasado el rey Alfonso XIII, no es una idea reciente ni espuria. No apareció al calor del malvado nacionalismo catalán del XIX, ni tampoco fue una perversa invención de unas determinadas oligarquías egoístas para romper una hipotética nación natural y milenaria llamada España.

Si nos remontamos, por ejemplo, hasta la Edad Media, origen de vuestros derechos dinásticos, veremos que las identidades colectivas e individuales eran fenómenos muy diferentes a los que hoy podemos constatar, pero ciertamente tan vivos como hoy. Dignos también de atención y de interés. Y podemos ver claramente que la cultura política de Catalunya era ya entonces muy diferente de la de Castilla, como testimonia una conocida anécdota recogida en la Crónica de vuestro antepasado catalán, el rey Pedro el Ceremonioso. Su padre y también antepasado vuestro, Alfonso el Benigno, habíase desposado en segundas nupcias con Leonor de Castilla, reina dominante y autoritaria, incapaz también como tantos antepasados vuestros, de comprender y de aceptar la diferente cultura política de la nación catalana. El caso es que, con motivo de las donaciones hechas a la nueva reina por parte del rey Alfonso, estalló una feroz revuelta en Valencia, comandada por Guillermo de Vinatea. Y mientras que el rey se esforzaba por encontrar una solución de compromiso, la reina irritóse enormemente reclamando a su marido que la rebelión debía abordarse de manera contundente y sanguinaria, sin contemplaciones. Sus palabras, según la Crónica fueron estas: “Señor, esto no lo consentiría el rey don Alfonso de Castilla, nuestro hermano, que él no los degollara a todos.” Inmediatamente se escuchó la respuesta del monarca catalán: “Reina, reina, el nostre poble és franc (lliure) e no és així subjugat com és lo poble de Castella; car ells tenen a Nós com a senyor, e Nós a ells com a bons vassalls e companyons.” El derecho a la palabra libre e incluso a la confrontación política con el monarca forman parte de una manera de entender la jerarquía y la administración legítima del poder muy catalana. Sería bueno, Señor, para vuestro buen hacer y benéfico reinado que no menospreciarais en nada la moral del episodio.