El rey Felipe VI ha presidido esta semana el solemne acto de inauguración del año judicial sentado significativamente en la misma poltrona desde la que el magistrado Marchena dirigió el juicio contra los líderes independentistas. Ha sido la manera de proclamar que Rey y Juez son una misma cosa: la razón de Estado. Como en la Inquisición. Y el monarca ha dado voz al presidente del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes, y al fiscal general del Estado, María José Segarra, con sendos discursos que se pueden resumir en la idea más compartida: "¡A por ellos!" .

Tengo unas enormes ganas de aprovechar la Diada para cogerme un puente largo y disfrutar los últimos días de verano en la playa, en el Pirineo o en el Museo del Prado, pero no me lo puedo permitir. Tengo unos cuantos amigos, conocidos y saludados que están injustamente encarcelados y otros que no han tenido más remedio que exiliarse. Así que no puedo desentenderme. Y no sólo por solidaridad con ellos, que sería el mínimo moralmente exigible para cualquier persona que se sienta comprometida con la libertad y la democracia, sino también en defensa propia, porque los que han actuado contra ellos también han actuado contra mí y contra los míos. Contra nuestros derechos y nuestras libertades. Es molesto tener que luchar por lo que es obvio, pero no tenemos más remedio que estar ahí.

Podemos estar en desacuerdo con lo que hacen o hicieron los presos y los exiliados, de hecho yo estoy en profundo desacuerdo con cómo se hicieron las cosas, pero no me da la gana cebarme ahora con las víctimas como se ha puesto de moda entre los catalanistas bienpensantes y pasar por alto o relativizar la brutalidad represora del Estado, la violencia, la premeditada arbitrariedad jurídica, la guerra sucia de las cloacas, la persecución política, la mentira sistemática, la artillería mediática... Ciertamente, los líderes independentistas, excitándose mutuamente unos a otros, fueron de farol para forzar una negociación con el Estado. Fue una estrategia frívola y naïf, pero el Estado ha hecho trampas desde el principio no sólo para detener la reivindicación, sino para exterminar al adversario. No se puede poner, compañeros catalanistas, al mismo nivel de crítica los errores de cálculo de unos políticos, que la crueldad institucional de todo un Estado. La cita más conocida de Desmond Tutu dice: "Si eres neutral en situaciones de injusticia, significa que has elegido el bando opresor".

A los pocos meses de publicarse el editorial conjunto de los diarios catalanes ―noviembre, 2009― un millón largo de personas tuvo que salir a la calle en defensa de su dignidad. Ahora, tal vez estamos más cansados, más enfadados e incluso más decepcionados... pero motivos para salir a la calle hay más que antes. Muchos más

Para no alargarme, no voy a entrar en la disquisición de qué fue primero: si los errores estratégicos de los soberanistas o una ofensiva española premeditadamente provocadora, pero se van a cumplir ahora diez años de cuando los principales diarios catalanes publicaron un editorial conjunto. En su redacción participamos muchas y diversas personas, algunas de ellas muy significadas, que parece que han olvidado su aportación, han cambiado de opinión o han preferido adaptarse a las circunstancias. Porque han pasado 10 años y desgraciadamente lo que decía aquel editorial sigue estando vigente y, más desgraciadamente aún, buena parte de los medios que lo publicaron ahora no se atreverían. Entre otras cosas, el editorial afirmaba: "Hay preocupación en Catalunya y es preciso que toda España lo sepa. Hay algo más que preocupación. Hay un creciente hartazgo por tener que soportar la mirada airada de quienes siguen percibiendo la identidad catalana (instituciones, estructura económica, idioma y tradición cultural) como el defecto de fabricación que impide a España alcanzar una soñada e imposible uniformidad. Los catalanes pagan sus impuestos (sin privilegio foral); contribuyen con su esfuerzo a la transferencia de rentas a la España más pobre; afrontan la internacionalización económica sin los cuantiosos beneficios de la capitalidad del Estado; hablan una lengua con más margen demográfico que el de varios idiomas oficiales en la Unión Europea, una lengua que, en lugar de ser estimada, resulta sometida tantas veces a obsesivo escrutinio por parte del españolismo oficial, y acatan las leyes, por supuesto, sin renunciar a su pacífica y probada capacidad de aguante cívico. Estos días, los catalanes piensan, sobre todo, en su dignidad; conviene que se sepa".

Y a continuación añadía:

"Que nadie se confunda, ni malinterprete las inevitables contradicciones de la Catalunya actual. Que nadie yerre el diagnóstico, por muchos que sean los problemas, las desafecciones y los sinsabores. No estamos ante una sociedad débil, postrada y dispuesta a asistir impasible al deterioro de su dignidad. No deseamos presuponer un desenlace negativo y confiamos en la probidad de los jueces, pero nadie que conozca Catalunya pondrá en duda que el reconocimiento de reconocimiento de la identidad, la mejora del autogobierno, la obtención de una financiación justa y un salto cualitativo en la gestión de las infraestructuras son y seguirán siendo reclamaciones tenazmente planteadas con un amplísimo apoyo político y social. Si es necesario, la solidaridad catalana volverá a articular la legítima respuesta de una sociedad responsable".

A los pocos meses de la publicación de este editorial, un millón largo de personas tuvo que salir a la calle en defensa de su dignidad. Ahora, tal vez estamos más cansados, más enfadados con unos y otros, incluso más decepcionados... pero motivos para salir a la calle hay más que antes. Muchos más.