Un año después del asalto al Capitolio, el presidente de los Estados Unidos rememoró ese episodio proclamando el triunfo de la democracia sobre los insurrectos, pero al final de su discurso su conclusión fue que la democracia sigue amenazada. “Ahora depende de todos nosotros, de 'nosotros, el pueblo', defender el imperio de la ley, preservar la llama de la democracia, mantener viva la promesa de Estados Unidos. Esta promesa está en riesgo, atacada por las fuerzas que valoran la fuerza bruta por encima de la salud democrática, el miedo a la esperanza, el beneficio personal sobre el bien público. No se equivoquen: vivimos en un punto de inflexión en la historia”. Los editoriales del New York Times y del Washington Post coincidían en convocar a la gente a movilizarse cotidianamente en defensa de la democracia. El diario The Guardian publicó la semana pasada dos artículos alarmantes que advertían de la posibilidad de que la democracia entre en una fase de regresión en Estados Unidos e, incluso, que la primera potencia se convierta dentro de esta misma década en una dictadura. Parece una barbaridad, pero Thomas Homer-Dixon, investigador de referencia de la Universidad Royal Roads de la Columbia Británica, recuerda que nadie creyó que Donald Trump llegaría a presidente. "Vivimos en un mundo ―dice― donde el absurdo se convierte en real y lo horrible es un lugar común". Asustado por la posibilidad de que Trump vuelva a ser elegido presidente, Homer-Dixon prevé que “para 2025, la democracia en Estados Unidos podría entrar en colapso, causando una inestabilidad política doméstica extrema, incluida la violencia civil generalizada y para 2030, si no antes, el país podría estar gobernado por una dictadura de derechas”. No es el único que piensa así. El escritor Stephen Marche asegura que "la próxima guerra civil en EE.UU. ya está aquí, simplemente nos negamos a verla". Su tesis es que hay problemas estructurales e inmediatos hasta el punto de que el sistema legal resulta menos legítimo cada día y la confianza en las instituciones decae. Y entonces alerta: "Las milicias se entrenan y se están armando preparándose para la caída de la República".

Lo cierto es que en Estados Unidos las amenazas a miembros del Congreso han crecido un 107%. La tensión en ambas cámaras es mayor que nunca. Pocos líderes republicanos tuvieron el coraje de rebelarse contra Trump. Los gobernadores republicanos vuelven a modificar los distritos y las normas electorales para impedir que las minorías puedan votar... Pero lo que está ocurriendo en Estados Unidos también lo estamos viviendo en Europa. Diputados en la Asamblea Nacional Francesa reciben constantemente amenazas de muerte según qué voten. Y se están produciendo pronunciamientos antidemocráticos en todas partes. En Francia los militares escriben cartas advirtiendo de una inminente guerra civil, presentándose como salvadores. Se han detectado organizaciones de extrema derecha infiltradas en las policías de los países democráticos. En España no hace falta decirlo, porque no es exactamente una infiltración... La derecha más nostálgica del franquismo se ha apoderado de las instituciones y ha pervertido el espíritu constitucional. Los fascistas vuelven a la carga, no se esconden, están orgullosos de serlo y exhiben su determinación, mientras los demócratas, como en los años treinta, adoptan una actitud claudicante y la defensiva.

Se habla de guerra civil en Estados Unidos y en Francia; en España los franquistas presumen y ejercen su poder; la extrema derecha se infiltra en las instituciones, en el ejército y en la policía... y los demócratas, como en los años treinta, adoptan una actitud claudicante

Un ejemplo paradigmático de la semana pasada en Francia. El presidente Macron colocó la bandera europea en el Arco de Triunfo para simbolizar la presidencia francesa de la Unión. Se ha sentido obligado a retirarla... ¡por presiones de la extrema derecha! En España, el único país europeo donde el fascismo triunfó, los franquistas vuelven a presumir de su poder y lo ejercen. Hace unos años el alcalde de Madrid no se habría atrevido a escarnecer a una escritora de referencia como Almudena Grandes por su antifranquismo. Ahora sí, ahora José Luis Martínez-Almeida necesita hacerlo para tener contentos a sus aliados y no tiene vergüenza.

En Catalunya, un juez se permite llamar impunemente a la prevaricación: “Tal vez va siendo hora de que los jueces desestimamos cualquier petición de la Generalidad de Cataluña, tengan o no razón”, y puede permitírselo porque se siente apoyado. Los jueces, fiscales y policías que ha perpetrado la represión mediante una justicia arbitraria y desmentida por los tribunales europeos han sido condecorados y/o promocionados. Al fin y al cabo, fue el Tribunal Supremo quien reconoció a Franco como jefe del Estado desde el 1 de octubre de 1936, una manera obscena de legalizar el golpe de Estado. Y a continuación los tribunales españoles impiden cambiar el nombre de una calle dedicada al general Millán Astray, aquél que gritaba “¡Viva la muerte!” u obligan a mantener el homenaje a los Caídos de la División Azul, que ayudaron a los nazis. Y mientras en Catalunya hay miles de represaliados por defender sus ideas, los falangistas que atacaron violentamente a Blanquerna siguen evitando la cárcel por gentileza judicial. Con todo ello, no debe extrañar que el jefe de la oposición, Pablo Casado, asistiera a una misa en homenaje al dictador Franco y al falangista Primo de Rivera, teniendo en cuenta que Vox sigue arrebatándole votos.

Timothy Snyder es historiador de la Universidad de Yale y un referente en cuanto al estudio del ascenso del fascismo en el siglo XX. En su opúsculo, ya citado en otras ocasiones en esta columna, Sobre la tiranía, llama a no repetir los errores del siglo XX. Después ha escrito El camino hacia la no libertad, insistiendo en que la democracia no es irreversible. Sostiene que “debido al nivel de riqueza alcanzado por unos pocos, debido a la desigualdad y la capacidad del dinero de moverse más allá de sus fronteras, tenemos una especie de internacional de oligarcas que está jugando con las democracias, las propias y las ajenas”. Y avisa: “¡Debemos reaccionar!”.