Es curioso que habiendo como hay líderes soberanistas en prisión y el exilio y se mantenga por parte española el criterio represivo contra el movimiento independentista —medio millar de antidisturbios movilizados para la Diada—, incluso una parte de la opinión publicada que había simpatizado —e incluso había militado— con el soberanismo reclame ahora al president Torra un cambio de estrategia y un retorno a la política convencional para salir del callejón sin salida en el que nos encontramos. Como si dependiera de él.

La cuestión es qué política convencional puede hacer Oriol Junqueras desde Lledoners. Todo el mundo sabe que ganas no le faltan. Ni a él ni a ninguno de los encarcelados. Pero lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible. Imaginemos por un momento que el president Torra convoca una nueva conferencia y, en vez de llamar a la movilización de los soberanistas, pide que todo el mundo aproveche el puente de la Diada para irse a la playa y que es mejor dejar estar la autodeterminación para otro día porque el Gobierno español ha dicho que no piensa autorizar el referéndum. ¿Qué sería más probable, que todo el mundo le ovacionara como un responsable político cargado de cordura o que estallara un conflicto en las calles de consecuencias imprevisibles liderado por los grupos más radicales?

Los juicios implacables con los débiles y la condescendencia con los poderosos slo sirven para justificar las barbaridades de quienes desde un principio tenían el diseño estratégico de provocar el conflicto

Hace un año el Parlament aprobó la ley del referéndum y la ley de transitoriedad y todo el establishment mediático ha cargado las tintas contra los presuntos promotores de la iniciativa soberanista. Estoy dispuesto a debatir que todo aquello se hizo muy mal, pero en el curso de un año todo ha ido a peor, no por lo que pasó entonces, sino porque después se desencadenó una brutal represión y una judicialización de un conflicto político que ha avergonzado a España ante el resto del mundo y es lo que nos ha llevado a un callejón sin salida que no permite avanzar hacia ninguna parte.

"Las cosas habrían sido diferentes", como le habría gustado a Josep Martí Blanch, y el independentismo se podría "recolocar en el carril de la política", como pide el amigo Francesc-Marc Álvaro, si después de lo que pasó no hubiera gente en la cárcel y en el exilio, porque lo que de verdad ha empantanado la situación ha sido la acusación injusta del delito de rebelión a dirigentes y activistas políticos que honestos juristas españoles han desacreditado y tribunales europeos han desautorizado. Desde este punto de vista, los juicios implacables con los débiles y la condescendencia con los poderosos solo sirven para justificar las barbaridades de quienes desde un principio tenían el diseño estratégico de provocar el conflicto.

Lo que de verdad ha empantanado la situación ha sido la acusación injusta del delito de rebelión a dirigentes y activistas políticos que honestos juristas españoles han desacreditado y tribunales europeos han desautorizado

Ahora mismo, la situación explosiva de la sanidad catalana, que es un hecho objetivo, se utiliza para establecer una relación de causa-efecto con el proceso soberanista, pero nadie pide responsabilidades a quien practicó la guerra sucia y se pasa por alto aquel episodio en que Daniel de Alfonso, juez y director de la Oficina Antifrau, le comentaba satisfecho a Jorge Fernández Díaz, entonces ministro del Interior, que "les hemos destrozado el sistema sanitario".

Javier Cercas escribió este verano un artículo titulado "El creador de caos" en el que presentaba a Carles Puigdemont como el culpable de todos los males, como un especialista capaz de “convertir un pequeño problema en uno descomunal y tan enrevesado que deja de ser un problema propio para convertirse en un problema ajeno ". Su denuncia es tan valiente como cuando en plena crisis de la monarquía por la corrupción que le afectaba, Cercas publicó un texto titulado "Sin el Rey no habría democracia".

Para ser honestos, hay que profundizar en las causas por las que en apenas cinco años el independentismo ha pasado de ser una opción minoritaria a ser, en palabras de Pedro Sánchez, "la minoría mayoritaria" en Catalunya. Y no se necesitan grandes esfuerzos para comprobar que el origen del conflicto no surge en Catalunya, sino que forma parte de un plan estratégico partidista de la derecha española pensado para descabalgar al PSOE.

El conflicto catalán tiene su origen en la decisión estratégica del PP de dinamitar la coalición PSOE-PSC, que le impedía ganar las elecciones en España

Podríamos ir más atrás y entrar en más detalles, pero, para no alargar el relato, cuando en 2004 el PSOE liderado por José Luis Rodríguez Zapatero gana las elecciones tras apoyar la reforma del Estatuto, toda la estrategia del PP se centra en atacar a los socialistas por su pacto con Catalunya. Entonces, el independentismo catalán todavía era minoritario e incluso la reforma del Estatut había cansado a la gente, pero el PP mantuvo su estrategia recogiendo firmas "contra Catalunya" y desestabilizó el Tribunal Constitucional. No paró hasta conseguir una sentencia que rompía el pacto constitucional del 78, que había establecido el referéndum vinculante del Estatut y atribuía a la voluntad de los catalanes democráticamente expresada la decisión de su relación con España. El PSOE ganó las elecciones en 2004 porque en Catalunya obtuvo 21 diputados y el PP solo 6. Fueron 15 diputados de diferencia determinantes. En 2008, la diferencia fue aún mayor, 25 a 8, 17 escaños de diferencia que fueron decisivos. Así que el PP llegó a la conclusión de que solo dinamitando la coalición PSOE-PSC volvería a ganar. Como así fue. La intención del PP no era otra que romper la hegemonía socialista en Catalunya, su talón de Aquiles; lo consiguió y volvió a ganar, pero al precio posterior de provocar la peor crisis de Estado desde la muerte de Franco. Cercas tiene razón cuando dice que los peores políticos son los que convierten un pequeño problema en uno descomunal que nos perjudica a todos, y el gran problema lo tenemos ahora. Un intelectual tan poco sospechoso de connivencias soberanistas como Ignacio Sánchez-Cuenca ha descrito la situación —en un artículo en La Vanguardia— con una precisión que me veo incapaz de superar. “La posverdad”, dice, “puede definirse como una cierta indiferencia ante los hechos (...) En estos momentos, la posverdad corporativa e ideológica se encarna de forma sobresaliente en nuestro Tribunal Supremo y su empeño en mantener la acusación de rebelión contra los líderes políticos del movimiento independentista catalán. Tratar de encajar las conductas del ‘otoño caliente’ del 2017 en el tipo penal de rebelión es contrario a la lógica, el sentido común y el propio derecho español. La estrategia seguida en la instrucción del caso supone una degradación profunda de nuestro sistema legal: pocas veces se ha visto con tanta claridad cómo los prejuicios ideológicos y políticos se imponen sobre una consideración racional e imparcial de los hechos". Ya lo dijo Aristóteles. Hay que ser amigo de Platón, pero más amigo de la verdad.