¿De verdad que aún los veis como antes de la catástrofe? ¿No los estáis viendo cómo actúan estos días? Sí señor, ya nos conocíamos todos, y bastante, pero cada minuto que pasa es aún más interesante. Se acabaron las más elementales distinciones de partido, se acabaron las comedias, las hipocresías entre los que se suponía, por decir algo, que eran de derechas o los que se suponía que eran de izquierdas. Los puntos de referencia se han borrado de repente, sobre todo los motivos por los que unos u otros presumían de buenos o de competentes o de patriotas o de sensatos. Ahora que estamos, por fin, viviendo la hora de la verdad, la experiencia humana de la catástrofe, no hay espacio para la duda: el gran poder y los del equipo del poder a un lado, y al otro los que no somos nadie. Sí, señoras y señores, bienvenidos al mayor espectáculo del mundo, bienvenidos a la vivencia que, históricamente, producen siempre estas situaciones límite, una peste, una guerra, un trauma colectivo. Se ve nítida la cicatriz, la gran división, entre los que mandan y los que no mandan. Ahora resulta que Pedro Virusánchez cierra filas con Josep Virusánchez Llibre, con los militares y con Donald Trump y su pandilla, con el negacionista yanqui, con el gran facha internacional, todos muy juntitos a favor de los intereses económicos. Y luego está el copríncipe de Andorra, Emmanuel Macron, Quim Torra y algunos empresarios, no sé si muchos o pocos, que hoy no abrirán la persiana porque no puede haber economía en contra de la salud pública. Porque no hay, no puede haber sanidad pública sin aquello que nuestros abuelos revolucionarios, los de la Revolución Francesa, llamaban “salud pública”, que podemos traducir como “salvación pública”, porque solo el pueblo salva al pueblo. Porque el bien común está por encima de la economía de mercado.

Miradlos bien y no lo olvidéis nunca. Los políticos privados del poder, cuando están sobrepasados por las circunstancias, se vuelven agresivos, monstruosos, trágicos, ridículos, desconocidos. No parecen los mismos animalitos que habíamos conocido tiempo atrás, durante la época de celo, también conocida como campaña electoral. Si no pueden mandar, si no pueden gobernar, si se les obliga a mirar más allá de su nariz —porque nunca están preparados para lo imprevisible—, si no pueden manejar el volante del automóvil o los mandos del avión, si no pueden hablar por no callar, si no pueden pronunciar la última palabra, entonces son como los ebrios sin alcohol, son como los jugadores sin cartas, como los drogadictos sin estupefacientes. El poder es la adicción más irresistible de todas, en la tierra no hay nada más grande que esto, ni dinero, ni amor, ni nada que se le parezca. Para adorar a este dios con pies de barro harán cualquier cosa. Sí, y pueden llegar hasta el crimen. Oscar Wilde dejó la cuestión sentenciada en una de sus más famosas citas y, probablemente menos entendidas: “Todo es sexo, excepto el sexo, que es poder”.

Lo diré tan claro como pueda, porque el dolor por los compatriotas muertos, por los humanos como yo, aún no me ha secado la boca. La negligencia criminal es tan evidente como elocuente es el silencio de la mayoría de los medios de comunicación comprados y manipulados por el actual régimen. La negligencia criminal es la de los políticos que prefieren mirar hacia otro lado e imaginarse que no lo sabemos, que no los hemos visto. Que mientras usan palabras vacías y exageradas, se olvidan de la propia responsabilidad, y cada día que pasa dejan las atrocidades que han cometido olvidadas en una zona remota del cerebro, un cerebro que se imaginan que pertenece a otra persona. Este curioso fenómeno mental explica el negacionismo político, la negación de la evidencia de lo que está pasando. Explica el uso de la mentira sistemática, de la propaganda política con finalidad adoctrinadora. No conseguirán engañarnos. El poder sin responsabilidad es tiranía. La psicología humana que no se hace responsable de sus propias acciones u omisiones es la psicología de los criminales.