No cabe duda de que en el conflicto político entre Catalunya y España, el soberanismo es la parte débil y el estado español la parte fuerte, en una relación de 100 o de 1.000 a 1. España dispone de todos los instrumentos propios de un estado, pacíficos y violentos, civiles y militares, jurídicos, legales e ilegales para imponer su ley, su razón y su fuerza. Pero tal como va todo parece necesario afirmar obviedades. Por ejemplo, todas estas consignas presuntamente independentistas del "¡Plantemos cara!", "¡Desafiemos al Estado!" equivalen a llevar el conflicto al terreno más propicio al adversario, porque, en el cuerpo a cuerpo, el débil siempre lleva las de perder.

Esto no quiere decir que el soberanismo tenga la derrota asegurada. La humanidad ha progresado a lo largo de los siglos gracias a que los pobres se han rebelado contra los ricos, los burgueses contra los feudales y los obreros contra los burgueses. Ahora bien, David venció a Goliat no porque fuera más fuerte, sino porque fue más inteligente. Y los Estados Unidos perdieron la guerra de Vietnam porque la guerrilla del Vietcong y la información de los desastres de la guerra resultaron más efectivos que los bombardeos.

La reflexión nos lleva a la batalla de los lazos amarillos, que el miércoles ha continuado con la querella de la fiscalía contra el president Torra y la reacción del honorable contra la Junta Electoral. Aplicando la máxima policial, es decir, investigando quién saca provecho, la conclusión es también obvia. ¿Quién provocó la última batalla contra los lazos? Lo hizo Ciudadanos dirigiéndose a la Junta Electoral. De hecho ha sido el remake de lo que ya hicieron en la campaña del 21-D. Por lo tanto, ¿a quién le interesaba el conflicto? A Ciudadanos y a sus aliados. ¿Quién ha sacado más provecho? Sin duda el tripartito de la Caverna. Sólo había que observar el interés de los medios adictos ante la magnitud descomunal de tamaño conflicto. Lógico. El pleito era menor pero descolocaba al PSOE, que no podía hacer nada, permitía a Ciudadanos y PP acusar por enésima vez a Pedro Sánchez de traidor a la patria y ahorrarse una semana más de tener que formular propuestas políticas sobre temas económicos y sociales que siempre llevan implícito el riesgo de gustar a unos y asustar a muchos.

¿Qué provecho sacó el soberanismo? Primero, indecisión del Govern, que si sí, que si no, que lo que diga el síndic y luego una nueva sensación de desbarajuste y división con unos cuantos mozalbetes haciéndose el gallito nada menos que ante el president de la Generalitat. El resultado de todo ello es que no se ha desobedecido, se pagarán las consecuencias como si se hubiera desobedecido y la sensación vuelve a ser de una batalla perdida. Con lo fácil que habría sido ridiculizar la prohibición obsesiva compulsiva del color amarillo.

Todos los manuales de estrategia señalan que sólo se debe plantear una batalla cuando la victoria es segura y que no se deben crear expectativas si no es seguro que se pueden cumplir. Alguien que ha actuado mucho más discretamente, sin bravatas ni consignas y, sobre todo, con paciencia y sin prisa, ha conseguido que 41 senadores franceses firmen un manifiesto de denuncia de la represión y la vulneración de derechos fundamentales por parte del estado español en Catalunya. Tan o más importante que la solidaridad de democrática los senadores, que bienvenida sea, es la reacción histérica de las instituciones españolas, las protestas del ministro Borrell, las presiones diplomáticas contra los senadores e incluso la necesidad del Tribunal Supremo de reivindicarse por escrito. Total, que se ha vuelto a poner sobre la mesa el debate sobre la calidad democrática de un régimen político como el español que ha destituido y encarcelado a unos gobernantes legítimos.

De los manuales de judo más antiguos sabemos que la oportunidad del contrincante débil no es enfrentarse sino aprovechar el empuje del adversario para que se desequilibre por su propia inercia.